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¿Astérix o Tintín?

«Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste, todavía y como siempre, al invasor». Así empiezan todas las aventuras de Astérix y Obélix, poniendo la lupa en una aldea habitada por alegres vecinos, que a veces se llevan bien y a veces mal, pero que se defienden del Imperio Romano gracias a una poción mágica. No muy lejos –en el espacio, sí en el tiempo narrativo–, en el castillo de Moulinsart el Capitán Haddok despacha un whisky mientras recuerda la última aventura vivida con su joven amigo, el periodista Tintín. ¿Qué une estos dos escenarios, a estos protagonistas? La lengua francesa y el hecho de ser historietas de tebeos. Lo que los separa es el fiel de la balanza para medir nuestra personalidad. Preguntarse «¿Astérix o Tintín?» es como preguntarse «¿Manuel o Antonio Machado?» (cosa que ya hicimos). En el fondo, todo nos lleva a la dicotomía entre lo apolíneo y lo dionisíaco. El dios que preside los banquetes galos es Baco. El mundo de Tintín es el reino de un Apolo de mármol decimonónico.

Puñetazos, jabalíes y latín

El éxito comercial de la obra de Uderzo y Goscinni tiene una explicación sencilla: son historias divertidas. Continuamente hay situaciones cómicas, peleas a puñetazos y suelen terminar festejando con un gran banquete. Gustan a niños y mayores. Pero la calidad artística, la profundidad de campo, por así decir, se debe a lo que llamaríamos «doble lectura», y es algo que sucede con muchos otros artistas y géneros. Por ejemplo, se puede disfrutar de la comedia de Goyo Jiménez sin poseer una gran cultura, porque es muy gracioso de forma directa, con chistes sencillos y con recursos eficaces que provocan la risa en cualquier tipo de espectador. Pero, si se ha leído un poco, el disfrute es doble, o triple, porque se entienden las ironías, las referencias librescas, las bromas culturetas. El arte de Goyo Jiménez es conseguir esto último sin perder lo primero, y que su espectáculo pueda tener esa doble lectura, o esas múltiples capas, si se quiere.

Esto no sucede con Monty Python o con Les Luthiers, que son un bocado exquisito pero no para todos los públicos. Sí sucede con grandes películas como Regreso al Futuro. No sucede con Midnight in Paris de Woody Allen, en que hay que tener el bachillerato (de antes) o una carrera de letras, para reírse de verdad. En Astérix hay esa doble lectura que ha hecho que sus historietas estén en las estanterías de lectores de toda edad y cultura. Sin embargo, el que sepa de Historia disfrutará aún más, de un modo específico y añadido a los otros modos, porque se reirá de los anacronismos, de las parodias de Julio César o Cleopatra. El que haya estudiado latín, otro tanto. Salvat publicó un volumen titulado «Astérix. Las citas latinas explicadas de la A a la Z» dónde salen todos los latinajos que aparecen en las historietas y su significado. Quien tenga conocimientos filológicos, o cierto gusto por las etimologías, gozará con los nombres de los personajes, siempre intencionales y paródicos.

Aún así, lo que nos hace disfrutar los tebeos de Astérix es algo más, aparte del latín y de la Historia. Porque hay un tipo de humor, de desenvoltura mediterránea, una guasa, socarronería o cachondeo fino que impregna los diálogos. Hay una forma de tratarse entre los galos, bulliciosa, agresiva sin malicia, desparramada y feliz. La facilidad para pegarse cada dos por tres, reconciliarse y reírse de los romanos, transmite una felicidad esencial, una joie de vivre despreocupada, con todos lo elementos añorados por los urbanitas sin alma: naturaleza, buenos alimentos, vivir al día, ejercicio físico y comunidad pequeña. Si alguien te dice que no le gusta Astérix pero sí Tintín, desconfía. Te dirá que no a la segunda copa, y no querrá sexo en la primera cita.

La línea clara

En el otro extremo está Tintín, ese repelente imberbe de edad indefinida y flequillito ridículo. Que quede claro que me encantan los cómics de Tintín, pero como me encantan los libros y pelis de Harry Potter: no precisamente por su protagonista. Los secundarios de Tintín son lo mejor de todo, en especial el Capitán Haddok que, con sus gruñidos, refunfuños y maldiciones, añade sal y pimienta a la cartesiana línea clara y el carácter pavisoso de Tintín. Lo de la «línea clara», es un término utilizado en el mundo del cómic, en oposición a una composición y un colorido más confusos y abigarrados, y también en los estudios de tatuaje, en que se llama «línea fina»; pero en España se empezó a utilizar en los ochenta para hablar de poesía, por contraposición a los poetas «novísimos», que hacían poemas culturalistas en los que el léxico, la sintaxis y el tono eran de todo menos sencillos y comprensibles. No en vano, el principal reivindicador de la línea clara fue el gran coleccionista y amante de los tebeos Luis Alberto de Cuenca, cuyo despacho está presidido, entre otros, por una figura de Tintín.

Hay, por supuesto, humor en los cómics de Tintín, pero es diferente: cuando Haddok se emborracha, el muchachito se lo reprocha. Cuando la Castafiore saca de quicio al capitán, se entiende la irritación de este, porque casi nos irrita a nosotros. Cuando Tornasol se despista, hay una cierta condescendencia en las reacciones. Hasta Hernández y Fernández (Dupont et Dupond en el original) son ridículos en cuanto que caóticos. Lo gracioso es gracioso porque, momentáneamente, se opone al orden, al trazo cartesiano, para volver luego a su rail. La referencia estética y moral es Tintín, con su insípida personalidad y sus imprecisos ideales filantrópicos. En el caso de los galos, es el orden, el Imperio, el que resulta ridículo todo el tiempo, y la cordura está con los ruidosos y los ingobernables. La risa en Tintín, aunque frecuente, es la excepción en un cuadro general más amplio. En Astérix es su esencia, como la poción mágica.

Corrección política y cómic

Nuestro tiempo ridículo, que late a pulso de ofensa y wokismo no ilustrado, no ha respetado ni a Mark Twain, ni a Orwell, ni a Lucky Luke, ni a Uderzo-Goscinny ni a Hergé. Protestas airadas se han alzado, de pronto –¿hasta ahora todos eran opresores?–, contra el colonialismo caricaturesco de Tintín en el Congo, entre otros títulos. Ni que decir tiene que es una estupidez supina. Aplicando ese criterio nos quedaríamos sin libros, llegaríamos al exterminio literario e histórico total, como en la china de Mao. Disney Plus ya coloca un cartel de advertencia al principio de algunas pelis suyas, avisando de que incluyen estereotipos raciales y culturales. HBO lo hace con Lo que el viento se llevó. Amén de la relación entre los sexos en las historias de princesas y caballeros. Le preguntaron cierta vez a Goscinny sobre el chauvinismo de sus historias, y respondió que era una sátira, una forma de reírse de este chauvinismo francés y de los estereotipos culturales sobre cada nación. Como sucede en los Simpsons, herederos de esta caricatura extrema y desenfadada. Lástima que en la nueva época de Astérix, ya sin Uderzo, hayan buscado cumplir las exigencias ideológicas imperantes. Siempre nos quedarán los cómics clásicos. Tintín, cuando nos sintamos necesitados de orden, línea clara y humor blanco; Astérix para la guasa fina. Doble sabor que podemos disfrutar a ratos alternos, pues el sabio no se priva de nada que sea bueno.

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