Alain es el alado seudónimo de Émile-Auguste Chartier (Mortagne-au-Perche, Normandía, 1868-París, 1951), que me parece una lástima, porque el nombre propio era bonito. Quizá arranca de los tiempos en que fue un beligerante pacifista y tenía que guardar anonimato. En todo caso, le perdonamos todo, por la alegría que nos da con su libro sobre la felicidad.
Chartier fue profesor. Profesor de instituto o de liceo, para decirlo en francés. Sorprende la calidad de los alumnos que tuvo y que dejase una huella perenne en ellos. Entre otros, Simone Weil y Raymond Aron, nada menos. Siendo yo también profesor, leyéndole con el dato de su influencia en la memoria, se percibe que su mezcla de transparencia estilística, sagacidad intelectual y simpatía de racimo la explican bastante bien. Se le agradece.
Por último, antes de que el barbero ofrezca sus propuestas para la felicidad en cómodas píldoras, otro agradecimiento. Se ve muy bien una línea francesa que va de Montaigne a Phillipe Delerm pasando por Christian Bobin. Una reflexión amable y atenta, sin más pedanterías que las jugosas, con vocación de ayudar al lector, además de charlar respetuosamente con él. Como buen profesor, Chartier explica mejor que nadie ese aire de familia.
Y ahora, a por la felicidad:
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El esfuerzo que se hace para ser feliz nunca es inútil.
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Obrar es osar.
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Como un perro, que al comerse la gallina la convierte en carne de perro y grasa de perro, así el individuado digiere el acontecimiento. […] Es propio del hombre fuerte marcarlo todo con su sello.
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El deseo decae si no acaba en voluntad.
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Nada hay tan agradable como una victoria difícil cuando el combate depende de nosotros.
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Toda dicha es esencialmente poesía, y poesía quiere decir acción.
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Hay que aprender a ser feliz.
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Por eso la fe es la primera de las virtudes, y la esperanza sólo la segunda, porque es preciso comenzar sin esperanza.
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Sólo una cosa tengo que decir al melancólico: mira a lo lejos.
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Desde todas partes puede verse el cielo estrellado: he ahí un bellísimo precipicio.
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Para mí viajar es andar un metro o dos.
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Si por casualidad yo tuviera que escribir un tratado de moral, pondría el buen humor a la cabeza de todos los deberes.
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Una serenidad que realmente embellece. Pues si bien es cierto que el amarillo no favorece a las rubias ni el verde a las morenas, la mueca de la inquietud, de la envidia y del pesar no favorece a nadie.
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Hay miradas que siempre serán como un mal de ojo.
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Un hombre descortés sigue siéndolo cuando está solo.
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El maestro de armas considera un buen esgrimidor al que al mover la cucharilla en la taza de café no hace un movimiento de más.
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Principio de moral: «No seas nunca insolente más que de forma deliberada y con un hombre más poderoso que tú»
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La cortesía: una gimnasia contra las pasiones.
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Tener esperanza es ser feliz.
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Lo mejor que podemos hacer en beneficio de los que nos aman es ser felices.
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Y se llama gracia, en otro sentido de esta palabra tan rica, a la felicidad sin causa que emana del ser como de una fuente.
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Se debería enseñar a los niños el arte de ser feliz. No el arte de ser feliz cuando la desgracia se desploma sobre nosotros; dejo eso para los estoicos; sino el arte de ser feliz cuando las circunstancias son tolerables y toda la amargura de la vida se reduce a pequeños contratiempos y malestares.
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La experiencia me ha demostrado que no se puede distraer a los que se aburren consigo mismos.
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Es imposible ser feliz si no se quiere serlo.
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El pesimismo pertenece al humor; el optimismo a la voluntad.
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Por precaución, toda idea triste debe ser tenida por engañosa.