Desocupado lector: ¿se puede todavía escribir un artículo sobre Cervantes? ¿Qué no se ha escrito ya, por todos los Santos? Con ocasión del Día del Libro, y aniversario de la muerte de nuestro autor, un servidor de ustedes ha tenido la humorada de publicar un episodio de podcast en honor a Lope de Vega. Supongo que, si ambos están en la Gloria (como esperamos, y no la de las Letras, sino la Eterna), se reirán con la ironía. Así como en los colegios de Primaria de toda España se hacen “gymkanas literarias”, con globos, carteles, coloreo de marcapáginas, cuentacuentos –todo menos leer un libro–, en esta humilde columna, en este rincón de los nuestros, vamos a dedicar unos parrafitos al manco de Lepanto, sabiendo que no es más que el trino de un gorrión en la vorágine ruidosa del mundo y sus afanes.

 

 

Cervantes en el Ministerio

 

En primer lugar, si usted no tiene muchas ganas ahora de alcanzar ese tomo grueso del Quijote heredado de su abuelo –cubiertas de cuero, papel biblia a dos columnas, cuerpo de letra 5– tendremos que encontrar las ganas por algún otro lado. El peor lugar sería uno de esos campos de concentración para el postureo cultural, consistentes en lecturas ininterrumpidas del Quijote desde un atril, con la gente del público mirando su Instagram e intentando bostezar sin ruido, en una interminable jornada (más bien cornada) que se repite todos los años. Igualito a la tortura curativa que practican con Alex, el protagonista de La naranja mecánica de Kubrick, para eliminar la violencia de su sistema nervioso. Deberían hacerse lecturas así de Mein Kampf. No, lo que nos hace falta es cogerle el gustito de una forma más viva y personal. Recomiendo para ello el capítulo “Tiempo de Hidalgos” de la fabulosa serie de RTVE El Ministerio del Tiempo. Pere Ponce en el papel de Cervantes, y Víctor Clavijo en el de Lope, se marcan una actualización del Siglo de Oro, una especie de retrato colorido que ponen delante de nuestras narices (o sea, ojos y oídos), y que tiene su emoción literaria, histórica, patriótica incluso. 

 

 

Digo “patriótica”: me ocurrió igual en la película de Alatriste, cuando este ve “El aguador de Sevilla” de Velázquez, que el Conde de Guadalmedina tenía apoyado en un rincón, y aquel acerca un dedo a la gota de agua, como dudando de que fuera parte del cuadro. Ahí tuve un estremecimiento de amor melancólico por nuestra España. Porque esa gota de agua que parece de verdad, sucede que es verdad, es la verdad más alta que el Arte puede proporcionarnos: una vida más allá de nuestra vida, algo que extiende nuestros días, no en número, ni en longitud, sino en amplitud. Las tres dimensiones se abren a otra más: nuestro mundo no se acaba en nosotros, que somos de Sevilla o de Alcalá de Henares, o de Guarromán: también somos de El Toboso, o de Manchester, o de Narnia, o de la Tierra Media, o del siglo XVI. Y con Cervantes  estamos viviendo, palpando el otro lado del espejo, una vida más allá de nuestra vida. Las circunstancias chuscas imaginadas por Cervantes, los refranes de Sancho, las grotescas peripecias del Caballero de la Triste Figura, son obra de una mente; pero las carcajadas son nuestras, la piel de gallina y las lágrimas en la muerte del Quijote son nuestras. Porque esa literatura es extensión de la vida, es una sola cosa con ella. Por eso les recomiendo el rodeo-atajo del Ministerio del Tiempo, por si no leemos el Quijote desde el bachillerato, en edición comentada, y se nos ha olvidado qué divertido es. Por supuesto, también las distintas películas (la de Orson Welles, o la de Fernán Gómez con Cantinflas), pueden avivar el fuego, aunque si usted hizo la E.G.B., nada mejor que buscar en Youtube capítulos de la serie de animación producida en España. Seguro que, sólo con mencionarla, está escuchando usted ya esas voces graves de la intro: oh oh oh oh oh oh oh…

 

Decadencia de las letras hispánicas

 

Borges decía que, a partir de Quevedo, comienza un declive de nuestra literatura, que se agudiza con Gracián. Que la diferencia entre Cervantes y Quevedo es que un poema de Quevedo nos parece un objeto admirable, como una piedra preciosa, o una obra de delicada orfebrería. Pero que Sancho Panza y Alonso Quijano (“que soñó con ser Don Quijote, y alguna vez lo fue”) son amigos nuestros. Como sucede con Jim Hawkins, con Sherlock Holmes, con Elisabeth Bennet, con todas esas figuras que parecen salirse del papel y sentarse a nuestro lado para charlar un rato. El arco de esta decadencia, que transita desde la vida hasta el artefacto, lo explicaba Borges con Gracián. Este escribe que las estrellas son “gallinas de los campos celestiales” (horrible imagen), o que la vida es “milicia contra la malicia”, lo cual, como explica el argentino, puede ser un pensamiento justo, pero le puede el juego de palabras, porque parece que al autor no le interesa el lector, sino hacer su gracieta, con un sonido que se interpone entre el lector y la idea. Esto, que le explica al intenso Soler Serrano en la primera entrevista de “A fondo” (la de blanco y negro) marca una visión sobre nuestra Literatura, por un lado negativa (¿nos habremos repuesto de esa decadencia?), pero por otro lado establece un criterio muy interesante que aplicar a la literatura. Y sorprende, viniendo del libresco Borges: la literatura es valiosa cuanto más relación tiene con la vida; en cierto sentido, cuanto menos libresca es. Cervantes es el ejemplo paradójico de esta tesis, puesto que su obra mayor está construida como una exhibición de conocimiento libresco, aunque con mirada irónica; también es un retrato de su época, entre el amor y el espanto, minucioso y genial, que tiene un eco, muchos siglos después, en Cinco horas con Mario, de Delibes.

 

 

La intrahistoria unamuniana, la sociedad vista por dentro y al detalle. Todo ese cóctel (erudición, descripción de la sociedad, situaciones grotescas, riqueza de la lengua en múltiples registros, juego de perspectivas…) forma el monumento llamado Don Quijote de la Mancha. En el que seguimos viviendo, tantos años después. Pues, no nos engañemos, todas esas otras admirables creaciones, las Novelas Ejemplares, La Galatea, El Coloquio de los Perros, las obras de teatro… todo eso sería objeto hoy de análisis de los estudiosos, y leído por eruditos, pero no habría un ejemplar de La Galatea en la casa de casi todos los españoles (junto a tomos del Círculo de Lectores, ediciones del Premio Planeta, y El Principito), ni daría nombre al Instituto Cervantes, que por supuesto se llamaría Instituto Lope de Vega, ni se venderían figuras en las tiendas de souvenirs de Madrid con forma de Persiles y Sigismunda. Cervantes es El Quijote.

 

 

El proxeneta de Lepanto

 

Miguel de Cervantes sería el enésimo ejemplo del disparate que supone la “cultura de la cancelación”. Si Amazon  hace un boicot a Woody Allen por acusaciones (nunca probadas, de hecho desestimadas varias veces en sede judicial) de actos deshonestos, ¿habríamos de eliminar los libros de Cervantes de las bibliotecas públicas, por las circunstancias de su vida? Sabido es –hasta donde se puede tener certeza con los documentos disponibles– que, al volver de su cautiverio en Argel, se encontró con que la familia había sobrevivido como buenamente pudo, con su esposa, hija ilegítima y hermanas calentando la cama de señores e hidalgos, y que esta situación se prolongó más allá de su retorno al suelo patrio. Las peripecias de la vida de Cervantes merecerían una buena película, con su labor como soldado en Italia, la lesión del brazo izquierdo en Lepanto, su cautiverio en Argel, sus múltiples tentativas de fuga, con éxito para sus compañeros, la presunta relación amatoria con su captor… Todo ello daría para una gran producción con trajes “de época”, como se decía cuando yo era chico. Aunque, mejor pensado, lo más probable es que en semejante producción de Hollywood aparecieran espadachinas empoderadas, soldados extremeños asiáticos y actrices de teatro que hablarían de “conquistar tus sueños”. Mejor que no. Olvídenlo. 

 

Últimos consejos cervantinos

 

En conclusión: reabran su tomo polvoriento de El Quijote o, mejor, háganse con otro más manejable. A mí me gusta mucho la edición en dos tomos de Martín de Riquer, que da las notas justas y precisas, pero no apabulla. Y ya es cosa de usted si se salta los episodios interpolados de los pastores o lo lee completo. Si fuera Peter Jackson el encargado de llevarlo al cine, no aparecerían estos capítulos digresivos, igual que eliminó a Tom Bombadil y el saneamiento de La Comarca de El Señor de los Anillos; pero también hay quien disfruta de las historias paralelas o secundarias. Siéntase, ante todo, libre. Nadie nos va a examinar sobre si hemos leído o no el Quijote. Todo el mundo dice que lo ha hecho. Un director de Instituto Cervantes, poniendo cara de “por favor, qué aburrimiento” me dijo cierta vez que El Quijote no se podía leer de una vez, sino entrando y saliendo, y a capítulos sueltos. Hay gente que se motiva mucho con esos retos de “un capítulo cada día”, y lo va contando en sus redes sociales. Hay quien, como un servidor, cuando por fin se engancha, no puede soltarse de la ubre caliente de la que mana el dulce néctar. Encuentre cada cual su camino. Pero no se lo pierda, hágase el favor. Le puedo asegurar que es el libro con el que más me he reído, y eso que he leído muchos de Chesterton. Vale.