Algo tenían en común Roald Dahl, Beatrix Potter y Charles Dickens. Eran ingleses, en algún momento su vida no fue fácil y se refugiaron en la literatura infantil para huir de esa realidad. Pero no hace falta ser inglés para esto último, pues Astrid Lindgren, creadora de Pippi Calzaslargas, se dejó caer también en su propia imaginación para ahuyentar a esos fantasmas. Ella no era británica, la escritora nació y murió en Suecia.

También ocurrió lo mismo con Walt Disney, americano, o con nuestra mismísima Gloria Fuertes.

Entonces, ¿es la literatura infantil un antídoto contra la realidad? Desde luego es una teoría que no tengo demostrada, pero lo cierto es que el patrón se cumple con relativa frecuencia.

Y también se cumplió con Beatrix Potter. La escritora tuvo una vida acomodada. No pasó penurias y la cadavérica mano del trabajo infantil no vino a mecer su cuna ni su cama, en ese Londres tan crudo de 1866 en el que nació.

Sin embargo, Beatrix pasó su infancia con una institutriz, y no todas eran Mary Poppins en esa época. Sus padres se volcaron en la vida social, por lo que mientras, ella pasaba tardes y tardes en su habitación leyendo y dibujando, con la única compañía de su hermano. Aunque parece que nunca le pesó.

«Gracias a Dios nunca me enviaron a la escuela; habría borrado algo de la originalidad.»

Su vía de escape eran los veranos en Escocia, concretamente en el deslumbrante Distrito de los Lagos, en el castillo de Wray, en 1882. Allí, rodeada de naturaleza, empezó a crear el mundo que luego la encumbró. Los animales, que dejaba entrar en casa, pronto traspasaron las fronteras antropomórficas para caminar erguidos y vestirse con levitas, delantales almidonados o sombreros de paseo. Tuvo más de 90 mascotas.

Su pasión por la naturaleza y su forma de ser autodidacta hicieron aflorar a una Beatrix Potter científica. En 1896 ya había desarrollado su propia teoría sobre la reproducción de las esporas de los hongos y escribió un artículo titulado «On the Germination of the Spores of Agaricineae».  Este trabajo fue presentado un año después en una reunión de la Sociedad Linneana, en 1897, por uno de los micólogos del Real Jardín Botánico de Kew, ya que las mujeres no podían asistir a las reuniones de la Sociedad. Su ponencia se ha perdido, pero en 1997 esta institución se disculpó a título póstumo con la escritora.

Potter empezó escribiendo cuentos ilustrados para amigos y conocidos, el hijo de su niñera era un verdadero fan. Hasta que un buen día en 1901, Peter Rabit, su primer personaje, se escapó del papel donde estaba dibujado para publicar su primera edición privada. Tenía 35 años. Publicó 250 copias en blanco y negro.

Antes de esto, había iniciado una larga travesía entre editores comerciales hasta que conoció a Frederick Warne, quien la convenció para crear sus ilustraciones a color y se lo publicó. Tras Perico, como es cariñosamente conocido en España, vendría El Cuento de la Ardilla Nuececita y El sastre de Gloucester, que por cierto era un hombre; eso sí, bien acompañado por un gato y varios ratones. Y así hasta más de 30.

Beatrix comenzó una tardía carrera de éxito, no acompasada por su vida sentimental. Se enamoró del hijo de su editor y llegó a comprometerse con él a escondidas de sus padres, a quienes no les hacía ninguna gracia ver a su hija casada con un señor que tenía que trabajar para vivir. Lástima doble que encima falleciese antes de poder casarse.

Su obsesión por el Distrito de los Lagos llegó a tal punto que se compró allí su propia casa en 1905, Hill Top, una granja. En 1909 compraría su segunda granja, Castle Cottage y en 1913, con 47 años, se casó con su abogado, William Heelis con quien viviría el resto de su vida. Eso sí, Beatrix se reservó Hill Top para ella solita, a donde iba a trabajar cada día. Su refugio.

A medida que pasaba el tiempo, de la Potter escritora e ilustradora fue emanando una auténtica activista por su entorno y comunidad. Participó en comités para mejorar la vida rural, se opuso a los hidroaviones en los lagos y desarrolló una delirante pasión por la cría de ovejas Herdwick. Tanto que en 1923 compró Troutbeck Park, una enorme granja de ovejas enfermas a las que devolvió la salud agrícola. Se convirtió en una de las criadoras de Herdwick más admiradas de la región y ganó premios en todos los concursos locales.

En la Asamblea General Anual de la Asociación de Criadores de Ovejas Herdwick, celebrada en marzo de 1943, Beatrix fue elegida presidenta a partir de marzo de 1944. Hubiera sido la primera mujer presidenta de la asociación, pero desgraciadamente, murió antes de poder asumir este cargo.

«Hay algo delicioso en escribir las primeras palabras de un cuento, nunca se sabe a dónde te llevarán».

Beatrix Potter fue una adelantada a su tiempo. Lo demuestra su diario escrito en un alfabeto secreto cifrado, donde reposan sus ideas sobre la sociedad, el arte o la actualidad. Un hombre con paciencia, Leslie Linder, pasó trece años descifrándolo y lo consiguió. En 1966 se publicó una edición incompleta.

Era incansable. Beatrix Potter dibujó sus propias versiones de cuentos como La Cenicienta, La Bella Durmiente y Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. En 1913 escribió poesía. En 1929 publicó también un libro más largo, La caravana de las hadas, en Estados Unidos. Aunque se publicó una pequeña edición en Inglaterra por motivos de derechos de autor, no apareció comercialmente allí hasta después de su muerte. Potter lo consideraba demasiado autobiográfico y personal. En 1930, el entrañable Cerdito Robinson cerraría su etapa literaria.

En 2016 se publicó un manuscrito de un cuento sin editar descubierto por JO Hanks, la editora de libros infantiles que nunca había visto la luz.

Tras su muerte, Beatrix Potter legó quince granjas al National Trust, la Fundación Nacional para los Lugares de Interés Histórico o de Belleza Natural. Una donación que protegió y conservó la singular campiña del Distrito de los Lagos y ayudó a convertirlo en un Parque Nacional.

A día de hoy, todas las granjas que dejó Beatrix Potter siguen en funcionamiento y son gestionadas por agricultores arrendatarios del National Trust, de acuerdo con sus deseos.

Beatrix Potter no tuvo hijos, pero hizo feliz a muchos niños. Dicen que no era muy simpática y que cuando el mismísimo Roald Dahl con seis añitos fue a verla a su granja con su madre, le despachó en cinco minutos. No sabemos si es verdad, pero sí que fue de las primeras autoras en licenciar muñecos de sus personajes y que revolucionó la forma que los ingleses tenían de cuidar la naturaleza. También que dedicó toda su vida a contribuir a la infancia de los niños y que su legado literario lejos de apagarse es cada día más necesario.

Ella sabía que, como dijo Peter Rabbit, «hasta el más pequeño puede cambiar el mundo».