El humor judío. Una historia seria,de Jeremy Dauber, es un libro erróneo. Se le ha descompensado. Se nota mucho que está construido sobre apuntes de clase y quizá una lejana tesis doctoral, y presta una atención excesiva a la recepción popular del humor judío en Estados Unidos en los comienzos de la televisión, con nombres de actores, de series y de shows que nada dicen al lector común, actual y español.

Sin embargo, el humor judío se abre camino. Sus consideraciones generales son tan útiles como atinadas y sus referencias tanto a la Biblia como al humor jasídico son extraordinarias. Merecen atravesar el mar de hojas y el desierto de páginas áridas de datos. El planteamiento ideal hubiese sido hacer una tesis cum laude sobre el humor judío en los medios estadounidenses en el siglo XX y luego publicar este libro con los principios generales y las anécdotas concretas, y doscientas setenta y cinco páginas menos.

Hubiese seguido con más claridad el conflicto inmemorial entre serios y divertidos, quiero decir, el enconado debate sobre la valoración moral que hay que dar al humor. Mi experiencia particular es que ese conflicto sigue vivísimo. Una paradoja: los que nos lo queremos tomar en serio somos los que más nos reímos, mientras que los que lo consideran frívolo se ponen muy severos. «Es posible que los rabinos también asociaran la frivolidad con ritos paganos como el circo o el teatro, de modo que la oposición al humor debería entenderse como parte de la más amplia lucha contra la idolatría», explica. En cambio, el rabino Shimon señala en el Talmud que el quehacer más recomendable para quienes buscan diversión es leer la Torá (TB Shabbat 30b). Concluye Dauber sin conclusión posible: «El debate sobre el valor moral de la risa persiste en los círculos rabínicos hasta hoy».

Asombra que nombre sólo una vez y de pasada a Jesús de Nazaret, cuando su humor, tal y como se ve en los Evangelios, encaja como un guante en las características del humor judío tal y como las explica Dauber. Supongo que lo ve como un gentil, el primer cristiano, y lo era, literalmente, pero también judío hasta la última gota de su sangre y hasta la mínima chispa de su humor constante. Como Jesús vuelve recurrentemente a la memoria del lector de El humor judío, la falta –a efectos prácticos– no es tan grave. Por todo lo expuesto, para el Barbero, este libro es una bicoca: