Pocos escenarios han sido tan fructíferos para literatura y el cine como los trenes. En concreto, el género detectivesco le debe al ferrocarril unas cuantas obras maestras, de Conan Doyle a Patricia Highsmith, pasando por Agatha Christie, pasando o por Georges Simenon. En ese competido escalafón, esta novela de la galesa Ethel Lina White (1876–1944) se encuentra, sin duda, entre las mejores.

Iris Carr, la protagonista, es una joven inglesa bella, adinerada y frívola. Tras interrumpir sus vacaciones en un hotel de montaña en Centroeuropa, enfadada con sus amigos, decide tomar, sola, un tren con destino a Trieste. Pronto entabla conversación con una locuaz compatriota, la señorita Froy, institutriz, que viaja en su vagón. Pero, al despertar de una siesta, descubre con asombro que su nueva amiga parece haberse volatilizado. Su asiento está vacío, nadie recuerda haberla visto e Iris empieza a sospechar que solo existe en su imaginación.

Si la historia conecta tan bien con nosotros es porque surge de un miedo ancestral: el de confundir la realidad con las alucinaciones; el de volvernos locos. Otros habrían optado por olvidarse de la historia, pero la protagonista de la novela decide indagar qué ha pasado con la institutriz. El lector, que sabe que Froy existe, pronto simpatiza con sus esfuerzos y se desespera ante la actitud del resto de viajeros, incluidos los británicos, que optan por hacerse los suecos.

Alfred Hitchcock, en sus famosas conversaciones con Truffaut, definió la trama como “una fantasía, una auténtica fantasía”. Le gustó tanto que en 1938 rescató el guion, abandonado tras el fracaso de otro director, y lo adaptó. El título español es Alarma en el expreso, y es una de sus mejores películas de la etapa inglesa. Entre otros cambios, Sir Alfred bautizó como ‘Bradiquia’ el país centroeuropeo en el que comienza la acción. 

No sería la única adaptación cinematográfica: en 1979 se rodó una versión protagonizada por Angela Lansbury (La dama del expreso). Aunque no es oficialmente un remake, la historia de Plan de vuelo: desaparecida se parece sospechosamente a la de la novela, cambiando el tren por un avión.

Magnética e inquietante, narrada con buen pulso y un punto de desenfado, La dama desaparece ha envejecido muy bien, se lee casi de una sentada y es perfecta para llevársela de viaje. Y si el viaje es sobre raíles, mejor.