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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Cuerpo de roca y alma de vidriera

Voy y vengo a Madrid a hablar de conservadurismo, que es una de las buenas costumbres que uno va adquiriendo.

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Hablaré de la tendencia al acti antivismo que produce la felicidad inherenta a toda actitud verdaderamente conservadora. Y, de pronto, caigo en la cuenta de que yo, que tanto presumo del fervoroso conservadurismo de mi hijo Enrique, lo traigo últimamente muy agobiado por mis prejuicios contra su costumbre de tirarse en los diversos sofás. Si conservador, el coherente es él. Le va a vener bien este viaje a Madrid.

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Mucha felicidad, pero el conservadurismo conlleva un drama interior. Cuánto más tiempo pasa, más cariño le tienes a las cosas, pero más posibilidades hay de que se rompan. He descubierto con desazón que mi mochila tiene un boquetito.

A cambio, qué gusto da Madrid, ciudad antinacionalista por antonomasia. En el bar donde me he tomado la segunda tapa del día tenían serigrafiados en los cristales estos autoinsultos admirables. Hay que leerlos al revés, pero es que tamibén yo los leía al revés, aplaudiéndoselos a los madrileños:

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Por cierto, que con la emoción de los carteles se me echó la hora encima y tuve que irme antes que los hielos de mi vaso vacío se descongelasen. Me pareció una falta de respeto, como dejarlos con la palabra en la boca. Los cubos de hielo son fascinantes y merecieron uno de los mejores versos de Rafael Alberti: «Cuero de roca y alma de vidriera». Es de Marinero en tierra, también él en Madrid, desenterrado del mar, pero cuando todavía no había olvidado las clases hilemorfistas de los jesuitas.

En un rato les iba a explicar a los alumnos que el localismo propio de los conservadors es una escuela de tolerancia, porque si uno es de tu pueblo, le perdonas muchas cosas, como yo a Alberti.

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Otra cosa que tenía que explicarles era una idea de Álvaro Delgado-Gal. Dice, con razón, que el conservador, al subsumirse en una tradición o en varias, y en una identidad familiar, y en una local, etc., hace dejación de partes de su individualidad original. No pensaba ejemplificarlo, pero se ejemplificó. Para hablarles de la transmisión, les expliqué el sistema de solera y criaderas y para hacerlo bien les invité a unos jereces. Fue lo que más les gustó de la conferencia. Y yo les alabo el gusto, y peor para mi individualidad.

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Me cuenta Leonor por teléfono que Quique va a comer a casa de un amigo. Ella, en su papel, le avisa: «Pórtate bien». Responde: «Tranquila, mamá, no hay mayores», como si portarse bien fuese un teatrillo que se hace en presencia de los amigos de los padres. Leonor ha quedado ligeramente preocupada.

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En mi sillón un cocinero gitano [presume] de Sushi. Campeón de Europa de la modalidad. Se me hace la boca agua. Me cuenta que, después de ganar el campeonato de Europa, se fue con una beca a Japón. Y lo tuvieron seis meses lavando arroz. Me admira. Qué manera de lavarse el ego. Él está de acuerdo. Dice que desde entonces es humildísimo.

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Como los jornaleros antiguo, jornalero de la conferencia, todo lo que gano me lo gasto en los bares, aunque tomando tapas en estos viajes de ida y vuelta. Pero, a cambio, qué bien se lee en los trenes y qué romántico y juvenil es esto de guasapearme todo el rato con mi cónyuge.

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