Pocos meses después de la muerte de José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930-2020) se ha publicado el último tomo de su diario, titulado Evocaciones y presencias, en Confluencias Editorial. La primera tentación —en la que yo he caído— es comentar su sorprendente novedad. Es un diario en que el maestro de Alcazarén, con ochenta y nueve años, se lanza valientemente a la razzia de criticar los derroteros de la política más actual. Nunca faltaron en sus escritos agudas notas de irónica crítica social y de preocupación por los tiempos que corrían. En este tomo último de sus diarios, sube el nivel de su preocupación y, leyéndole, es fácil entender que no le faltan motivos; y agradecerle, sobre todo, el paso al frente. Ya digo que ya lo he hecho, aprovechando sus valiosas observaciones de actualidad al menos en dos artículos de prensa.

 

 

Pero Evocaciones y presencias es mucho más que un diagnóstico político. Otra novedad más sutil es la de cierto —elegante y bienhumorado— examen de conciencia sobre sus posturas de juventud. O ideológicas («tuvimos algunos tiempos de profesión progresista y marxismo dulce […] pero todos pasamos la gripe») o religiosas. Alaba o admira a quienes se opusieron o alertaron de las reformas litúrgicas del Concilio Vaticano II.

 

Y, además, está lo de siempre: todo lo que ha hecho de la lectura de los diarios de Jiménez Lozano una delicia insustituible. Hallamos de nuevo ese alegría muy íntima que se le cuela por los intersticios de una prosa que clara como un riachuelo, una zumbona ironía constante, y  su perene conversación con los grandes maestros, para él viejos amigos, gentlemen and friends. Y (también como acostumbra) unos pocos poemas, como este villancico de su última Navidad: 

 

Promesa política

 

Fue el alcalde de Belén a ver al Niño y le dijo:

«Si gano las elecciones, habrá posadas gratis

los días que nieve o hiele». Y el Señor del mundo

contestóle al oído: «Si haces eso,

volveré a nacer aquí, sólo por verlo».

 

Hay alguna referencia a su edad y a su salud, pero poquísimas, y sólo de paso: «Cuando me pongo mi juego de conductor de oxígeno para mantener una buena proporción de él en sangre, y pienso también que, en el plano cultural, ya no se puede respirar el suficiente oxígeno, y tenemos que buscar unos cuantos libros y conversaciones que nos lo aporten». Y al revés. Se queja muy poco de los que enrarecen el aire, y sin perder la sonrisa: «Un caballero catalán del mundo de las letras, el Sr. Joan Margarit, dice en un periódico que “España me da miedo desde los Reyes Católicos”, y se sorprende uno bastante, porque quinientos años pasando miedo no son cualquier cosa». Hasta tiene humor para alegrarse de las modas que pasan: «Afortunadamente este año no he visto la odiosa y estúpida figura que lleva el nombre de “Papá Noel”». Y para echar alguna charleta con sus amigos escribidores, como con Herman Neville, que decía que «El prestigio y la fama literarios son una coincidencia de informaciones confusas».

Qué placer para el barbero escoger algunos de sus fragmentos:

 

        Instalados en la niebla, avanzamos hacia un poblado y los árboles y las casas se van afirmando en su realidad como si limpiásemos una moneda o como un viejo dibujo difuminado que va revelándose.

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       Si antes de los veinte años le llega a uno el dolorido sentir de Garcilaso o Petrarca, la armonía y claridad de Grecia y la alegría y simplicidad de Belén ya está salvado para la humanitas. De otro modo es muy difícil.

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       «Los libros con los que uno ha sido feliz». Y, pensándolo bien, es la única categoría seria y verdadera, y por esto mismo el simple recuerdo de esos libros nos hace revivir.

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       En una catedral nunca hay que tener prisa, y tampoco en restaurarla, primero hay que comprenderla.

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       Europa ya volvía a estar fascinada por los resplandores mezclados de la nada y el dinero.

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       La compañía de Santayana nos ha venido tan bien como aquella especie de exigencia de ser un gentelman intelectual o espiritual que parecía sustituir al traje de Corte del que decía Maquiavelo que él se ponía para             leer a los antiguos escritores y poetas. Es decir que nos disponíamos a leer estando vestidos ya de estupendas lecturas.  […] A Rosa Rossi la resultaba muy importante lo que eso significaba y, cuando me ponía en las    manos, o me enviaba algo para leer que la parecía de un gran valor y que yo debía leer muy atentamente, me decía o me escribía: «¡Ponte el chaqué del de Ávila, (Santayana) y léete eso cuanto antes!».

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       En bastantes iglesias ha entrado esta inmensa contradicción: la imaginería del llamado «arte abstracto» para expresar los contenidos carnales e históricos de la religión de la encarnación. O simplemente ha entrado la concepción puritana de odio a toda belleza y una manía de exhibición de pobretería, fealdad y mal gusto: iglesias como garajes, por ejemplo, que hoy son tan abundantes. 

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       Medio liquidada la familia, liquidada la cultura hasta con odio, e implantada la liberación, ya sólo queda la perentoria necesidad de liberarnos de la liberación. 

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[La última entrada de su diario y, por tanto, de todos sus diarios, el 13 de enero de 2020, hablando de la portada que la Editorial Confluencias había diseñado para su libro Precauciones con Teresa y El Mudejarillo] Y me han traído alegría la perdiz exhibiendo encantada sus medias rojas y otro pájaro difícil de decidir qué es, y que parece que lleva una especie de lentes, o quizás son solamente ojeras, y muestra una gran seriedad o inquisición de algo.

 

Os dejamos también su libro anterior.