Japón no es, desde luego, una de las denominaciones de origen más conocidas de la novela negra. Desde allí, Seicho Matsumoto fue capaz de construir historias policiacas clásicas, con mucha influencia occidental, aunque arraigadas en una forma de narrar y ver el mundo inconfundiblemente niponas. Leer las tres novelas publicadas hasta ahora en español sirve como un chapuzón refrescante en una cultura literaria diferente, pero, al mismo tiempo, uno acaba el libro con la confortable sensación de no haberse alejado demasiado de los clásicos del género.

La editorial Libros del Asteroide no publica mucha novela policíaca, pero todo lo que nos traen es de extraordinaria calidad. Además, la selección de autores del gremio en su catálogo —George V. Higgins, John D. MacDonald, Léo Malet…— es variada y ofrece perspectivas originales de la narrativa criminal. Seicho Matsumoto (1909-1992), de quien han publicado hasta ahora tres novelas, cumple plenamente los dos requisitos: es muy bueno y abre la puerta a un pasillo muy poco transitado, el de la novela negra japonesa.

Nacido en la prefectura de Fukuoka, en la isla de Kyūshū, Matsumoto tardó bastante en publicar, pero agarró el vicio de la literatura con un entusiasmo voraz. Tenía más de 40 cuando ganó el concurso literario de una revista. Desde entonces hasta su muerte publicaría más de 400 libros, llegando a publicar cinco novelas por entregas simultáneamente en varias cabeceras. Además del género policiaco, publicó textos históricos y artículos diversos. Fue presidente de la Asociación de Escritores de Misterio de Japón entre 1963 y 1971 y recibió varios galardones de prestigio en su país.

Usando la poderosa lente de las historias de crímenes, Matsumoto fue uno de los grandes cronistas del Japón de posguerra, un país pujante que parecía capaz de disputarle a Estados Unidos el trono de primera potencia económica gracias a la innovación tecnológica y a una forma de entender los negocios tan tradicional como avanzada. De la mano de ese milagro económico llegaron la corrupción, los delitos de altos vuelos, la marginación y otros reversos sombríos de la riqueza rápida.

Vasos de sake y entrechocar de palillos

En su universo literario, como en el de los pioneros del género, hay muchos trenes; unas veces son esenciales en la trama y otras simple decorado, pero siempre hay algún raíl que atraviesa la historia. No parece casual: en el Japón de su tiempo, el tren era un símbolo de desarrollo y de cohesión. Hay también amores raros, casi siempre un poco distantes; un fuerte sentido del  honor; suicidios, reales o fingidos; ejecutivos frustrados con sus vidas, amas de casa que se aburren, geishas enigmáticas y ancianos que lo ven todo.

Los escenarios se mueven entre la gran ciudad y el Japón rural. Hay restaurantes y tabernas –reservados con tatami, trajinar de vasos de sake, entrechocar de palillos-, tiendas decadentes y despachos públicos enmoquetados; kimonos y elegantes trajes de corte americano.

Una advertencia: algunos pueden pensar, en el primer intento, que la cadencia narrativa de Matsumoto es lenta. Deberían darle una segunda oportunidad: si uno es capaz de sumergirse en su mundo, de entender que los detalles que incluye en la trama no son ni mucho menos un mero atrezzo, se lo pasará en grande. Porque, pese a lo que pueda parecer, en sus novelas no sobra nada; todo encaja y todo sirve para hacer avanzar la historia, incluso las sobrias y precisas descripciones geográficas. La lectura es ágil y placentera. A esto contribuye, en las ediciones españolas, la elegante traducción de Marina Bornas.

Muy lejos, pero muy cerca

La primera novela publicada por Libros del Asteroide fue El expreso de Tokio, que ya reseñé en esta misma página. Lo que parece un doble suicidio de unos amantes, un funcionario y una camarera, se convierte pronto en una oscura trama de corrupción. En Un lugar desconocido, todo comienza con un infarto. La novela da un giro sorprendente hacia los tres cuartos que la acerca a las intrigas morales de Patricia Highsmith. La chica de Kyushu, mi favorita hasta ahora, gira alrededor de la venganza, de la familia y de la pobreza, tres temas universales en la narrativa de misterio.

Ese contraste entre lo local y lo global —que, en el caso de la novela negra, es sinónimo de anglosajón— lo resuelve Matsumoto con el mismo ingenio que usa en sus tramas. Su Tokio se parece un poco a los bajos fondos de San Francisco, y sus paisajes de la costa japonesa nos recuerdan a los de la lluviosa Inglaterra. Se le ha comparado mucho con Simenon, con quien coincide en la atmósfera y en su capacidad para fondear en el alma de sus personajes, pero también suena muy próximo a los británicos —en su atención al detalle y a la arquitectura narrativa— y al hard-boiled —en el ambiente sombrío y la violencia soterrada—.

Ese es su gran secreto: escribir muy auténtico, pero con aprecio y cercanía hacia los maestros del género, que había leído con fruición. Por eso uno pasa la última página de sus novelas con la sensación de haber disfrutado del viaje a un destino exótico, pero, al mismo tiempo, con la certeza de que no haberse alejado mucho de los viejos y queridos territorios de los clásicos. Prueben a hacer una excursión.