“El cuestionario es difícil”- me dijo. Como Sánchez Dragó no es alguien que se escape por las costuras en ningún tema, tras la sorpresa inicial pensé sobre ello. Y tiene lógica, cuanto más se ha leído más complicado puede resultar hacer elecciones, casi categóricas, sin las explicaciones o apuntes oportunos. Pero, por eso mismo, el valor de las respuestas se multiplica exponencialmente; para el lector de pie, para los que “no nos da la vida”, constituyen una fantástica orientación.Fernando Sánchez-Dragó (1936, Madrid) no necesita ser presentado. Y menos mal. Porque me declaro incapaz de hacer un resumen de su vida, obra y andanzas. Les remito, por tanto, a un grato hallazgo: su página personal en la que encontraran con cuidado detalle cualquier cosa que quieran saber sobre él o su inabarcable bibliografía. También a su cuenta de Twitter donde el autor actualiza a, casi a diario, opinión o cotidianidades de su nada cotidiana vida. Por último, le agradezco el tiempo y la dedicación al cuestionario literario de La Solapa.

 

Culturilla general 

Ensayo, novela y poesía. ¿Sí a todo? Recomiéndenos tres.

Ensayo: Recuerdos, sueños y reflexiones, de Jung.

Novela: Sinuhé, el egipcio, de Mika Valtari

Poesía: La Eneida, de Virgilio.

 

¿Qué tipo de lector es? ¿De pijama y mesita de noche? ¿De biblioteca y chimenea? ¿De metro o parque público?

De todo ello… De pijama rara vez, pues suelo dormir desnudo.

 

¿Tiene “manías” a la hora de leer (ediciones, doblar páginas, subrayar o hacer anotaciones)?

Sí. Doblo, subrayo, anoto, marco con post -its… Ediciones, no. Me traen al fresco. Soy lector, no bibliófilo. 

 

Si tiene, ¿cómo es su ex libris?

He tenido varios. Por ahí andan, traspapelados. El último es una imagen de un gato en la que pone: Yo, el gato (título de un libro de Natsume Soseki). Tengo otro ex libris en el que se ve un dragón. Pero la verdad es que apenas los utilizo. El del gato, sí, cuando firmo un libro.

 

¿Cómo elige usted sus lecturas? 

Al tuntún. Por aquí y por allá. De oídas y de leídas. Por solapas o contraportadas. Por olfato. Por azar. Porque el tema me interese. Porque el autor figure en mi lista de oro. 

 

Relato, artículo, entrada de blog… pieza no contenida en un libro que retenga en la memoria.

«El fin de algo», cuento de Hemingway. Pero está en libro. No leo blogs. A los artículos se los lleva el viento. Sé de memoria muchos poemas, casi todos desde la infancia y la adolescencia. Por ejemplo: «Lo fatal», de Rubén Darío. «¿Y ha de morir conmigo el mundo mago?», de Antonio Machado. «Farewell», de Neruda. «Un carnívoro cuchillo», de Miguel Hernández. «Prólogo», de García Lorca. «Hay dos días…», de Omar Kheyam. I «Poema conjetural» de Borges. Y tantos otros. También, y sobre todo, el comienzo de la Eneida en la traducción de Lorenzo Riber y el final de La Divina Comedia en la traducción en tercetos toscanos del Conde de Cheste.

 

Pierre Bayard nos explicaba cómo hablar de los libros que no se han leído. ¿Con cuál lo ha hecho alguna vez?

Una sola vez: «El Don apacible«, de Sholojov. Lo hice por presumir. Tenía veintitrés años. Pero es fácil hacer eso. A veces, incluso, es más fácil hablar de lo no leído que de lo leído, porque la lectura puede y suele condicionar la libertad de juicio. Ahora, con tanta y tanta entrevista y tanta campañas de promoción, cualquier semianalfabeto puede hablar de las últimas novedades sin haberlas abierto.  Los editores deberían prescindir de toda esa fanfarria, que sustituye a la lectura.

 

¿Sigue alguna norma concreta a la hora de ordenar su biblioteca?

Me limito a colocar los libros por orden alfabético de autores. Eso, naturalmente, no sirve de mucho. Serviría una ubicación y catalogación por materias, pero no dispongo de medios económicos para afrontar una tarea que requeriría cientos y cientos de horas de trabajo altamente especializado. Tengo, a ojo, alrededor de ciento veinte mil libros. Calcule. Si hubiese nacido en Francia, en Inglaterra, en Alemania, en Estados Unidos, en un país civilizado, alguna institución o algún filántropo vendría en mi ayuda. Pero nací en España.

 

Maquiavelo se acercaba a los libros con ropas curiales, ¿qué obra/autor le merece tal reverencia?

Sólo el I Ching. Pero soy de torpe aliño indumentario.

 

¿Lee como escritor? ¿Disfruta o sufre el talento ajeno?

No sólo leo como escritor, sino que como escritor vivo. La literatura es mi biología, mi anatomía y mi ecosistema. Disfruto el talento. Me estimula. Lo transformo en tentativa de emulación. No sé lo que es la envidia, esa estupidez que amarga la vida de quien la practica. 

 

He venido a hablar de mi/s libro/s 

Usted dijo que quería ser escritor a los 3 años, a los 5 fundó un periódico, La nueva España, y a los 8 regaló a su madre una revista (subió fotos de la misma a su cuenta de Twitter). ¿Cuál cree que fue el resorte de esa vocación excepcionalmente temprana?

Sabe Dios. ¿Karma? ¿Vidas anteriores? ¿Herencia genética procedente de mi padre? Sucedió, simplemente. La lectura fue mi talento inicial. En ella fui niño prodigio. Todo el mundo, en mi familia, en el cole, entre los amigos, lo señalaba. Quien sabe leer, aprende a escribir. Si no hubiese leído, no sería escritor.

 

¿Se puede escribir si no se viaja? Su obra no sería la misma si usted no fuera un viajero incansable.

Por supuesto que sería muy distinta. Viaje, literatura y vida son, en  mi caso,  sinónimos. Yo nunca invento. Adorno, exagero, caricaturizo, mezclo, trastoco… Todo eso, sí, pero siempre a partir de algo que he vivido, que he visto, que he tocado. Mi literatura exige un previo trabajo de campo. Es el ejemplo de Schliemann. Para descubrir Troya hay que ir al lugar donde estuvo. Ahora, por ejemplo, voy a ir a… No, no lo digo. Aún es secreto. 

 

Mi padre se ha dejado para la jubilación Gárgoris y Habidis. Es un gran lector y dice que le estimula porque le obliga a ir al diccionario, cosa que hacía mucho que no le pasaba. ¿Es la obra de la que se siente más orgulloso?

Es normal que el lector, para leer esa obra, acuda al diccionario. Yo, al escribirla, también lo hacía. Los diccionarios me apasionan. Los leo como si fuera novelas policiacas. ¿Orgulloso? Bueno, sí, pero también lo estoy de otros libros míos. Tengo altas dosis de amor propio y muy buena opinión de mí. Quien no esté encantado de haberse conocido, como ahora dicen en tono agrio los mediocres, nunca llegará muy lejos. Oscar Wilde decía que siempre metía algún libro propio en su maleta para tener algo inteligente que leer durante sus viajes.

 

Ha cultivado también la reseña literaria, ¿tiene las claves para hablar con éxito del libro de “otro”?

No me llame crítico, por favor. Uno ha hecho de todo en la vida (¡con decir que, mozo aún, estuve en el partido comunista y que he tenido siete vidas conyugales!), pero detesto, como Jack London y Hemingway, a los críticos literarios. Son enemigos de clase. Odian a los escritores de verdad, porque quisieron serlo y no rayaron a la altura. Que los zurzan. No pierdo el tiempo leyéndolos. Prefiero leer otras cosas.

 

Con más de 36 libros publicados, innumerables reseñas, columnas, ensayos, programas de televisión, ¿tiene una rutina de trabajo o la vida se funde con la literatura?

Treinta y seis, no. Más de cuarenta y de diez mil piezas de periodismo, sin contar los guiones de radio y televisión. Escribir, para mí, es como respirar. ¿Cuántos millones y millones de veces inhalamos y exhalamos a lo largo de la vida? Rutina de trabajo sólo una: mezclarme estrechamente con la vida y, a la vez, escribir varias horas al día todos los días del año. Todos, digo. Mis semanas no tienen week-end ni mis años vacaciones.

 

Hablaba de usted con un amigo común y le definía como una mezcla de Hombre Universal del Renacimiento y Casanova, aunque esta última faceta aparezca poco reflejada en Wikipedia. Por reconducir la pregunta a lo literario, ¿la mujer más fascinante que ha conocido es un personaje de un libro o real?

¡Ah, vaya! No sabía que hay mujeres que no sean literarias. Todas las que yo he conocido lo son, porque soy a la literatura lo que el rey Midas era en lo tocante al oro. El amor  consiste en inventar al otro. A la otra, en mi caso. Lea usted mi primera novela, Eldorado, que ahora va a reeditarse en Almuzara, y lo entenderá. Tenía veintitrés años cuando la escribí. Lo hice para conquistar a una chica. Y la conquisté, claro. No hay mujer que se resista a toda una novela. Cuento esa historia en mi último libro: «Galgo corredor. Los años guerreros» (Planeta). Espero que lo haya leído y que también lo lean los lectores de esa entrevista. Es, realmente, muy bueno, muy bueno… Como los de Oscar Wilde.

 

Tiene que elegir: ¿leer o escribir?

Ya he respondido. Son dos caras inseparables de la misma moneda.

 

¿Mejor escritor de todos los tiempos, a su juicio? ¿y de la generación actual?

Nunca respondo a ese tipo de preguntas. La literatura merece algo más que una quiniela. No es una competición, sino un suma y sigue. Mi respuesta, además, variaría a lo largo del tiempo y, de hecho, ha variado.

 

No sé si su orientalismo espiritual contempla la reencarnación. Imagine que, en ella, no puede ser escritor, ¿qué otra forma de vida elige?

Soy moderadamente encarnacionista. Me parece la hipótesis más científica, racional y razonable que hasta ahora se ha formulado en lo relativo a las postrimerías. Puesto a reencarnarme,  preferiría ser mujer, guapísima, inteligentísima e indecente. Anaïs Nin, Hedy Lamarr… Alguna así. También gato. 

 

¿Se encuentra trabajando en algún nuevo proyecto que pueda contar?

Sí. Siempre tengo proyectos, pero sólo hablo de ellos cuando dejan de ser proyectos y pasan a ser realidades. Age quod agis, decían los latinos. O sea: haz lo que estás haciendo y déjate de historias. En el mundo hay dos clases de personas. Las que dicen que van a hacer cosas que nunca harán y las que, diciéndolo o no, las hacen. Yo soy de las segundas. No un intelectual, sino un hombre de acción.

 

Quiz show

 

Libro que más veces ha leído.

Los de Guillermo.

 

Primera lectura que recuerda en la infancia.

Travesuras de Guillermo.

 

Autor del que haya leído toda su obra.

Lao Tse.

 

Recomendación que nunca falle.

Los clásicos. El peor de los clásicos es mejor que el mejor de los modernos.

 

Libro/s que tiene ahora entre manos.

Soy como Shiva o Kali. Tengo muchas manos. Leo bastantes libros a la vez. ¿Le valen las Memorias de Casanova que acaba de reeditar Siruela? No es lectura, sino relectura. Ahora releo mucho. No me tientan las novedades.

 

Libro que le hubiera gustado protagonizar.

La Odisea.

 

Película que haga justicia al libro en el que se basa.

El hombre que pudo reinar, de Huston, basada en un cuento de Kipling. Pero hay otras.

 

Libro que supuso un antes y un después.

Todos los días hay un antes y un después. O varios. Podría decirle cientos. Me limitaré a uno, ya citado: «Recuerdos, sueños y reflexiones», de Jung. También «Las enseñanzas de don Juan«, de Carlos Castaneda o la Baghavad Gîta.

 

Libro que haya regalado para ligar.

Para amar. Ligar es una actividad bastante fútil. Los míos, claro. «El camino del corazón», a mansalva. También los veinte poemas de Neruda, «El rayo que no cesa», de Miguel Hernández, la «Segunda antología«, de Juan Ramón, «Climas», de André Maurois…

 

Necesita papel para hacer una barbacoa. Elija un libro de su biblioteca.

Imposible. Nunca hago barbacoas. En todo caso, me las hacen…

 

Adenda 

 

¿Qué libro le gustaría encontrar en la mesilla de noche de la persona amada?

Con que haya alguno, ya me vale. Si es mío, mejor. Y si no, de poesía.

 

¿Qué palabra está vetada en la solapa de los libros que edita?

Crítico literario.

 

Si se cumpliera la pesadilla de Gógol de ser enterrado vivo, ¿qué tres libros desearía que le introdujesen en el ataúd

El Bardo Todol, el Kempis, la enciclopedia Espasa… 

 

Primer libro que compró con su propio dinero.

Siempre, ya de niño, me gastaba el dinero en libros. No recuerdo cuál fue el primero. Si quiere le digo el primero que robé: El diablo, de Papini, en la librería Marimón, de Alicante, donde veraneaba. Me la jugué. Tenía unos quince años. El episodio está contado en «Galgo corredor«.

 

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