Observo el absoluto descaro, a través del panorama de la pandemia vírica, de la otra pandemia, la de nuestra clase política aislada en su burbuja. Cualquiera diría que no son conscientes de la gravedad, de dimensiones galácticas, que se nos viene encima.  Para colmo, observas la calle y las redes sociales y resulta todo tan irreal…  Pero el dolor no lo es. Por favor, tened claro ese preciado espacio que separa el propio del que dicta hoy la masa. Sólo nos queda apretar los dientes y sacar proyectos imposibles adelante porque, recordad, sólo os tenéis a vosotros. La vida, amigos. Nuestro futuro.

 

Si algo estamos aprendiendo durante esta pandemia es que “quien quiera estar contento que lo esté, del mañana no hay certeza”, según Lorenzo de Médici. Así que llenemos todo el tiempo que podamos en aprender, estudiar, leer… Las  páginas de los libros serán su suerte de lección vital… Lo explica mejor Jaime Rosales: “Mi padre sigue disfrutando leyendo un libro, visitando una exposición, recorriendo una iglesia o un palacio. Ha dedicado el ocio de su vida, en gran medida, a la historia y al arte… Leí mi primera novela, vi mi primera exposición y asistí a mi primera ópera empujado por la curiosidad de saber qué era aquello que mi padre tanto disfrute le provocaba. Mi padre nunca me empujó ni me forzó. El arte no entra con sangre. Entra de forma voluntaria y libre. El nivel cultural de un país no depende de la política cultural del Gobierno. Depende de sus ciudadanos. Depende, en gran medida, de los padres”. Dicho y hecho.

Respire hondo, aunque sea con mascarilla

Para empezar, mantenga la calma y respire hondo. Con mascarilla, pero tome aire que le oxigene las neuronas. Y agarre entre sus manos Inmóvil como el colibrí, de Henry Miller. El comportamiento de los colibríes se convierte, para Miller, en una metáfora para afrontar el caos, el estrés. Vamos, este 2020. Con la expresión, “estar quieto” del colibrí se refiere a la capacidad del ave para flotar, “impulsada por un corazón de gran tamaño, mientras extrae néctar”. Lo que más inspira a Miller, -y aquí viene la enseñanza-, del ave es la capacidad de “emplear esta fuerza impulsada por el corazón para mantenerse concentrado en el presente y en la terea a sacar adelante”. Lean: “Cuando no puede retroceder ni avanzar, cuando descubre que ya no puede pararse, sentarse o acostarse, cuando sus hijos han muerto de desnutrición y sus padres ancianos han sido enviados al asilo de pobres o a la cámara de gas, cuando te das cuenta de que no puedes ni escribir ni no escribir, cuando estás convencido de que todas las salidas están bloqueadas, o te dedicas a creer en los milagros o te quedas quieto como el colibrí. El milagro es que la miel siempre está ahí, justo debajo de tu nariz, sólo que estabas demasiado ocupado buscando en otra parte para darte cuenta. Lo peor no es la muerte, sino estar ciego, ciego al hecho de que todo en la vida tiene la naturaleza de lo milagroso...”. 

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Por otra parte, no deje de lado Lo esencial: El diseño y otras cosas de la vida, de Miguel Milá. Milá es un profesional firme, educado, cristalino como el agua. El libro del creador de las lámparas TMC, TMM y Cesta entre otras maravillas, es un elogio a la estética cotidiana pero también de su trabajo y de cómo afrontar la vida. Desde su alergia a la ostentación: “Lo contrario a la naturalidad”. Su familia. De su mujer habla con devoción: “Tengo la suerte de haberme casado con una mujer que me ha ayudado muchísimo. 56 años. Y cada vez estamos mejor”. Los hijos: “Me ha enseñado mucho vivir y convivir con ellos”. Es su fiabilidad y la confianza que transmiten sus diseños a prueba de bombas quienes han colocado su trabajo en el olimpo de los inmortales. Y más. Señala incongruencias que a muchos les pasa desapercibidas casi a diario como beber el café cortado en vaso: “Te quemas con los dedos, ¿para qué pensarán que existe el asa?”. Los lavabos con fondo plano porque “desaguan mal”. Los coches, que los haría cuadrados, “con ese diseño aerodinámico pierden espacio”… En definitiva, “lo bien hecho no tiene sólo un sentido moral. Para mí, lo bien hecho también es lo bien ejecutado. Tiene que ver con la competencia y a la vez con el pundonor, con la responsabilidad y hasta con el talento”. Lo esencial te lo lees del tirón. Una delicia de documento vital. 

 

Javier Gomá Lanzón, filósofo, escritor y director de la Fundación Juan March, es de aquellas personas que contesta a preguntas tan universales como “¿cuál es su idea de la felicidad?” con algo tan concreto y real como: “No tener deudas con la vida”. Su lema: “El de la dignidad. ‘Aunque todos lo hagan, yo no’. Ojalá esta reflexión de Los cuernos de don Friolera, que aparece en su ensayo Dignidad, aplicándosela más de uno: “El temor a la pérdida alienta en nuestro pecho sentimientos distintivamente humanos: la ternura, la compasión, la solidaridad, el amor, el perdón. Y nos empuja a buscar un lugar donde seamos un poco menos vulnerables (…) también la obra artística nace de la conciencia de la caducidad señalada a todas las cosas, como en el prólogo a Los cuernos de don Friolera, declara rotundo don Estrafalario en conversación con don Manolito: “Todo nuestro arte nace de saber que un día pasaremos. Ese saber iguala a los hombres mucho más que la Revolución Francesa”. 

 

Me encantaría este libro de Gomá en la mesita de muchos irresponsables que dicen llevar las riendas de esta desgraciada situación que vivimos. Dignidad y la delicadeza debida es lo que está faltando. En un clima desbordado por la explosión de contagios del Covid-19, el enorme daño, miedo y sufrimiento que continúa causando a las personas mayores condenó a los familiares a un adiós sin despedidas y a vivir el dolor en aislamiento. Aún estamos esperando que Pablo Iglesias, como mando único que se atribuyó, explique qué sucedió en las residencias de las que, repito, aseguró hacerse cargo.

 

Abuelos y nietos

Los que hemos tenido el privilegio de compartir tiempo con nuestros mayores sabemos que el vínculo entre abuelos y nietos es especial. Un imprescindible es el bellísimo Háblame de ti: carta a Matilda, de Andrea Camilleri. Para situaros, Camilleri es autor de El comisario Montalbano. Un regalo de libro en forma de larga misiva que deja escrito a su nieta cuando siente que le queda poco para pasar a mejor vida “Matilda, querida mía: te escribo esta larga carta a pocos días de cumplir noventa y dos años”. Asegura no entender el mundo de hoy, y no consigue imaginarse cómo será el mundo que se encontrará Matilda cuando crezca: “Te escribo a ciegas, tanto en sentido literal como figurado. En sentido literal porque en los últimos años la vista me ha ido abandonando poco a poco. Ahora ya no puedo ni leer, sólo dictar. En sentido figurado, porque no consigo imaginarme cómo será el mundo dentro de veinte años, ese mundo en que te tocará vivir”. Nosotros tampoco podíamos imaginarnos este mundo que nos ha tocado vivir. 

 

La muerte es una realidad que el mundo se está empeñando en ocultar. Leía a Laura Ferrero sobre aquello que los antropólogos y los psiquiatras denominan “pensamiento mágico”, ese  proceso  mental de autodefensa que nos hace sentirnos dueños del devenir  para  moldear el guión de nuestra vida a nuestro antojo. Así en El año del pensamiento mágico, Joan Didion reflexiona al revivir el dolor, el duelo, la experiencia de la pérdida –en concreto, su marido y de su hija-. Cuando Didion perdió a su marido entró en su vida ese pensamiento mágico. Por ejemplo, pensaba que al no tirar sus zapatos, “tal vez John volvería a por ellos…” 

 

Esto me recordó a un post en Instagram de Gabriela Ybarra, autora de El comensal, libro que os recomiendo encarecidamente, que me llevó, a la vez, a lo que decía Cicerón “la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos”. A muchos les habrá pasado que tras la pérdida de un ser querido en ocasiones recordamos su mano, sus lunares o sus venas marcadas pero nos es imposible recordar su rostro. A otros, sin embargo, les es imposible recordar su voz. Ybarra nos hablaba de su experiencia con la afantasía, la incapacidad para crear imágenes mentales, una tarde que su hermana Leticia reunió a Gabriela y a su otra hermana Inés. “Leticia nos hizo un test a Inés y a mí. Nos pidió que cerráramos los ojos e imagináramos una estrella roja. Luego nos preguntó por lo que habíamos visto. Las dos habíamos sido incapaces de ver nada”. Continuaron haciendo test. “Inés seguía viéndolo todo negro y Leticia y yo sólo éramos capaces de ver figuras desdibujadas. “Yo recuerdo muy borrosa a mamá”, decía Leticia. “Yo directamente soy incapaz de verla cuando intento recordarla. Solo veo un concepto, la idea de mamá”, decía Inés.  Leticia podía imaginar con muchísima claridad los gestos de nuestra madre, pero no su cara. “No puedo recordar su nariz”, pero describía con detalle un movimiento de mano. Cerró los ojos e intentó imaginar a su madre a través del tacto. Sentía que me hacía cosquillitas con los dedos en el brazo”. 

Entre el horror de las despedidas tengan el consuelo: podemos hacer cosas para recordar lo que no queremos olvidar. La memoria es selectiva. Dejen que esa energía vuele hacia lo que desean.

 

No puedo evitar caer de nuevo en el dolor que este Covid-19 está dejando en muchas familias. Es insalvable. No les tocaba aún. Algunos se han ido demasiado pronto. A veces, se nos escapan expresiones, recuerdos, alientos, por grietas que no sabemos ni por dónde salen. Ahora que Patria, de Fernando Aramburu, ha cobrado más importancia  tras el estreno de la serie en HBO, ya Gabriela Ybarra nos había contado en El comensal que creció así, en el seno de una familia golpeada por la violencia terrorista. Y a esto me refería, a ese dolor insuperable. El argumento de esta primera novela de Gabriela Ybarra parte del asesinato de su abuelo por parte de ETA, en 1977, y culmina en otro momento terrible: la muerte de su madre a causa de un cáncer. Hay dolor. Afortunadamente, huye de victimismo. Como si recordáramos a base de secuencias de ADN con ciertas lagunas. Pero los detalles son aterradores: “El cadáver aparece con los brazos atados a la espalda y los ojos vendados; durante el cautiverio había perdido veintidós kilos; la autopsia determina que tenía las paredes intestinales pegadas, síntoma de que no le habían dado de comer; y las llagas en el cuerpo eran señal inequívoca de que estuvo todo el tiempo tumbado o metido en un saco sin poder moverse… Tres días antes del asesinato, el 15 de junio de 1977, España celebraba las primeras elecciones tras la dictadura franquista”.

 

Tanto Patria como El Comensal son dos libros muy necesarios sobre uno de los episodios más negros de nuestra historia del que extrañamente los escritores habían evitado plasmar sobre papel. Necesarios mientras contemplamos aún atónitos que el Gobierno de Pedro Sánchez pacta con Bildu humillando a tantos asesinados por ETA. Ahora que Pablo Iglesias se reúne con Bildu para negociar los presupuestos  recuerdo que Pedro Sánchez decía hace un año que “lo que no cabrá en el espíritu del futuro Gobierno progresista será el odio y la confrontación entre españoles”.   

El final de El comensal desprende esperanza y a esa esperanza es a la que debemos acogernos actualmente.