En Succession cada mañana se desayuna caviar envenenado. Es lo que tiene la familia liderada con diabólica energía por Logan Roy (un soberbio, grave Brian Cox): la lucha por el poder puede resultar glamurosa, sin duda, pero también exige un precio. Alto. Altísimo. Si esta sátira familiar se ha convertido en el emblema actual de relato de calidad en HBO Max, cautivando a críticos y divirtiendo a todo el rango de tropa seriéfila, es precisamente por su capacidad para hacernos empatizar con unos auténticos hijos de perra. Claro que los ricos también lloran, claro. Sus lágrimas viajan en jet privado y sus puñaladas financieras suceden en lo alto de la cadena alimenticia. OK. No obstante, el mayor logro de la serie creada por Jesse Armstrong es la de haber logrado que la audiencia sustituya el sempiterno resentimiento social —incluso, a veces, patológico— por un equilibrio dramático en el que un puñado de adinerados pueden ser vistos con las mismas debilidades y grandezas que nuestros vecinos de enfrente. Hay identificación con sus sueños, hay compasión ante sus zozobras y hay comprensión ante sus contradicciones. La tensión —en esos diálogos que siempre parecen a punto de explotar— levanta un espejo que refleja con familiaridad cualquier disección de las relaciones de poder; la diferencia es que para la clase media el poder son mil dólares mientras que para los Roy es un emporio mediático. El paralelismo no chirría porque les une un sustrato común, poderoso desde Shakespeare: los Roy son humanos, muy humanos. Como nosotros.

Girar la mirada hacia las miserias de la clase alta cuenta con cierta tradición literaria. Es un tropo habitual en la novela rosa, donde la clase social ejerce a menudo de obstáculo aparentemente insalvable para el amor de los protagonistas. Desde una perspectiva mucho más elaborada, Charles Dickens trabajó este contraste en su clásica Grandes esperanzas. Pip, el huérfano que narra esta novela de maduración, aspira a convertirse en un caballero para estar a la altura de su amor de juventud, la adinerada Stella. La novela de Dickens no se centra, obviamente, en los ricachones, pero sí que describe ambientes que juegan en otra liga al del común de los mortales, como ocurre en Succession.

Por eso, un referente más explícito para comparar a los Roy de Succession serían los Locos, ricos y asiáticos de Kevin Kwan. Como si fuera una mezcla de Orgullo y prejuicio combinado con Sexo en Nueva York, esta comedia romántica de enredo se mueve por residencias opulentas y tiendas caras, entre Singapur y Nueva York. A la sorpresa de descubrir una clase social premium hay que añadir la cuestión geográfica en un mundo tan globalizado como el actual. Ser rico abre puertas y aeropuertos.

Pero, aunque la serie pueda compartir con Locos, ricos y asiáticos un aroma simpático y aparentemente ligero, el corazón de Succession resulta muuuyyy oscuro. Ahí es donde emergen otros dos libros de referencia en el retrato de los esplendores y miserias de la aristocracia. La edad de la inocencia es la obra por la que todo el mundo ubica a Edith Wharton. Su historia de amores prohibidos y lujosas reuniones de la clase alta neoyorquina de finales del siglo XIX se caracteriza por su atención al detalle y su capacidad para describir un universo que se desmorona silenciosamente. Ahí los Newland Archer, May Welland y Ellen Olenska de la novela de Wharton difieren de los Kendall, Shiv, Connor o Roman: parafraseando a T.S. Eliot, en los primeros el mundo acabará con un lamento; en los segundos, con una explosión.

Porque, a la postre, los Roy de Succession apuntan a una élite que se despedirá autodestruyéndose. Un tema en el que siempre resuenan los ecos de Scott Fitzgerald, ese cronista de tiempos felices que se desvanecen con dolor y amargura. En su Hermosos y malditos, aspectos como la riqueza y el estatus se dan tristemente la mano con el alcoholismo y los corazones rotos. Si cambiamos la ginebra por las drogas y el sentimentalismo romántico por el amor-odio entre padres e hijos, encontraremos que, quizá, hay una línea de puntos que rellenar para Succession: la de la decadencia y el desencanto, la del súbito fin de fiesta.

Autores citados

Scott Fitzgerald fue un escritor estadounidense que murió a los 44 años, tras una vida que supuso un tiovivo de éxitos, caídas y excesos. Su novela más conocida es El Gran Gatsby, aunque también destacan Suave es la noche y Hermosos y malditos. Su extraordinaria pervivencia literaria tras su muerte revela que su más famosa frase («No existen los segundos actos en las vidas de los estadounidenses») andaba errada.

Edith Warton es la gran novelista de la denominada «Edad dorada» estadounidense. En 1921 ganó el premio Pulitzer de Literatura con La edad de la inocencia, una historia ambientada en la aristocracia neoyorquina de 1870. El libro fue llevada al cine con éxito por Martin Scorsese.

Kevin Kwan nació en 1973 en Singapur, aunque reside en Estados Unidos desde su preadolescencia. En 2013 encontró un éxito inmediato con su primera novela, Locos, ricos y asiáticos, una sátira a camino entre varios países y culturas. Sus dos secuelas no han logrado alcanzar el impacto de la original.

 

Libros citados + palabra definitoria

Hermosos y malditos: decadente

Grandes esperanzas: imperecedera

La edad de la inocencia: delicada

Locos, ricos y asiáticos: divertida