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10 poetas internacionales que hay que conocer

Esto es una lista personal, no arbitraria pero sí a salto de mata, como si me hubieran asaltado en una esquina obligándome a decir los diez nombres a punta de pistola. Faltan muchísimos, claro está. Pero es lo que me ha salido sin pensarlo mucho, cuando tenía el cañón de la Magnum 44 en la garganta. Las razones las he pensado después.

1. Walt Whitman

Por sus barbas frondosas que recuerdan bosques americanos y ríos caudalosos. Por ser el cantor de la fraternidad universal y a la vez del amor a su patria, de la belleza del cuerpo y la multitud de diferentes oficios y trabajos en la tierra. Por prestar sus versos al profesor Keating en El Club de los Poetas Muertos, que tanto nos inspiró, y por demostrar que el verso libre puede ser musical y poderoso, empezando por su Ode to Myself:

Canto a mí mismo

Yo me celebro y yo me canto,

Y todo cuanto es mío también es tuyo,

Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.

Indolente y ocioso convido a mi alma,

Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.

Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta tierra, con este aire,

Nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo mismo que sus padres,

Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,

Y espero no cesar hasta mi muerte.

Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás;

me sirvieron, no las olvido;

Soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin cuidarme de riesgos,

Naturaleza sin freno con elemental energía.

Creo en ti, mi alma, el otro que soy no se rebajará ante ti,

Y tú no te rebajarás ante él.

Tiéndete en el pasto conmigo, desembaraza tu garganta,

No son palabras, ni música, ni versos lo que preciso, ni hábitos, ni

discursos ni aun los mejores,

Sólo quiero el arrullo, el susurro de tu voz suave.

(…)

(y sigue)

Aquí hablamos más de Whitman.

2. Pablo Neruda

Por ser el Whitman en español. Por haber escrito los versos más tristes esta noche, en la exagerada y azul adolescencia, y los maduros frutos del amor tardío en Cien sonetos de amor. Por su Residencia en la tierra, que recoge el influjo vanguardista de lo surreal y nos introduce en ambientes únicos con ese poderío verbal que le caracteriza. Por sus Odas elementales, de pies diminutos tocando el barro de los trabajos humanos y la cabeza en los cielos y en los edificios más altos.

Soneto XVI

Amo el trozo de tierra que tú eres,

porque de las praderas planetarias

otra estrella no tengo. Tú repites

la multiplicación del universo.

Tus anchos ojos son la luz que tengo

de las constelaciones derrotadas,

tu piel palpita como los caminos

que recorre en la lluvia el meteoro.

De tanta luna fueron para mí tus caderas,

de todo el sol tu boca profunda y su delicia,

de tanta luz ardiente como miel en la sombra

tu corazón quemado por largos rayos rojos,

y así recorro el fuego de tu forma besándote,

pequeña y planetaria, paloma y geografía.

(Todos los sonetos aquí)

(Artículo sobre Neruda aquí)

3. Jorge Luis Borges

Por sus laberintos, minotauros, espejos y clepsidras, en el cóncavo tiempo de la biblioteca a oscuras. Por sus ojos ciegos que buscaban el Sur en Buenos Aires, un rumor de cuchillos en las esquinas y el tango emergiendo desde un patio perdido. Por su forma de narrar, eficaz y poética a un tiempo. Por sus sonetos que funcionan como un reloj suizo, y que sin embargo tienen alma.

1964 (II)

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.

Hay tantas otras cosas en el mundo;

un instante cualquiera es más profundo

y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una

oscura maravilla nos acecha,

la muerte, ese otro mar, esa otra flecha

que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste

y me quitaste debe ser borrada;

lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo que me queda el goce de estar triste,

esa vana costumbre que me inclina

al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

(Hablamos más de este soneto aquí).

4. T. S.Eliot

Porque ha hecho que pensemos ya siempre en él cada primero de abril («April is the cruellest month…»), y cada Miércoles de Ceniza. Porque renueva la poesía inglesa, con The Waste Land y Four Quartets, llevando la expresión poética a límites de profundidad y espíritu nunca vistos en verso moderno. Por el final del cuarto cuarteto, que nos consuela al decirnos que «todo estará bien, / y toda clase de cosas estará bien, / cuando (…) la llama y el fuego sean uno».

I. El entierro de los muertos

Abril es el mes más cruel: engendra

lilas de la tierra muerta, mezcla

recuerdos y anhelos, despierta

inertes raíces con lluvias primaverales.

El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo

la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo

una pequeña vida con tubérculos secos (…)

(Sigue)

5. William Shakespeare

Por ser, como quiso Whitman, una multitud. Por pulsar todas las fibras del corazón humano, expresando cada emoción, y por haber fundado el idioma inglés sobre el verso y el escenario. Por sus obras de teatro estrenadas en The Globe, y por sus sonetos de amor, y por el misterio de su identidad y su biografía. Porque no amamos igual después de él.

Soneto 18

¿Te comparo con un día de primavera?

Tú eres más radiante y mucho más templado.

La primavera es breve y su bonanza incierta:

ahora el sol abrasa en un cielo azul claro

y luego nos oculta su semblante dorado,

el firmamento azul de tristeza se nubla

y troncha el viento cruel los capullos de mayo,

por azar o designio de la diosa Natura.

Mas tú no. Tu esplendor será por siempre eterno

y, con él, el gozar de tu belleza indemne.

Pues vives ya fundido en inmortales versos,

burlarás los fatales alardes de la muerte.

En tanto un hombre aliente y dos ojos abiertos

puedan ver, estos versos vivirán y tú en ellos.

(Traducción de Ignacio Gamen. Más aquí)

6. César Vallejo

Por fundir la tristeza india del terruño, el candor de la infancia, con la renovación vanguardista del lenguaje poético en fabulosos libros, especialmente Trilce (unión de «triste» y «dulce») y Los Heraldos Negros. Por aportar al castellano un aire andino y una luz nueva.

Los Heraldos Negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

7. Wisława Szymborska

Porque es una gran poeta, pese a ser Premio Nobel. Porque su mirada se posa sobre lo pequeño y cotidiano, y nunca se da demasiada importancia, extrayendo jugo a cada nombre y a cada adjetivo. Porque tiene siempre algo que decir de manera sencilla y encantadora. Porque se abre camino a través del sacrificio cruento de la traducción y consigue que nos guste a los que no sabemos leer en polaco. Por su luminosa bonhomía.

Elogio de la mala conciencia de sí mismo

El ratonero no tiene nada que reprocharse.

Los escrúpulos le son ajenos a la pantera negra.

No dudan de lo apropiado de sus actos las pirañas.

 EL crótalo se acepta sin complejos a sí mismo.

No existe un chacal autocrítico.

El tábano, la langosta, la tenia y el caimán

viven como viven y así están satisfechos.

De cien kilos es el corazón de la orca,

pero no le pesa.

Nada más animal

que una conciencia limpia

en el tercer planeta del Sol.

(Traducido Abel A. Murcia Serrano. Más, aquí).

8. Paul Verlaine

Por haber puesto palabras a aquello que Erick Satie convirtió en música: la congoja del corazón algunas tardes, cuando el viento barre las hojas de los parques y la vida parece ser algo que ocurrió hace mucho tiempo. Por haber sido elegido «Príncipe de los poetas» y morir en la miseria. Por haber escrito antes que nadie: «Llueve en mi corazón / como llueve en la ciudad».

Canción de otoño

Los sollozos más hondos

del violín del otoño

son igual

que una herida en el alma

de congojas extrañas

sin final.

Tembloroso recuerdo

esta huida del tiempo

que se fue.

Evocando el pasado

y los días lejanos

lloraré.

Este viento se lleva

el ayer de tiniebla

que pasó,

una mala borrasca

que levanta hojarasca

como yo.

(Versión de Carlos Pujol)

9. Fernando Pessoa

Por habernos hecho amar Lisboa y los rincones más oscuros de la Ciudad Blanca. Por esconder su verdad fragmentada en múltiples espejos y nombres: Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Bernardo Soares… Por hacernos querer aprender portugués, y no solo para pedir uma bica e una torrada. Por su figura fugitiva con gabardina y sombrero, y bigotito funcionarial, que nos lleva por un laberinto de calles hasta el cementerio Os Prazeres. Y de allí a la eternidad.

Poema en línea recta

(del heterónimo Álvaro de Campos)

Nunca he conocido a nadie a quien le hubiesen molido a

palos.

Todos mis conocidos han sido campeones en todo.

Y yo, tantas veces despreciable, tantas veces inmundo,

tantas veces vil,

yo, tantas veces irrefutablemente parásito,

imperdonablemente sucio,

yo, que tantas veces no he tenido paciencia para bañarme,

yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo,

que he tropezado públicamente en las alfombras de las

ceremonias,

que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,

que he sufrido ofensas y me he callado,

que cuando no me he callado, he sido más ridículo todavía;

yo, que les he parecido cómico a las camareras de hotel,

yo, que he advertido guiños entre los mozos de carga,

yo, que he hecho canalladas financieras y he pedido prestado

sin pagar,

yo, que, a la hora de las bofetadas, me agaché

fuera del alcance las bofetadas;

yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas

ridículas,

me doy cuenta de que no tengo par en esto en todo el

mundo.

Toda la gente que conozco y que habla conmigo

nunca hizo nada ridículo, nunca sufrió una afrenta,

nunca fue sino príncipe – todos ellos príncipes – en la vida…

¡Ojalá pudiese oír la voz humana de alguien

que confesara no un pecado, sino una infamia;

que contara, no una violencia, sino una cobardía!

No, son todos el Ideal, si los oigo y me hablan.

¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que ha

sido vil alguna vez?

¡Oh príncipes, hermanos míos,

¡Leches, estoy harto de semidioses!

¿Dónde hay gente en el mundo?

¿Seré yo el único ser vil y equivocado de la tierra?

Podrán no haberles amado las mujeres,

pueden haber sido traicionados; pero ridículos, ¡nunca!

Y yo, que he sido ridículo sin que me hayan traicionado,

¿cómo voy a hablar con esos superiores míos sin titubear?

Yo, que he sido vil, literalmente vil,

vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.

(Más sobre Pessoa, aquí).

10. Anne Sexton

Por su amarga libertad y su valentía. Por ser irónica, sarcástica, tierna, ácida, inteligente y lírica. Por cantar el abandono, el enamoramiento y la ausencia con un lenguaje duro y penetrante, que no se olvida fácilmente. Por haber salido del pozo de la depresión y del intento de suicidio y haberse puesto a escribir poesía. Por tratar temas que eran tabú hasta entonces. Por su Premio Pulitzer en 1967. También por la canción que le dedicó Peter Gabriel. Lástima que su segundo intento de suicidio saliera bien.

Nosotros

Estaba envuelta en negra

y blanca piel y

tú me desenvolviste y después

me situaste en la dorada luz

y entonces me coronaste,

mientras la nieve caía fuera

de la puerta como dardos diagonales.

A la vez que veinticinco centímetros de nieve

caían como estrellas

en pequeños y calcificados fragmentos,

estábamos en nuestros propios cuerpos

(ese espacio que nos enterrará)

y tu estabas en mi cuerpo

(ese espacio que nos sobrevivirá)

y primero te froté

tus secos pies con una toalla

porque era tu esclava

y entonces me llamaste princesa.

¡Princesa!

Oh al momento

me puse de pie con mi dorada piel

y me deshice de los salmos

me deshice de la ropa

y tú desataste la brida

y desataste las riendas

y yo desabroché los botones,

los huesos, las confusiones,

las postales de Nueva Inglaterra,

las noches de enero pasadas las diez

y nos erguimos como el trigo,

hectárea tras hectárea de oro,

y cosechamos,

cosechamos.

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