Si aún no sabe si comprarse este libro, le sacaré de la duda con una compleja prueba científica. Conteste esta pregunta: ¿cuántas películas recuerda con simpatía de Woody Allen? Si sabe más de tres, debe comprarse el libro. Le encantará. Es buenísimo. 

 

 

Pero lo que nos toca aquí es analizar la portada de A propósito de nada. La que ha elegido Alianza Editorial para España resulta, la verdad, especialmente torpe. En Estados Unidos, para la edición original de  Apropos of Nothing (Arcade Publishing. Nueva York, 2020) se imitó la de Side Effects (Random House, 1980): fondo negro, letras enormes, tipografía Windsor… 

Aquello simulaba de alguna forma ese momento mágico en el que uno está ya sentado en su butaca, espera el comienzo de memorables diálogos, engulle las primeras palomitas y queda hipnotizado por el sonido avasallador de alguna composición de Jimmie Noone, por las letras blancas de los míticos títulos de crédito. Las portadas americanas, en este sentido, eran una fiesta, como empezar a ver una de las películas de Woody Allen. 

La tipografía Windsor y Woody

Que a alguien se le ocurriera trasplantar la tipografía Windsor de sus títulos de crédito a sus libros fue un acierto total, pues si estamos leyéndole es por su cine. Y que se vinculen estas dos artes con este gesto de hermanamiento gráfico hay que celebrarlo en un rincón como éste. También ha sido un puntazo disimilar con un gris oscuro los puntos tras el nombre y el título, como otro guiño a medio camino entre los créditos (en los que no se ponen) y la literatura (en los que sí).

Este asunto de unos títulos de créditos radicalmente sencillos comenzó en 1977, con el montaje de Annie Hall. El propio director lo contaba en una entrevista; «Habíamos hecho algunos títulos de “fantasía” para Bananas [1971] y Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo [1972], y luego me dije “Es ridículo gastarse dinero en los títulos”. Hubo una época en los años sesenta en que los títulos tenían que ser como los de La pantera rosa [1963]. Los directores apartaban doscientos cincuenta mil dólares para la secuencia de los títulos de crédito. La cosa fue realmente demasiado lejos» (Björkman, S. Woody por Allen. Ed. Plot. Madrid, 1995, p. 70). 

Si esta drástica simplificación se le debe a Woody Allen, la elección de la elegante letra Windsor se debe en gran parte al famoso tipógrafo Ed. Benguiat. La leyenda cuenta que fue en un desayuno en Nueva Jersey, a mediados de los años setenta, cuando Allen le preguntó cuál era su tipo de letra preferida, y Benguiat dijo que la Windsor. 

Una cuestión de tamaño

Pero al haber empequeñecido tanto la tipografía la edición española, el fondo negro se adueña de fatalmente de la portada, y la tiñe de oscuros presentimientos, de una gravedad fúnebre que nada tiene que ver con el interior. Las letras pierden luz, fuerza, gracia, parecen hablarnos bajito, parece que se hunden lentamente en un mar de asfalto. Más que el comienzo de una película de Woody Allen parece el de una de Ingmar Bergman, o un libro de autoayuda con pretensiones filosóficas.

Yo hubiera propuesto imitar sin más la edición neoyorquina, que es muy buena, quizá supervisada por el propio autor, y que sirve de homenaje a una ciudad tan presente en el libro. La hemos diseñado en Leerporleer para que nuestros lectores juzguen por sí mismos, cambiando las contundentes palabras en inglés por las –en este caso- más antipáticas de nuestro idioma. 

¿Todo al blanco?

También se podría haber apostado por algo muy diferente. Hubiera sido divertido escoger para un libro tan lleno de personas y personajes, hechos y contrahechos, ruidos y sirenas de todo tipo, una portada minimalista, prácticamente blanca.

El blanco tiene algo desafiante, perspicaz, moderno, elegante… También la hemos diseñado; era otra posibilidad. Al fin y al cabo, ¿no es Nueva York una ciudad de contrastes en blanco y negro?