Cuando este barbero rindió homenaje a la poesía del Capitán Aldana, comentó de pasada ¡qué gran novela se haría con su vida! Un paciente lector me dio la razón y todavía más: me dijo que ya se había escrito. Por Santiago Miralles Huete, titulada El cielo a gritos y subtitulada: Francisco de Aldana, soldado y poeta.
Gran novela por el personaje que retrata y el tiempo en el que vivió, en pleno apogeo militar español, pero también por razones estrictamente literarias. Como los datos históricos son pocos y difusos, la novela, con su reconocimiento explícito del papel de la imaginación, pero con el pacto implícito de la verosimilitud y el rigor posible, es la mejor herramienta para acercarnos a la vida del poeta y capitán Francisco de Aldana. La labor de Miralles Huete es muy meritoria. Ha estudiado todos los datos y ha sabido leer entre líneas los poemas de Aldana para hacerse con su voz y con el temple de su alma.
Su mayor mérito es que encuentra la técnica compositiva adecuada: el perspectivismo. Es un expediente inmejorable porque asistimos a cómo reconstruye la vida de Aldana apoyándose en otros personajes: el duque de Alba, Felipe II, Arias Montona, el Inca Garcilaso, incluso Julio Martínez Mesanza —al que va dedicado el libro y Cernuda, por supuesto. Se nos ofrece una visión de Aldana, plural, como la de todos, llena de voces y de ecos y de trazas de biografismo de aquellos que le trataron o pudieron hacerlo o lo han estudiado. Como de muchos de estos personajes se tienen más datos, el expediente contribuye a la solidez de la verosimilitud del conjunto. Eso le permite además adoptar una variedad de tonos y valoraciones. Un ejemplo. Cosme de Aldana, su hermano, pone al poeta por las nubes, pero antes, don Francisco de Quevedo había recordado que a su editor Cosme le perdía una admiración fraternal acrítica. Son juegos sutiles que arrojan mucha luz sobre un poeta que la tuvo en sus versos, pero cuya biografía quedó, quizá voluntariamente, en la penumbra. Aldana, que «sobrevivió a decenas de batallas, y escapó maltrecho pero vivo de arcabuzazos, lanzadas, disparos de artillería, caídas del caballo y mandobles de espada», no trabajó para su gloria: «un solo soneto, y en italiano, vio impreso durante su vida». Miralles nos lo presenta así de esquivo, pero claro. Y presume, con verosimilitud, que quizá los consejos que se permitió entregar a Felipe II en forma de octavas, animándole a participar en la aventura africana de su sobrino el rey Sebastián de Portugal, acabaron determinando su suerte. Felipe II, que lo estimaba, lo envió a auxiliar al rey portugués y, por tanto, a Alcazarquivir. Lo indiscutible es que Aldana escribió este endecasílabo tan contundente como auténtico: «Yo mismo de mi mal ministro siendo». Nos dejó el bien de su poesía y el misterio de una vida que El cielo a gritos ha convertido en una novela muy sólida:
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Cuando nació [Francisco de Aldana], Apolo y Marte se encarnaron en criatura mortal.
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La poesía es un arma para plantarle cara a la angustia.
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A la eternidad se la seduce con la poesía: cantar siempre es soñar eternidades.
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Os enseñarán latines, gramática, poesía y todo eso. Está muy bien: esas materias ennoblecen las almas y elevan los espíritus; pero nunca olvidéis que lo que da de comer son los dineros y lo que nos mantiene vigorosos es el ejercicio de las armas.
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La guerra y la poesía no son ocupaciones incompatibles; antes al contrario.
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A nadie que sepa de dónde viene y quién es puede irle mal.
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«Pues háganlas vuestras mercedes, pero procuren que sea lejos de mi presencia» [Contestación de Leonor de Toledo cuando las damas de Florencia le dijeron que les gustaba hacer «otras cosas» además de coser y rezar.]
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Con Aldana me da siempre la impresión de que, al igual que con los diamantes, uno puede ver algunas de sus facetas, pero no todas, nunca todas.
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Miguel Ángel Buonarroti, que era hombre solitario y un poco huraño, se forzaba a juntarse con personas de calidad para aprender más.
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Sus amigos incluyen a Alessandro Varchi entre los vivos y a Plotino entre los muertos.
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Quien vive en el amor reside en un mundo superior.
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Los buenos libros son difíciles de hacer y fáciles de destruir.
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Sólo da resultados la disciplina aplicada de forma continua e inflexible. Eso lo sabe bien cualquier general, cualquier padre, cualquier arriero cuando trata con sus mulas.
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Aldana: «Anda cual velocísimo correo por dentro al alma, el suelto pensamiento».
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[Sobre Aldana:] Sabe difuminarse, ¿entiende lo que quiero decir? No se desajusta en ningún ambiente y en todos encuentra su acomodo.
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No es hombre para estarse quieto, no es como vuestra merced o como yo. Nosotros somos gente de Iglesia; él es… otra cosa.
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Lope de Vega: «Escribir no merece la pena si no son obras que santifiquen a quienes las leen y mejoren a quienes las escriben».
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Aplaudo, por eso, que a mi difunto hermano se lo conozca como el «Divino Capitán».
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La felicidad siempre se esconde en las rendijas del pasado.
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Su inteligencia es mayor de lo que su prudencia deja adivinar. [Lo dice Felipe II de Aldana, aunque parece autorretrato.]
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[Últimas palabras de Aldana:] «Señor, ya no es tiempo sino de morir, aunque sea a pie».