Para Amélie Nothomb lo que convierte a Chéjov en un gran escritor es que bebió champagne justo antes de reclinarse sobre su lado izquierdo y expirar, a causa de las complicaciones de la tuberculosis que padecía. Además, el autor ruso tiene un cuento notable, que data de sus comienzos, así titulado: Champagne.

La RAE considera que en castellano hemos de escribir las voces adaptadas “champán” o “champaña”. Siendo reacia a ello, me molestaré en activar las cursivas cada vez que escriba champagne. Y serán unas cuantas.

Amélie Nothomb es una escritora belga nacida en 1967 en Kobe (Japón) donde se encontraba destinado su padre como diplomático. Esta circunstancia le permitió vivir también en China, Estados Unidos, Laos, Birmania y Bangladesh. Estudió Filología Románica en Bruselas y es una prolífica autora. Estupor y Temblores -magníficamente reseñado por Beatriz Rojo para Leer por Leer- es quizá, su obra más conocida.

Sin tener una razón especial para hacerlo -y mucho menos el esnobismo- a Nothomb siempre la he leído en francés y en el caso de Pétronille ha sido una decisión especialmente acertada. La novela fue publicada en 2014 y yo la debí leer poco más tarde. Al revisar una edición en castellano para escribir esta reseña he reparado en que en la traducción se pierde –a mi entender- parte de la gracia del hilo conductor de la misma, la que atañe al juego de palabras que da pie a la novela. Nothomb no oculta nada nunca. Si en Biografía del hambre explicaba sin tapujos su anorexia, en Pétronille se descubre como una amante exquisita y frecuente del champagne. En diversas entrevistas con motivo del lanzamiento del libro confesaría que escribe por las mañanas, sobria, y que empieza a beber a mediodía. Roederer Cristal a ser posible. Pétronille comienza con la búsqueda por parte de la autora de un “champagnon”, es decir, un compañero con quien beber champagne (la palabra resulta de unir champagne y compagnon). En la edición española lo llaman “convinero”, lo que nos deja a la temperatura a la que debe servirse un buen Krug.

Sin embargo, uno de los inconvenientes que tiene leer en la lengua original del autor para los que no somos bilingües, es que, al menos yo, no soy capaz de valorar la calidad literaria del texto. Aun así les diré que al toparme con la traducción en castellano decidí que Nothomb no era Victor Hugo pero que me lo iba a leer de nuevo. Y pasé una magnífica tarde con una pirada borracha y magnética que considera la ebriedad palabras mayores y que la eleva a la categoría de arte. Pétronille es un alarde de ingenio, de profundidad, de ironía, de exaltación de la cogorza y de ambigüedad. Nada extraño para quien probó su primer Laurent-Perrier a los dos años y medio, en una recepción de la embajada, y decidió que era la bebida de su vida.

 

Eso sí, me veo en la obligación de avisarles de que el final es altamente decepcionante -cosa que a Nothomb se la trae al fresco, como ha declarado en varias ocasiones-. Acabar sus novelas abruptamente es marca de la casa. Efectivamente, da la impresión de que llega un momento en que se cansa de la historia y resuelve de cualquier manera. Y aún así, qué gran rato de lectura.

Las referencias autobiográficas son una constante en la obra de Amélie Nothomb y en esta ocasión, a calzón quitado, habla del mundillo editorial, de su propia obra y de la dificultad para tener amigos cuando se es escritor. Reconoce que a lo largo de 23 años en la literatura sólo conserva a dos, en una profesión dominada por los celos, los egos  y las traiciones.

 

En el transcurso de la firma de uno de sus libros conoce a Pétronille Fanto, una admiradora de su obra con la que había intercambiado un par de cartas con anterioridad. La joven tiene 22 años y es experta en literatura isabelina, pero su aspecto es el de un chiquillo de 15 años salido de una de las piezas de Christopher Marlowe y dispuesto a morir en una reyerta tabernaria.

Fanto procede de una familia comunista de los suburbios de París mientras que los Nothomb son alta burguesía católica belga, lo que suscita en ella la “estúpida admiración de los de su especie cuando se encuentra con un auténtico proletario”. Amélie, que acude a las firmas de sus libros cual ojeador de fútbol en busca del perfecto champagnon, reconoce en Pétronille a aquella que reúne los tres requisitos imprescindibles para acompañarla en su ritual, que puede incluir un prolongado ayuno porque “la comida es un insulto a la bebida”. A saber: simpatía por la otra persona, saber beber y confianza para asegurarse de que los secretos desvelados en plena tajada queden a buen recaudo.

 

Además, los orígenes de Pétronille no están reñidos con la gran afición de Nothomb; no hay que olvidar que el comunismo lo inventó un alemán y fue popularizado por los rusos, dos pueblos que aman el champagne de calidad.

Beber queriendo evitar la borrachera es tan deshonroso como escuchar música sacra queriendo protegerse del sentimiento sublime

Nothomb elige el champagne porque eleva el alma, es a la par ligero, profundo y desinteresado, exalta el amor y confiere elegancia a la pérdida del mismo. La novela comienza con una reflexión de la autora acerca de las bondades del champagne y copa de Veuve-Clicquot en mano. La primera que se toma con Pétronille es un brut Roederer en un antro sin prestigio en 2004. La fascinación de Nothomb por Fanto mengua tras un pequeño episodio escatológico y ambas no se reencuentran hasta que años más tarde Pétronille Fanto se convierte en escritora y publica su primera novela. Ambas se tratan de usted (algo más común en Francia que en España) durante gran parte de sus encuentros, pero así comienzan las verdaderas relaciones. Una gran historia de amor jamás comienza, aunque sea por error, tuteando. Puedo confirmarlo.

 

Con las tornas cambiadas –Fanto pasa de ser una admiradora de Nothomb a suscitar en ésta una fascinación irrefrenable- integran a la perfección delirios, copas de Dom Pérignon 1976, excentricidades, producción literaria y amistad. De esa que desaparece durante meses y reaparece inopinadamente con una botella de Taittinger en mitad de la noche.

Por el camino, una experiencia lisérgica con la diseñadora Vivianne Westwood (“una vieja punk disfrazada de Isabel I o al revés”) en Londres, una velada en el Ritz probando el Jean Josselin (el único champagne que sabe a levadura), el descenso por pistas de esquí bebiendo Piper-Heidsieck al tiempo y la atracción de Fanto por empleos suicidas que la ayuden a subsistir -únicamente un 1% de los escritores viven de sus derechos de autor-.

 

El indiscutible refinamiento de Nothomb para elegir champagne contrasta con sus excentricidades vestimentarias. Así pues, a través del texto nos hará saber que no puede escribir si no es con un pijama antinuclear japonés naranja; que para las firmas de dedicatorias se viste de “pagoda extraterrestre”; de templario para una recepción en el Ritz y con una levita de encaje y un Diabolo belga para entrevistar a un icono de la moda británica.

 

Tras la lectura de Pétronille se preguntarán si ella existe. En realidad se trata de la escritora francesa Stéphanie Hochet. La novela fue publicada con su consentimiento. Tan sólo recriminó a Nothomb que describiera el episodio escatológico antes mencionado pero, en líneas generales, su comentario acerca del libro de su amiga fue: “Por fin habla de algo importante”.