Oímos «poesía» y pensamos automáticamente en la lírica, pero sería una pena olvidarnos de que existe una poesía ensayística, como el maravilloso Futurologías de José Miguel Ibáñez Langlois, al que he estado a punto de dedicarle este barbero, y sólo me ha cohibido caer en la última cuenta de que la semana pasada ya se lo dediqué a otro cura, también americano y encima igualmente de beligerante. Ya le tocará al chileno. También hay una poesía narrativa, como la Odisea, y, salvando las distancias, El Gaucho Martin Fierro de José Hernández (1834-1886).
Mantiene un equilibrio dificilísimo entre la tensión de la historia en sí del gaucho como héroe mítico y la gracia desgarrada de los poemas que recita y canta. Digo equilibrio y quizá tendría que perpetrar «sinergia», porque la voz propia de cada personaje ayuda a configurarlo y a darle vida. Como siempre, Borges lo vio antes: «En mi corta experiencia de narrador, he comprobado que saber cómo habla un personaje es saber quién es. Descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino».
La música del verso suena a «La canción del pirata» de Espronceda, aunque a veces la carga metafísica trae una evocación a la La vida es sueño calderoniana («Pido perdón a un Dios/ que tantos bienes me hizo;/ pero dende que es preciso/ que viva entre los infieles/ yo seré cruel con los crueles;/ así mi suerte lo quiso»). Las dos partes, con una primera salida o ida (1872) y una segunda o vuelta (1879) guiñan al mismísimo don Quijote, de la Pampa a la Mancha por encima de esa ancha es Castilla de agua salada que es el Atlántico. No acaban hay los ecos. ¿No cruza un momento por nuestra imaginación el Lazarillo de Tormes? ¿Y resuena en nuestros oídos un eco del refranero castellano, musicalizado en los acentos sureños? ¿Y una sombra del Libro de Job? Una prueba del gran arte, incluso cuando parece tan popular y sencillo, es su capacidad de resonancias.
«Expresar hombres que las futuras generaciones no querrán olvidar es una de las finalidades del arte», volvió a advertir Borges. ¿Quién no quisiera recordar como mínimo algunas de las mejores limaduras de Martín Fierro? No hay que quitarle Fierro a la poesía.
Gracias doy a la Virgen,
gracias doy al Señor,
porque entre tanto rigor
y habiendo perdido tanto,
no perdí mi amor al canto
ni mi voz como cantor.
[Nótese este indicio metapoético, el amor al canto precede a la voz como cantor]
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Pero yo canto opinando/ que es mi modo de cantar.
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La risa en las alegrías/ le pertenece al cristiano.
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Los bienes que Dios dio son […] la palabra es el primero,/ el segundo es la amistad.
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[Profundas y girardianas palabras contra la envidia] Cada lechón en su teta/ es el modo de mamar.
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Aprende el que es ignorante/ y el que es sabio aprende más.
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Mi inorancia no me arredra:/ también da chispas la piedra/ si la golpea el eslabón.
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El que por gusto navega/ no debe temerle al mar.
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Y dende hoy en adelante,
pongo de testigo al Cielo
para decir sin recelo
que, si mi pecho se inflama,
no cantaré por la fama
sino por buscar consuelo.
[Estos cuatro últimos fragmentos, tan excelentes, los canta el Moreno, y se dirían mejores que los del propio Martín Fierro. Sin embargo, éste se apresura en declararse vencido en el concurso poético. ¿Por qué? Con maravillosa intuición Borges nos sugiere que tiene que ser por otro motivo, que muy bien podría ser no demorar más su venganza.]
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Sepan que olvidar lo malo/ también es tener memoria.