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El verdadero protagonista de Harry Potter

A estas alturas del partido (de Quidditch), ya no resulta nuevo decir que el verdadero protagonista de la saga de Harry Potter es el profesor Snape. Es el tipo de frases que los provocadores (a.k.a. tocahuevos) gustamos de soltar en todo tipo de reuniones sociales. Entre canapé y copa de manzanilla, si alguien habla de su afición por los libros de la Rowling introducimos un «desde luego, todos sabemos que el niñato con gafas y flequillo no es el verdadero protagonista», y esperamos a que nos pregunten –con tono de paciencia, si ya nos conocen–: «a veeer… ¿quién es, según tú?». Y entonces el auténtico repelente, el asqueroso-pata-negra, concede (con gesto de «por favor… qué cosa más tonta»): «Snape, obviamente».

Sucede igual con la segunda mejor serie de la Historia (es importante que se escuche la mayúscula), que es Breaking Bad. Si nuestro interlocutor nos responde «porque la primera es The Wire, ¿no?», ya tenemos amigo para toda la vida. El resto de humanos, la chusma, nos mira con cara de oler un táper con moho. Y así vamos avanzando, hacia una aurora dorada de dedos de rosa, entre cadáveres de no-amigos para los que somos unos insoportables, pero de la mano de unos pocos Elegidos. La vida puede ser maravillosa.

(Ojo: artículo cuajadito de SPOILERS)

Snape, obviamente

Esto ya lo apuntamos en otra ocasión: por muy de cartón piedra que nos resulte el minimundo de varitas y túnicas, de pseudolatines y calderos, la historia sacrificial de Snape posee la grandeza trágica de los clásicos. Imaginemos la paleta de sentimientos encontrados en el pecho del adusto profesor, enlutado como Machado en Soria, cuando descubre que su nuevo alumno con pinta de gato famélico es el hijo de su Lily Evans.

La grandeza trágica, si seguimos la Poética de Aristóteles, es la misma de Edipo, cuando se entera de que Yocasta es su madre. La paleta de emociones, por seguir con la imagen cursi, presenta abruptos contrastes. Edipo, al acostarse con su madre, gozaría (por decirlo fino), pero después descubre que está maldito y que ha de llevar aquella historia hasta su consecuencia última, sangre a sangre. Snape ni siquiera había gozado (por decirlo fino), pero profesaba amor por aquella chiquilla que se reía con él y que se fue con el que le hacía bullying. Snape es el pagafantas de la novia de su acosador. Aun así la sigue amando después de muerta, hasta el punto de jurar defender al hijo de sus entrañas. Hijo de su amor terrenal y su abusón del cole, que se dice pronto.

Dice Aristóteles que el héroe trágico suscita sentimientos de pena o temor. Lo primero está claro: Snape no es la alegría de la huerta, y ninguno querríamos ser un cenizo con cara de arruinar hasta una rave de Charlie Sheen. (A topísimo de SPOILER aquí). Murió su amor, tuvo su época gótica en la que fue mortífago, no lo disfrutó porque en el fondo es bueno, se arrepintió y juró lealtad a un señor con barba blanca que no es Gandalf, y éste le encomendó cuidar al fruto de los orgasmos de su difunta amada con su pegón del cole. Toma castaña. Nadie puede decir que envidie su suerte. Pero además, desde la perspectiva de un alumno de primer año, inspira temor. Esa voz pausada, grave y gangosa (que Dios tenga en su gloria a Alan Rickman), esa palidez de salirte a pagar la declaración, ese pelo como si lo hubiera lamido una vaca, y el poder de bajarte mucho la nota media del expediente, ya que Pociones es una asignatura troncal. Lo tiene todo el hombre. Grandeza trágica full equip.

Dolor de amor ¿contradicción en los términos?

En estos tiempos de tutorial de YouTube sobre el amor tóxico, el trastorno narcisista y el gaslighting, hubiérase dicho que la identificación entre amor y sufrimiento no nos resultaría simpática. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que este es un caso diferente de los Romeo y Julieta, Tristán e isolda, Ana Karenina y Alexei Kirilovich o Beren y Luthien. En todos esos tipos literarios hay deseo y amor recíproco. Amor adúltero, casi siempre, o prohibido por los padres y suegros.

Tener al Universo en contra ha sido el tradicional afrodisíaco de los jóvenes en celo, o no tan jóvenes; llenas están las bibliotecas con sus aventuras y, sobre todo, desventuras. Pero Snape es una figura aún más trágica y más grande, porque su amor no puede morir. Su amor es de una sola dirección, y no se agota por el pequeño detalle de no ser correspondido. Además, ella murió a manos de un supermalvado. Sello sobre sello. Lo imposible al cubo. La tradición en que se enmarca es la de un Dante o un Petrarca, de amores imposibles hasta el tuétano. Beatrice Portinari –la de Dante– se casó con un preboste de la época, Simone de Bardi, y murió con veinticuatro años. Y, sobre sus cuatro encuentros mal contados, el poeta levantó la catedral de la Divina Comedia.

My point

Ahora es cuando los jovencitos que sólo ven tutoriales en inglés dirían «¿cuál es mi punto?» (traducción literal de what’s my point?, o sea, «¿a dónde quiero llegar?», «¿Qué quiero decir con esto?»). Quiero llegar a que es cierto que hay una grandeza trágica en la figura de Snape, pero no en su amor por Lily. Es en el sacrificio por otros, en ocupar una posición y realizar unas tareas desagradables o peligrosas por el bien de los demás, donde radica su valor y su grandeza. Hacerse pasar por mortífago, aguantar el escrutinio del Señor Oscuro, tener que fingir sentimientos negros e intenciones retorcidas, adoptar un carácter hosco y amargado (aunque esto no debió de costarle tanto), para que otros se pudieran salvar, al salvar a Harry.

«Tareas desagradables y peligrosas»

Pero, en el fondo, su amor por Lily y ese aparentemente grandioso «always» que le responde a Dumbledore, no es tan hermoso como parece. La amaba, sí, pero ella lo quería como amigo, y se enamoró de otro más chulo. Ya está. Haberse buscado una brujita sexy, una seño molona de Hogwarts que le hiciera Wingardum Leviosa en salva sea la parte. Y a vivir la vida. Su existencia oscura, pringosa, de mazmorra, susurros y destellos verdes, tuvo valor por el sacrificio; pero ese tipo de amor difunto, enquistado, de taxidermista, no es nada deseable. La mezcla de ambos elementos, el turbio de la obsesión por Lily, y el luminoso de su entrega final, es lo que le da calidad a la película, que diría aquel. Es lo que hace que, quod erat demonstrandum, Severus Snape sea el verdadero protagonista de la saga.

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