Armando Pego Puigbó (1970) es madrileño de Barcelona. Es profesor de Humanidades en la Universidad Ramón Llull y un escritor ineludible. Quizá ustedes ya disfruten de sus artículos en medios digitales como El Debate, Revista Centinela o The Objective. Quizá les sepa a poco. Pueden encontrarle, además, en la Trilogía güelfa de la Editorial Vitela (XXI Güelfos, Teología güelfa y Memorias de un güelfo desterrado). Charlamos con él a propósito de su última obra El peregrino absoluto (Exégesis de otros lugares comunes) publicada por Cypress Cultura en su colección Jánica en 2020, cuya segunda edición está a la venta en la actualidad. En ella, se presenta como digno hijo espiritual y estilístico de Léon Bloy y sacude nuestras conciencias en 136 páginas y  150 exégesis.

Si no conocen la estética “stilnovista claravalense” están a tiempo, pueden seguirle en su cuenta de Twitter @apego5.

Y quedan avisados, leer a Pego requiere esfuerzo (no me sean posmodernos);  en El peregrino absoluto hay mucha retranca, zarpazos e ironía como barniz a las profundas reflexiones de una de las mentes más privilegiadas –cincelada a base de lecturas y estudio- que he tenido el gusto de conocer.

 

CULTURILLA GENERAL

Ensayo, novela y poesía. ¿Sí a todo? Recomiéndenos tres.

Cada género a su tiempo. El ensayo requiere serenidad: la Guía espiritual de Castilla, de José Jiménez Lozano (¡ojalá la reediten pronto!). La novela reclama energía: Insolación, de Emilia Pardo Bazán. La poesía exige pureza: Un sí menor, de José Mateos.

¿Qué tipo de lector es? ¿De pijama y mesita de noche? ¿De biblioteca y chimenea? ¿De metro o parque público?

De joven solía enclaustrarme en bibliotecas con mesas de madera que crujían. En mi memoria sobresale también un diminuto carrel de la segunda planta del Warburg Institute (Londres). Ahora, puedo leer en cualquier sitio, hasta caminando por la calle. Llevo ya la soledad conmigo.

¿Tiene “manías” a la hora de leer (ediciones, doblar páginas, subrayar o hacer anotaciones)?

Utilizo sólo lápiz, mejor si es de punta fina. Subrayo líneas, marco con asteriscos pasajes, anoto palabras sueltas en los márgenes. En el colmo trazo un círculo alrededor del número de la página. A pesar de tomarme estas libertades, doblar las puntas me parece una confianza que no soy capaz de permitirme con ningún libro.

Si tiene, ¿cómo es su ex libris?

Me lo regaló mi mujer al poco de casarnos: un escriba inclinado sobre su escritorio. Antes, con mi caligrafía, floja, y mi minúscula letra, apuntaba mi nombre, el mes y el año en que comenzaba la lectura. Si abandonaba el libro y regresaba a él, volvía a indicar la fecha. Mi ejemplar del Ulises de Joyce contiene cuatro anotaciones.

¿Cómo elige usted sus lecturas?

De dos maneras: siguiendo el hilo de las lecturas anteriores o dejándome sorprender. Las obras inolvidables imponen su lectura como una revelación.

Relato, artículo, entrada de blog… pieza no contenida en un libro que retenga en la memoria.

El discurso de Benedicto XVI ante el mundo de la cultura en el Collège des Bernardins de París en 2008.

Pierre Bayard nos explicaba cómo hablar de los libros que no se han leído. ¿Con cuál lo ha hecho alguna vez?

Bayard habla tanto de libros que no se han leído como de libros que se han hojeado o que se han olvidado o que se conocen de oídas. Lo confesaré. Me ha pasado con los de Goethe en todas las modalidades.

¿Sigue alguna norma concreta a la hora de ordenar su biblioteca?

Por temas y por orden alfabético; en el extremo de la falta de espacio, apilados por el tamaño.

Maquiavelo se acercaba a los libros con ropas curiales, ¿qué obra/autor le merece tal reverencia?

Preferiría acercarme con hábito y cogulla. Me revestiría entonces sólo ante la Biblia.

¿Cuál es la biblioteca más remarcable que ha visitado?

Podría decir que la Biblioteca del Escorial o la New York Public Library. Las he visitado, pero no las he vivido. Asocio momentos de intensa felicidad a una larga temporada en la British Library.

He venido a hablar de mi libro

Bloy era apodado el Baruc galo, su catolicismo y su literatura estuvieron fuertemente influenciados por Barbey d’Aurevilly. Para otros era simplemente un mendigo. ¿Cómo presentaría a Léon Bloy?

Como el peregrino de lo Absoluto que, en el umbral del Apocalipsis, atravesó la Puerta de los Humildes. En los últimos diarios, cansado y envejecido, su condición de profeta visionario y milenarista va desnudando su estilo. Alcanza entonces las cotas más esenciales de la extraña pureza que engendró su conversión ante la Virgen de La Sallette. Para mí Bloy es el protagonista de las parábolas en torno al tesoro escondido, la perla preciosa y la red que recoge toda clase de peces (Mt 13,44-50). Tiznado, malencarado, sablista a ojos del mundo, fue tallado como un ángel en el crisol del sufrimiento.

El mundo moderno es uno de los grandes caballos de batalla en la obra de Bloy. En su exégesis de otros lugares comunes (El peregrino absoluto) usted se pone en la piel de un Bloy que hubiera conocido la posmodernidad.

Bloy pertenece a un selecto grupo de escritores que vieron con claridad todas las consecuencias de la modernidad. No es que fueran adivinos; simplemente anticiparon las conclusiones previsibles. Por ello, sus obras parecen a menudo de una lucidez alucinada. Sus obras poseen una ambigüedad luciferina, porque su época se la impone. Me refiero, claro, a Dostoievski y a Nietzsche. A otro nivel, Bloy es un descendiente, aun a su pesar, de Joseph de Maistre y de Chateaubriand. A ras de suelo, he procurado que Bloy, desolado, viera otra vez cumplidas sus denuncias.

Hábleme del proceso de escritura de la obra: el libro contrapone a cada traición de Pedro una hora del oficio litúrgico y la estructura en 150 “exégesis” –a modo de salmodia- es particularmente acertada porque permite leer una y retirarse al desierto 40 días a meditarla-

Empecé escribiéndolas como entradas de un blog homónimo, al buen tuntún. Enseguida me di cuenta de que debajo de ellas latía otro orden. Un orden escatológico. Nuestro lenguaje nos ha puesto con el agua al cuello, pero, como diría San Pablo, estamos apurados, pero no desesperados (2 Cor 4,8). El Oficio Litúrgico, como la escala de Jacob, con su ritmo y su repetición, nos recuerda que para obrar bien conviene orar sin desfallecer. No sólo retirándose al desierto, sino haciendo desierto en nuestro interior, podremos ir construyendo nuestros monasterios como un oasis. Las horas litúrgicas en que fui distribuyendo las entradas dieron la hospitalidad y el acompañamiento que necesitaba cada “exégesis”.

Los ataques más furibundos de Bloy se dirigían a la burguesía, ¿tenemos todos algo hoy de nuevos filisteos?

Lo somos todos de una u otra forma. O puede uno consolarse pensando que tampoco es para tanto o puede uno indignarse contra el mundo porque no quiere ser así o, y esto es lo más importante, iniciar cada uno un proceso lento, doloroso y sin ninguna garantía de éxito para librarse de ese hombre viejo que tira siempre hacia abajo -hacia la muletilla, la frase hecha, el eslogan…-. No nacerá quizás un hombre nuevo que no estaría exento de reproducir al revés el proceso, pero tal vez sí consiga evitar la autocomplacencia y esa falsa solidaridad de no pensar en el otro sino de soltar ante él, casi escupirle, beneficiosas ocurrencias.

En El peregrino absoluto nos regala incluso una Novena que ha compuesto a partir de citas de los diarios del peregrino de lo Absoluto.

La lectura de la selección de los Diarios (Acantilado) me impresionó tanto que fui subrayando sin descanso frases que salían, como lava, del corazón de Bloy. Advertí en algunas de ellas un hilo que me parecía que describía el itinerario vital del cristiano como una imposible imitatio Christi. De este sentimiento de derrota y amor brota esa Novena para un mundo que da a Dios por desaparecido. En ella el lector recorre el camino que lleva desde la oración de un desierto incendiado al duelo infinito de la Ascensión. ¡En esta Navidad aún más, Marana tha!

En las Vísperas usted se atreve “contra” el feminismo. Bloy –si le leyeran- sería cancelado por machista cuando tengo la impresión de que era todo lo contrario.

Precisamente he intentado mostrar la costra ideológica que se ha pegado hasta infectar las más justas aspiraciones. Aunque pueda parecerlo, ni Bloy ni su pequeño discípulo arremetemos contra el feminismo, la pedagogía o la psicopolítica, civil o eclesiástica. Bajo la figura de los burgueses de Bloy o de los que llamo ahora “filisteos” (o “filisteas”, ejem), los biempensantes siempre han corrido a refugiarse en esas grandes etiquetas para inyectarles su perversa estupidez y poder seguir dominando con su “buena conciencia”. La mala conciencia nos la quieren inocular a los demás. El mecanismo es sencillo: unos pocos gritan escandalizados y se rasgan las vestiduras, mientras la turba agarra las piedras ante unas víctimas a las que se llama verdugos. Es la dialéctica de amos y esclavos. Y molesta la pura constatación de que eso no es verdad.

La Trilogía güelfa recoge las entradas de su blog de 2012 a 2019, ¿tiene cierta continuidad en El peregrino absoluto?

Por supuesto. Al poco de comenzar El peregrino absoluto me di cuenta de que era el segundo movimiento de un proyecto de más largo alcance. La Trilogía güelfa giraba sobre el sentido de la Creación en un mundo posmoderno que había hecho de la Caída su único absoluto. Mi peregrino quería atravesar, palpar, asumir esa condición que se ha adherido lingüísticamente a nuestra carne, como si fuera un pecado original que se quisiese negar reduciendo a ceniza cualquier recuerdo del Paraíso (familia, tradición e identidad personal). Es esta una imagen recurrente de mi libro que funde los motivos primeros de la literatura bíblica y griega. Forzada la entrada del Edén, las nuevas hordas saquean y abrasan, como si fuera Troya, aquel Jardín para arrancar de cuajo el Árbol de la Vida y dejar que lo injerten – ¿lo implanten? ¿lo trasplanten? – en el del Conocimiento.

¿Armando Pego tiene algo más de esperanza en el hombre que Bloy? ¿La encuentra en el monasterio? Tengo curiosidad por saber cuál es su salmo preferido.

El invendible Bloy, que habría quitado a Nuestro Señor el látigo de entre las manos para ayudarle a arrojar del Templo a la piara de vendedores que lo profanaban, era capaz de una extraordinaria ternura con su familia y con sus ahijados. Quien como Jacob, como Moisés o como Elías habla a solas y a la intemperie con Dios descubre en sí y en sus hermanos una fragilidad que puede y debe ser consolada.

Sobre mi salmo preferido, no puedo sino mencionar dos que me vienen a los labios con frecuencia. El salmo 14 me sigue interrogando: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?”. A su lado, intento abandonarme al ritmo del Salmo 130: “Mi corazón no es altanero, ni son altivos mis ojos. […] Estoy como un niño en el regazo de su madre […]”. Aunque cuestan muchísimo y aunque no he estado jamás a su altura, son palabras que siguen resonando con toda seriedad en mi interior como una norma y un aliento de vida.

Algunos de los lugares comunes contra los que arremete, leídos en frío, suenan verdaderamente ridículos. Para Bloy, destruir la estupidez con formas duras era caridad. ¿Ha ejercido alguna suerte de autocensura a la hora de demoler clichés?

La escritura de El peregrino absoluto ha sido catártica. La concisión casi aforística del análisis de cada lugar común me permitió que la indignación que experimentabase concentrase solamente en la demolición del concepto. Bloy fue siempre un maestro y no simplemente un modelo estilístico o una pose humana a imitar.

La convicción y la amistad de Ander Mayora sobre la calidad del libro en sus propios términos intempestivos y la confianza del editor José Luis Trullo disiparon cualquier tentación de autocensura a posteriori. A fin de cuentas, como he dicho, sus entradas habían ido siendo publicadas previamente, sin un orden determinado, en el formato de un blog.

Afortunadamente para sus lectores, su presencia en medios digitales es cada vez mayor, ¿está preparando nueva obra? Los lugares comunes crecen exponencialmente en estos tiempos, vivimos al dictado de eslóganes, ¿quizá una continuación de El peregrino absoluto?

El proyecto de la Trilogía güelfa y El peregrino absoluto tiene su continuidad natural en una Poética del monasterio, sobre la Redención. Voy lento, pero la planta y el alzado están claros. Entre medias, de improviso, se me han colado unas reflexiones de lector sobre el libro bíblico de Qohélet. En medio de las ocupaciones cotidianas, ladrillo a ladrillo, ando construyendo mi pequeña estética teológica.

 

QUIZ SHOW

1. Libro que más veces ha leído.

El Eclesiastés.

2. Primera lectura que recuerda en la infancia.

Una Biblia ilustrada, algún cómic de Mortadelo y Filemón y aventuras de Los cinco de Enid Blyton.

3. Autor del que haya leído toda su obra.

Siempre he evitado leer la obra completa de nadie. Me intimida tanta intimidad lectora. De algunos autores he leído mucho: José Jiménez Lozano, Álvaro Pombo y, entre los de mi generación, Enrique García-Máiquez.

4. Recomendación que nunca falle.

Jean Leclercq, El amor a las letras y el deseo de Dios.

5. Libro/s que tiene ahora entre manos.

Luis Rosales, Teoría de la libertad, en la nueva editorial Frontera Ediciones. Y la reciente edición de la Poesía completa de Guido Cavalcanti, en Cátedra.

6. Libro que le hubiera gustado protagonizar.

Zalacaín, el aventurero, de Pío Baroja.

7. Película que haga justicia al libro en el que se basa.

Lawrence de Arabia, de David Lean.

8. Libro que supuso un antes y un después.

Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski.

9. Libro que haya regalado para ligar.

Nunca, al menos conscientemente, he querido poner así a nadie en un compromiso.

10. Necesita papel para hacer una barbacoa. Elija un libro de su biblioteca.

Me cuesta muchísimo desprenderme de un libro, aunque no haya soportado su lectura. Siento un respeto casi religioso por su formato. En casos extremos prefiero lanzarlo al contenedor de cartón. Tal vez, reciclado el papel, se le conceda una segunda oportunidad.

ADENDA

– ¿Qué libro le gustaría encontrar en la mesilla de noche de la persona amada?

Cualquiera que elija, menos uno mío.

– Si se cumpliera la pesadilla de Gógol de ser enterrado vivo, ¿qué tres libros desearía que le introdujesen en el ataúd?

Preferiría mantener el temple para recitar el salmo 50, el soneto “Amor más allá de la muerte” de Francisco de Quevedo y las últimas palabras del Apocalipsis de san Juan.

– Primer libro que compró con su propio dinero.

Me dejó tal huella que aún me recuerdo adquiriéndolo en la desaparecida Librería Rubiños de Madrid. Fue una Antología de la poesía de Ezra Pound, en versión de José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal.