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Entrevista a Jacobo Bergareche: «Aprender a dejar ir a los muertos es una lección que terminamos aprendiendo todos»

Jacobo Bergareche (Londres, 1976) es artista y eso uno lo comprende pocos segundos después de atravesar la puerta de su casa. Bodegones, flores, lienzos y toda clase de objetos decoran la guarida de este pujante escritor, a quien Vargas Llosa alabó. Tras su éxito con Los días perfectos, traducida a más de diez idiomas, parece que Bergareche ha escrito Las despedidas (Libros del Asteroide) del tirón y todo apunta a un nuevo éxito editorial. Convencido de que «los escritores planteamos preguntas y nada más», Bergareche se refugia en su familia frente a su mayor temor: la soledad. «La familia es la mejor alternativa, aunque siempre te puede salir un hijo gilipollas», zanja.

Gistau decía que la escritura es la profesionalización de la tara psicológica. ¿Por qué escribes? ¿Estás perfeccionando alguna tara?

Yo he empezado a escribir muy tarde. Bueno, a publicar, porque yo siempre he escrito. Desde que tengo uso de razón, desde que aprendí a escribir, guardo miles de notas y diarios. Por eso no sabría decirte si estoy perfeccionando algo.

¡Naciste escritor!

Podríamos decirlo así. Sí.

Sin embargo, a los 18 años cobraste conciencia de artista…

Incluso antes. A mí me gustaba mucho dibujar, me apasionaba la fotografía, me gustaba escribir… Por eso tuve claro que mi camino iba por ahí. Siempre lo he tenido claro.

También has hecho tus incursiones en la producción audiovisual.

Acabo de terminar una serie sobre grandes periodistas que se emitirá en la 1. Hablo sobre mi amigo Jabois, Federico Jiménez Losantos, Miguel Ángel Aguilar, Pepa Bueno… Es una cosa ocasional, me gustaría más centrarme en escribir, pero proyectos como éste último me gustan mucho.

Amigos y literatura, cóctel perfecto…

Sí. Algunos son amigos, me gusta por la parte literaria y también porque nunca había hecho no ficción. Eso me ha motivado.

Antes de entrar en el meollo de Las despedidas, dos cuestiones de forma: la portada, que recoge el cuadro «Where I end and you begin» de Eric Zener (que, a su vez, copia el título de una canción de Radiohead). ¿Debemos estar agradecidos a tu buen gusto a los editores de Asteroide?

Hay un proceso detrás. Los editores buscan imágenes para ilustrar la portada y luego te las proponen. En este caso llegamos a una decisión junto al editor. En general, los editores persuaden; y conozco pocos gremios más persuasivos.

Segundo: en Las despedidas hay fobia por los puntos y seguido y el entrecomillado. Es una novela atípica en la forma y que, sin embargo, se lee del tirón. ¿El guionista tira al monte?

Esta novela tiene una estructura de actos. Así como las anteriores no, es verdad que esta podría ser teatralizada. El ritmo va rápido, discurre así, porque refleja el proceso mental de una persona a tiempo real. Y eso genera una sensación de rapidez.

Rapidez que no impide plantear muchas preguntas y no tantas respuestas. ¿Eres un filósofo frustrado?

Bueno, yo creo que es al revés. El filósofo busca respuestas mientras que los escritores planteamos preguntas. Aquellas preguntas que pensamos que el lector debería hacerse, pero yo no me atrevo a contestarlas porque ya no sería literatura sino pedagogía.

¿No crees entonces que la novela puede enseñar? No hablo tanto de aleccionar −que sería moralismo− sino de alumbrar…

Eso me gusta. Me ha gustado la palabra alumbrar. Es verdad que los escritores ponemos el foco donde queremos. En mi caso, yo intento alumbrar aquello que nos ocurre a todos, y por eso no escribo de misterios o detectives, sino del amor, la muerte, la paternidad…

De entre el ramillete de temas, late con mayor presencia la fragilidad. Es el tema de la novela. ¿Somos sólo capaces de entender esta pequeñez nuestra cuando se nos muere alguien cercano?

Dice el poeta Luis Rosales que las personas que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir. Hay algo de verdad en esa frase. No es necesario que se te muera alguien muy cercano para descubrir tu fragilidad, pero pasar por un proceso de duelo implica un aprendizaje brutal. Aprender a dejar ir a los muertos es una lección que terminamos aprendiendo todos.

Otra de las huellas en Las despedidas es la culpa. En la novela, no paraliza al protagonista sino que lo mueve. ¿Es un motor?

La culpa muchas veces es un diálogo con uno mismo. Depende de cómo viva uno su diálogo, claro. Pero la culpa no deja de ser esa disonancia entre nuestro «mejor yo» que todos proyectamos y lo que hemos hecho. En esa disonancia es donde la culpa nos mueve.

Hay en la novela un diálogo entre Diego y la chica misteriosa: «Lo que tienes se llama culpa. Y se irá en cuanto te des cuenta de que está todo bien así… Ya le gustaría a él pensar eso, pero es que la culpa no se va cuando uno desea sacudírsela».

No basta con la voluntad. Depende de qué culpas, del delito, de la capacidad de absorción de la culpa, pero la voluntad no es suficiente. La culpa siempre busca expiación y en la expiación uno aprende cosas. Se va cuando tú quieres siempre que comiences un proceso de expiación que repare y devuelva una imagen moral de ti mismo donde estés a gusto. En ese camino, la culpa no se sacude, sino que se digiere.

Parte de esta expiación es la huida. Tras el suicido de su primo, Diego se va al Burning Man como tú, tras el asesinato de tu hermano, te fuiste a Austin. ¿Hay que escapar para superar el duelo?

No lo sé. Yo creo que… [piensa un minuto]. Creo que los extraños juegan un papel fundamental porque nos dan una narrativa diferente. Nosotros estamos siempre rodeados de las mismas personas, que terminan devolviéndonos la misma imagen de nosotros mismos, de lo que nos ha pasado. Por eso muchas veces es necesario ir a otro sitio y conocer a otras personas porque ahí hay otra narrativa. Es una palanca mental para ver las cosas desde otro punto de vista. A veces es un psicólogo, a veces un sacerdote, a veces un compañero de vuelo… No sabes cómo va a ocurrir, pero siempre es necesario ver las cosas de una manera diferente gracias a los ojos de otra persona, que no tenga expectativas sobre ti.

En este punto tú recuperas el nephente de la Odisea. Fue Helena quien echó este ingrediente secreto en la copa de Menelao y Telémaco para no joder la fiesta. Cuando se te muere alguien cercano, la fiesta sigue. ¿Dónde encontramos esa curación?

Lo bueno del nephente, que en castellano se traduce por «no dolor», es que no define su contenido. El nephente puede ser el vaso de vino, el abrazo de alguien, un paseo por el Retiro o una pastilla de éxtasis. Realmente varía en cada uno de nosotros. Es ese remedio que nos permite hablar de lo que nos aflige sin que la fiesta se termine. Es importante hablar de nuestros tormentos, pero tenemos que echarlos sin que la fiesta se venga abajo.

El afecto es nephente

Sentirse querido te permite contar lo que te duele.

Recoges en Las despedidas un poema de Claudio Rodríguez: «El dolor es la nube/ La alegría, el espacio/ El dolor es el huésped/ La alegría, la casa». En la novela parece triunfar la esperanza. ¿En la vida es igual?

Depende para quién. La esperanza consiste en que la fiesta siga y nosotros podamos disfrutar de ella. Lo bello del nephente es que nos permite seguir adelante sin que nos devore la tristeza. Poder estar alegres pese a las circunstancias.

La alegría pese a las circunstancias me lleva a pensar en otro tema de la novela: el matrimonio. En Las despedidas nos presentas a una pareja algo desordenada. ¿Escribes desde la experiencia?

Escribo más bien desde la edad. Tengo casi cincuenta años y escribo desde todo lo que observo a mi alrededor. A esta edad la gente ya llega un poco tocada y cansada de la vida matrimonial. Y también habiendo cansado a los demás.

Llevas 28 años casado con Belén. ¿El matrimonio está de moda?

[Piensa] La alternativa es dura. La soledad me parece lo más terrible del mundo. Vivir sin hijos me parece aterrador. Por eso estoy muy a favor de la familia, porque las alternativas no parecen funcionar. Quizás exista una fórmula alternativa a la familia tradicional, pero yo no la conozco. Y la soledad es aterradora; me da miedo llegar a ser mayor y que nadie me cuide.

El matrimonio es panacea, entonces…

Bueno, es que en el matrimonio también se puede ser increíblemente feliz. Realmente no lo sé. No tengo solución.

¿Los hijos ayudan?

Depende de cuáles. Hay un montón de decisiones personales sobre cómo lleva uno sus relaciones. Y luego hay una lotería genética, porque te puede tocar un hijo que es un gilipollas y te jode la vida.

En Las despedidas escribes sobre un amor a primera vista. ¿Existe este amor o hacen falta unas cuantas vistas para superar el mero deseo físico y llegar así al verdadero enamoramiento?

Sí, te puedes enamorar a primera vista. El otro día leía un artículo divulgativo en The Economist que venía a concluir que existe el amor a primera vista. Yo pienso que sí, que se puede dar en algunos casos.

Para ir terminando, la novela contiene mucha referencia cultureta. Canciones, imágenes, referencias artísticas… ¿Una obra es mejor cuando toma prestado lo valioso de los demás?

Todo esto se da de forma natural. Todo ese mundo musical es mi mundo. Cuando hablo del paisaje de mi vida, no pueden no estar todas estas referencias. Me reconozco en ese ambiente de adolescencia, de gustos musicales y festivales…

De veranos soleados en Menorca…

Bueno, en Las despedidas hay mucho de mí pero ni he estado en el Burning Man, ni veraneo en Menorca. Yo conozco el verano del País Vasco, que es mi pasado. Muchas cosas de la novela no pertenecen a mi vida.

Por cerrar con el título de Las despedidas. ¿Eres de los que se van rápido sin avisar? ¿O de los que no se despiden porque te quedas hasta el final?

Soy de los que terminan la fiesta. De los que hay que echar porque se quedan hasta el final. Si la fiesta es realmente divertida, soy el último de todos.

Imagen: Lupe de la Vallina

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