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Para celebrar que he sobrevido al mes de abril, hoy voy a hacer un arroz a mis amigos. Siempre me fastidio lo de abril el mes más cruel de mi admiradísimo —por otra parte— T. S. Eliot. Pero éste de este año, en fin. Ya acaba y muy felizmente para volver a quitarle la razón al angloamericano.
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Mis amigos me preguntan que qué traen. Yo, galantemente, les digo que a ellos mismos, como me enseñó muy bien a responder Leonor. Sin embargo, he descubierto que cuando le preguntan a Leonor, les dice que traigan lo que sea de aperitivo «que el arroz lo hago yo y que toda prudencia es poca». Poca fe veo a mi alrededor, pero la esperanza es lo último que se pierde.
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Vino no tenemos demasiado (somos 12) pero sí para que cada cual pueda beber del suyo y nosotros probar lo de cada cual.
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A mi hijo Enrique (12) y sus amigos les han invitado a cenar a casa de una amiga: pizza. Así que el niño, por amarrar, ha cogido el arroz que ha sobrado de este almuerzo y la ha llevado. «Hemos triunfado», me ha dicho al llegar, orgulloso. Y tanto.