Lo que primero que vi de Feria fue su portada, e inmediatamente -por esa asociación automática que hago entre la calidad de la portada y el interior del libro- supe que se trataba de un libro extraordinario, como ahora veremos. 

 

 

La portada está diseñada por un tal Miguel Sánchez-Lindo (1985), que resulta que no es tan “un tal” sino que es hijo de Elvira Lindo (esa gaditana madrileña casada con Muñoz Molina) y tiene una trayectoria digna de reseñar: diseñador, dibujante y maquetador, «Estudió “Diseño Gráfico e Ilustración” -copio de Internet- en el Istituto Europeo di Design en Madrid y se especializó en diseño editorial. Ha trabajado como portadista [sic.] para numerosas editoriales y revistas (Seix Barral, Suma de letras, Richmond Readers, Cul de Sac, Mercurio). Es, además, director de arte de Círculo de Tiza y de Ediciones el Salmón, para quienes lleva trabajando desde su fundación. Co-fundador y diseñador en Chichinabo Inc. entre 2011 y 2015. Ha impartido clases con asiduidad como tutor de Proyecto en el IED desde 2009».

 

Lo segundo que me llamó la atención fue lo bueno que era el título. Mi hermano Enrique y yo repetimos con frecuencia aquella frase que dijo Ernesto Sábato en aquellas memorables charlas con Borges (Borges & Sábato. DIÁLOGOS. Emecé Editores. Buenos Aires, 1976) de que «El título es la metáfora esencial del libro». 

 

Llamé precisamente a Enrique, excitadísimo, para descubrirle FERIA, y tras unas elocuentes centésimas de silencio, reconoció con fraternal paciencia que sabía del libro, que había escuchado la entrevista que Gonzalo Altozano le había hecho a Ana Iris en ivoox el año pasado, que se compró el libro, se lo había leído y que además le había dedicado un artículo hacía ¡más de cuatro meses!. «¿En serio?», le dije; no daba crédito; nadie me había dicho nada. Era como cuando llegas a una caseta de feria dos horas más tarde que tus amigos y te quedas fuera de juego toda la noche.  

  

La palabra “feria” del título está llena de risas, de ruidos, de polvo y luces de colores, anécdotas inverosímiles, e historias que no se pueden contar fuera del recinto ferial, como en Las Vegas. Pero también (por lo menos para los que hemos nacido bajo el humilde sol de la peseta), en la palabra “feria” está aquella excepcionalidad -y me he empezado a meter en el trasfondo del libro- de una alegría vinculada con momentos concretos, puntuales, felices. Algo esencial de la identidad personal y familiar de la autora es que la fiesta constante del mundo moderno ha terminado por ahogar en un fango de confetis esos pocos momentos memorables de inédito festejo. 

 

Pero Ana Iris no se queda en ese aspecto de transcendencia sociológica, que bien conoce por dentro, sino que recuerda aquellos momentos de alegría y verdad de su pasado y los examina desde su vida actual, desde este «progresismo» que nos han vendido y que no deja de ser sino una huida hacia adelante. El resultado es deslumbrante, estremecedor a veces, y acaba por configurar una esencia muy suya en torno a la que giran como las aspas de un molino la familia, la tierra, la libertad y el tiempo. 

 

La voz que se alza en Feria está cargada con la autoridad de una persona que sabe de lo que habla y siente de lo que sabe: comunismo y estirpe, masculinidad y feminismo, pijerío y pobreza, ateísmo y Dios… Un particular viaje a la Alcarria que va del Campo de Criptana a Malasaña. Pero más que un viaje de ida, es un viaje de vuelta; podría decirse que como Ulises, Iris ha emprendido su Viaje a Ontígola. Un libro de pensamiento conservador salido de las entrañas de la izquierda. Y todo con una sonrisa bellísima, llena de inteligencia, sensibilidad y talento literario. 

 

Esto no es una reseña sino que lo explico por la portada, que es magnífica, sí, pero que tras leer el libro uno siente que se le queda corta. A lo mejor el propio Miguel Sánchez-Lindo, o la elegante editora Eva Serrano, lo intuyeron, y en la tercera página colocaron una foto que resume más y mejor quizá este trasfondo: la de una Ana Iris niña, graciosa e implacable, que nos interpela señalándonos, con una intensidad que nos dispara entre ceja y ceja. ¿No es esa imagen una metáfora más directa de su genio y desparpajo, de su atemporalidad tan temporal, tan situada en su historia y la nuestra, de su tierra sin tiempo, de su eternidad hecha de polvo y viento, que es la quijotesca Mancha de todos? La he ilustrado para leerporleer, para que no tenga usted que gastar reservas de imaginación propia. 

 

Es verdad que la colección en la que se sitúa Feria se basa en portadas ilustradas -muchas de ellas buenísimas- lo que otorga al conjunto de la colección un encanto especial, pero reduce las posibilidades expresivas de los libros individualmente. En ese caso yo escogería una de esas portadas que ilustran la historia del Moulin Rouge, que tantas vinculaciones (molino, rojo, arte, bohemia, mezcla de clases sociales, comunismo y sagrado corazón, Montmartre y Malasaña, cultura y salvajismo) tiene con la feria que nos convoca hoy. Estaría bien en un librito de bolsillo, para leerlo en el metro o en uno de esos autobuses polvorientos que cruzan lentamente La Mancha.