Todos los libros, incluyendo las colecciones de aforismos, tienen la clave de lectura escondida entre sus páginas. Dice Ricardo Calleja «El aforismo es como mínimo una máxima, pero suele ser más» y así describe su libro Istmos, que acaba de sacar hermosamente, como suele, Ediciones More.En este libro, hay aforismos indiscutibles, máximas sin el mínimo desperdicio, pero también hay más. En una admirable reseña, Armando Pego Puigbó ha captado ese choque de fuerzas encontradas: «Se advierte en él un esfuerzo terso por mantenerse en los límites de un género breve tan lábil e híbrido, con fronteras tan imprecisas con la máxima, la sentencia, el adagio o el apotegma».

Calleja goza de una inteligencia abrumadora, que ha hecho de la vida la aspiración a no renunciar a nada.  Al lector, por lo pronto, no le deja un respiro. El título del libro, que se convierte en el nombre propio de sus aforismos, está muy bien puesto, porque cada pieza tiene su independencia, pero está unida al continente de una cosmovisión unitaria y coherente.

Debemos a nuestro admirado Ramón Eder, decano del aforismo actual español, la idea de que es bueno que la variedad de tonos rodee a cada aforismo de un paradójico silencio –para que resalte la individualidad de cada aforismo, dentro de una colección publicada de ellos–. Eder entremezcla sabiamente aparentes trivialidades, imágenes, briznas de diario y, por supuesto, aforismos memorables. Calleja incluye ensayos comprimidos, juegos de palabras, provocaciones, notas al margen de sesudas lecturas, columnas de actualidad jibarizadas y, por supuesto, aforismos memorables.

Un ejemplo de aforismo que cruza «las fronteras indecisas» hacia al ensayo: «Toda educación es deficiente, pero es suficientemente buena si te permite vivirla como autoeducación. O, mejor dicho, es una buena educación aquella en la que el educador no reclama el monopolio, y permite que cada uno sea educado por la gran tradición, cada vez con más iniciativa y criterio propio, pero nunca por sí solo».

A veces, nos parece que se pasa de frenada por una frase de más. Como la última de esta entrega: «La madre camina con la hija. El contraste rejuvenece a la señora y aquilata la belleza de la niña. Por eso pasean juntas». ¿Para qué les imputa una intención imaginaria, cuando la elegante observación estética es verdadera, emocionante y suficiente? Otro ejemplo. Según Calleja, «ser conservador es sinónimo de acatar toda revolución que ya haya sucedido, y no apoyar ninguna de las que debería suceder». Hay llamados «conservadores» así, pero ellos mismos, con un pudor exacto que se les agradece, suelen rechazar la etiqueta de conservadores. Roger Scruton, en cambio, no estaría de acuerdo, él que databa el nacimiento del conservadurismo en el rechazo de la reforma protestante y su confirmación en el rechazo de la Revolución Francesa. Calleja incita, a su paso, matizaciones del lector. Nos pone a trabajar. Afirma: «La caballerosidad aristocrática tiene el peligro del paternalismo con los inferiores, la condescendencia con la mujer, la irascibilidad con los iguales y la indocilidad con los superiores. Es incompatible con el agudo sentido de la igualdad del cives republicano. Pero se miran uno a otro con un respeto que no prestan a nadie más. Pueden compartir ciudad, pero no habitación». Yo me batiría en duelo para negar lo de la condescendencia con las damas, aunque, en cambio, sonreiría por lo bajo con la incompatibilidad con el agudo cives.

También tiende a las moralidades, que es una de las fuentes originarias del género. Si se las permitimos a Jaime Gil de Biedma, como no a Ricardo Calleja. Además, se cura en salud: «Las acusaciones de moralismo se autorrefutan». Goza de gracia: «Enseñar el ombligo es una forma sutil de mirárselo». Y una indudable sensibilidad para el lenguaje que equilibra tantas células grises: «El recuerdo nos hace más cuerdos». Que a veces salta de un idioma a otro: «La fiesta es el recurso más eficaz para sentirse parte de algo no meramente funcional o transaccional. No en vano en inglés se dice party». No sólo es el oído, sino la vista. Calleja es un fino observador social: «El verano cancela las deudas de reuniones sociales como un jubileo» o «El agradecido agrada».

Entre expresiones personales, bocetos de artículos, hallazgos fónicos y apuntes de pensador orgánico, el libro tiene, por tanto, un número asombroso de aforismos logrados. Que no nos engañen las exigencias de racimo con las que Ricardo Calleja demuestra su inteligencia y su exigencia al lector. El barbero se ha puesto las botas:

La humildad es andar en verdad, decía la santa. ¡Andar!

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Amo, luego existes.

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La intimidad no está hecha de intimidades.

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El modo en que traemos el futuro al presente es la promesa. El modo en que el pasado se hace presente es la fidelidad.

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Que tengas buenas intenciones no significa que tus intenciones sean buenas.

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Contentarse es la única forma de estar siempre contento.

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La humildad debería ser la virtud más fácil.

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Quien te dice lo que quieres oír generalmente no acierta con lo que querrías oír.

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Contar sólo hasta uno es extenuante.

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El pesimista es un desagradecido.

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Los pozos sin fondo no son profundos.

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Quien piensa mal, piensa mal.

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El educador decepcionado es un traidor.

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El verano detiene el tiempo cada vez peor.

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El infierno está empedrado de buenos resultados.

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Los adversarios de mis amigos pueden ser mis amigos. Los enemigos no.

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El mito del buen salvaje sólo se le podía ocurrir a un suizo.

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Al que siempre es moderado le moderan otros.

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El centrismo no modera los extremos. Se arrima al que más pesa.

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Se puede caminar con paso decidido y desnortado.

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La ciudad está hecha de castillos o está amurallada.

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Ciencia de la corte: que manden unos pocos y muchos se crean que influyan.

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Una frontera bien trazada es el arbotante de la civilización.

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Sin poder no se puede.

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Una religión que tolera que el trigo y la cizaña crezcan juntos no puede ser puritana. Una religión que no distingue entre el trigo y la cizaña no puede ser verdadera.

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La Iglesia no es moderna: bautiza niños sin consentimiento; ordena sólo varones; perdona a los pecadores.

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Consejo catequético: las personas –a veces sin saberlo– anhelan el chuletón, y les sabe a poco la papilla.

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Si la moderación es una virtud, es porque evita el exceso; pero también el defecto. Si solo evita excesos, es mera pose pacata.

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La barca de Pedro permanece siempre a flote. Es Pedro el que se hunde un poco a ratos.

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«Creo» es una expresión ambivalente. Una coma, una inflexión de voz, revelan su verdadero sentido.