Esperanza de España de Manuel García Morente debería venderse en farmacias en estos tiempos en que tan desmoralizados andamos por la actualidad de nuestra patria. El filósofo defiende que España es un estilo de vida, cuyo símbolo es el caballero cristiano. Eso ya anima bastante. Pero, además, recuerda que el destino de nuestra patria está indisolublemente unido al de la religión católica, de la que se ha dicho que contra ella no prevalecerán las puertas giratorias del infierno. Podemos atravesar tranquilos la tormenta.
Dos textos me dispensan hacer una reseña de este libro. El prologuista Jaime Urcelay pone los textos en situación y hace, además, una excelente lectura. Julio Llorente no se queda atrás con su reflexión posterior. El volumen está compuesto por dos conferencias, de las que la primera, pronunciada en Tetuán en 1934, con el título «Esperanza de España» es una feliz novedad. La segunda fue la lección inaugural del curso en la Complutense de Madrid en 1942.
El barbero, pues, puede concentrarse en sus apurados recortes, tan sustanciosos, como leerán enseguida. La concepción de la Hispanidad de García Morente encontrará muchos ecos en nuestros corazones, del mismo modo que explica muchas expresiones de nuestros mejores escritores. Realmente García Morente ha dado con un venero común. Cuando dice que «el hombre hispánico rechaza toda concepción inmanente de la vida y coloca el sentido trascendente de ésta, muy concretamente, en la salvación del alma», se reconcilia uno con Unamuno y su obsesión capital de sobrevivir a toda costa a la muerte. Vuelvo a recordar a Javier Almuzara y su imprescindible dictum: «Todo lo que no sea ganar la eternidad es perder el tiempo». Ello implica vivir desviviéndose, deduce García Morente, y uno entonces se recita a la Santa: «Vivo sin vivir en mí/ y tan alta vida espero/ que muero porque no muero». Yo había recordado por mi cuenta y riesgo hasta el «¡Viva la muerte!» de Millán Astray y, dos páginas después, el autor dice: «Creo que en esa exclamación —de apariencia extraordinaria y paradójica— se encierra una profundísima perspectiva sobre la índole del alma hispánica». No se le va una. En esta selección, en cambio, se nos tienen que ir unas cuantas, pero creo que el espíritu de la esperanza de España queda expuesto, felizmente:
*** Al español no le ha importado tanto el adquirir riqueza a fuerza de trabajo, como el vivir su vida con gesto noble, hidalgo y personal. * El realismo de la literatura española es simplemente el máximo respeto al ser de las cosas. [Otra evocación automática: Las cosas como fueron, el título de la poesía completa de Eloy Sánchez Rosillo.] * Heine, cuando de niño leía el Quijote, se iba a llorar a un rincón por lo mucho que le emocionaba. * El querer es lo que define más profundamente a cada uno de nosotros. […] Nuestra voluntad de ser es la definición más propia de nuestro ser. * Lo que el alma española quiere es un mundo en donde cada alma, sea la que sea lo sea con dignidad moral. […] Ningún pueblo que ha vivido con el español se ha sentido vejado en su dignidad moral, ni nosotros nos hemos permitido vejar a nadie. * España es el país de la hidalguía; la cultura española es la cultura de los hidalgos. *** Lo que tuerce, malogra y aniquila las vidas de los hombres es la infidelidad. * Aristóteles definía al hombre como «animal político». Habría que añadir a esta definición, para tenerla completa, que ese animal político es, además, hijo de Dios. [Y en esa doble cara de la moneda está el germen de toda la concepción política del güelfo blanco.] * El espíritu revolucionario no es otra cosa que el pueril empeño de racionalizar de una vez para siempre las formas irracionales de vida legadas por las generaciones anteriores. * La realidad histórica es una realidad libre. […] La realidad histórica es, esencialmente, personal. * En una buena biografía habrá ciencia, arte y filosofía. * No hay nada en el planeta que se parezca a esta colectividad de las naciones hispánicas, a este «mundo común». * El alma española contiene en los entresijos de su más honda definición el impulso hacia fuera, que la lleva a extraverterse, como Don Quijote, en donde la llaman y en donde no la llaman. * El alma hispánica siente, como fondo más propio y peculiar de su substancia, la aspiración a la vida eterna en el seno de Dios. * El modo de ser —la etopeya— del hombre hispánico se simboliza en la figura del «caballero cristiano». * Lo primero y esencial es el lugar singularísimo que la religiosidad ocupa en el alma española. * [DAD AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS] Implica, primero, que son efectivamente dos los planos en que puede repartirse la vida; y segundo; que esos dos planos son perfectamente compatibles y armonizables. No puede haber contradicción entre religión y patria. No debe haberla. Pero hay dualidad: la patria no es la religión; ni la religión es la patria. [Ahora bien, España] es —por esencia— servicio de Dios y de la cristiandad en el mundo. * La hispanidad es el ascetismo de la persona. Es el afán de cada persona singular por llegar cuanto antes a ser quien es. * El dinamismo ascético —que constituye el fondo más auténtico del alma hispánica— exprésase admirablemente en las virtudes guerreras del caballero. * La caballerosidad del alma hispánica: […] servicio de la eternidad en lo temporal, servicio del espíritu en la materia […]. * Estando vinculada sustancialmente la hispanidad con la religión, su suerte queda, por decirlo así, adscrita a la suerte que, en la tierra, haya de correr la religión. ***