Federico Jiménez Losantos (Orihuela del Tremedal, Teruel, 1951) publicó el noviembre pasado La vuelta del comunismo. Espasa. Madrid, 2020, que venía a continuar la Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos. La Esfera de los libros. Madrid, 2018. Dos tochos como dos ladrillos de hormigón armado dispuestos a aplastar bajo su erudición cualquier atisbo de utopía sangrienta que nos quiera vender la izquierda. No encuentro mejor momento que ahora, antes del verano y con un gobierno social-comunista guiando nuestras vidas y nuestras almas, para comprarlos e incluso leérselos… con una sonrisa en los labios y estupor en la mirada. 

 

 

Recuerdo el día que conocí la existencia de Federico, allá por 1997 o 1998. Me habían concedido el premio Luis Rosales de poesía de la Cope, y me entrevistaban en una sede que tenía entonces la emisora en la calle Alfonso XI de Madrid, al lado de la Puerta de Alcalá. Allá me fui, con mi absoluto desconocimiento de todo, mis 22 o 23 años y mi poema premiado en un sobre pensando que me lo harían leer, cosa que no ocurrió. 

 

Me recibió una rubia espectacular -hermosa como un Rubens- que se llamaba Cristina; su apellido era como alemán (por lo menos) y lo olvidé inmediatamente. Era una chica encantadora y locuaz, que debió advertir al momento mi insuperable inocencia. Me iba enseñando las diferentes cabinas, una detrás de otra, complicadas y asfixiantes como peceras. Cuando llegamos a un determinado lugar se paró, dio media vuelta lentamente, me miró y declaró señalando a una habitación algo más amplia: «Esta es la sala “de Federico”». Me impresionó mucho la verdad, quizá porque me sentí coadyuvado por la manera solemne con que me lo había trasmitido, y pensé que era el momento de soltar un comentario con inteligencia y sensibilidad que aportara algo por fin a mi visita. La miré a sus ojos azules lo más profundamente que pude, y le dije con voz entrecortada por la emoción: «Me resulta muy impresionante y hermoso que hayáis dedicado en la COPE una sala a la memoria de Federico García Lorca». 

 

No puedo explicar con palabras el cambio sufrido en el rostro de mi anfitriona: si hacía unos segundos esta contemplando el vivo retrato de la encantadora Isabella Brant, pasé a ver la máscara africana de una de Las señoritas de Avignon de Picasso. Yo no podía entender qué había sucedido. Creo que ella tampoco. Hacía apenas unos segundos éramos tan felices… 

 

Sus ojos fueron reduciendo su tamaño, la nariz adquiriendo su perspectiva, su boca fue descendiendo de la altura de la oreja a su posición natural, y sus labios entonces aclararon: «No, no, Jaime, me refería a Federico Jiménez Losantos». «Ah, perdona», me encogí de hombros, «es que no conozco a ese señor». Llamarle “señor”, así de golpe, con humildad pueblerina, disipó al instante toda sombra de culpa. «Si, si, hijo [sic.], es el locutor estrella de la casa. Muy conocido, y odiado ¿sabes?». No, yo no sabía nada entonces de aquel «señor». 

 

Luego ya sí, claro. Las facetas de “Federico” son diversas, complejas y complementarias. Van desde lo literario a lo político, de la historia de España a la prensa rosa, de lo empresarial a lo social… Es probable que tenga el honor de ser el personaje vivo (si es que Francisco Franco realmente ha muerto) más odiado por la izquierda española, a la que él –incorregible- sigue apoyando en las urnas votando al PP. 

 

Su razonada y razonable, implacable e impactante crítica al “progresismo”, a la catástrofe del comunismo y la ruina del socialismo, su darle voz al silencio de sus millones de víctimas, el señalar la frivolidad de este comunismo consumista de Podemos y demás ralea ha sido de extrema necesidad para todos. A él le gusta repetir aquella sentencia del prestigioso economista estadounidense Thomas Sowell de que «El socialismo tiene tantos récords de fracasos que sólo un intelectual los podría justificar». En fin, qué grande es Federico; déjeme gastar una broma chata en este sentido, una bajeza: nunca tantos debimos tanto a tan “poco”. 

 

Él se atreve a decir a los “radicales libres de la siniestra” que todos los que no quieren “ver” se hacen cómplices de los criminales, y que esa complicidad les reviste de una fuerza oscura que les protege, que les da las armas para no reprimir el deseo cainita de matar, de imponer una dictadura contra la propiedad privada que encubra sus ansias de robar, de cambiar leyes para perpetuarse en el poder creando bastardas dinastías, creando una policía política de nuevo cuño, “nueva-gestapo.com”; y lo dice a la cara, en la radio, en los periódicos, en los libros y, por tanto, con frecuencia ante el juez. 

 

A orillas del círculo polar ártico –lo refería con melancólico dolor Anne Applebaum (1964)- aparecen los cadáveres de los asesinados en los Gulag rusos (1930-1960) gracias al deshielo producido por el calentamiento global. Las víctimas nos hablan a su modo, y su silencio es un grito de terror. Jimenez Losantos repite «La única pista que conduce a la verdad son las víctimas», y estos dos libros suyos –libros llenos de libros, por cierto- lo dicen también a gritos.

 

Desde el punto de vista estrictamente literario están muy mal escritos, por supuesto. Parecen las transcripciones de una locución de radio, atropellada y trepidante. Pero ese desorden garantiza algo inédito en el panorama actual, y es que los ha escrito el verdadero autor, una rareza. Sus torpezas retóricas hay que verlas como un signo de autenticidad, como las cicatrices en el rostro de un héroe de guerra. 

 

Las dos portadas son buenas, correctas. Las dos, con un poco de sensibilidad y gusto se hubieran podido hacer más elegantes, pienso: ¿no se podía haber empequeñecido las letras del título? Son tan grandes que cuesta leerlas; están pensadas para un escaparate, qué duda cabe, no para un libro. ¿No se podía haber colocado un fondo menos… hortera para la “Memoria”, una bandera algo más pequeña para “La Vuelta”? Es probable que sean también, a su manera, un grito, y eso las absuelve de casi todo. 

En la mía –la menos atractiva, es verdad- he querido plasmar lo gris, aburrido, inamovible, titánico y tiránico del comunismo como una pared de cemento. Era imposible saber qué estaba pasando tras el muro hasta que por las grietas ha empezado a salir sangre. Sí, es un poco gore, lo sé, pero los megalitros de presión de las víctimas, las historias atroces que se cuentan en estos dos libros, el escarnio ante la minuciosidad de los datos, deben movernos al espanto.

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