Agradecemos a la editorial Elba que nos haya puesto al alcance A propósito de la escritura, un libro que reúne observaciones, consejos y apuntes sobre el oficio de Ernest Hemingway diseminados en sus libros, entrevistas y cartas. Son una delicia y, además, son útiles. Harold Bloom había dicho de él que era«una gran estilista y un novelista menor». Me faltan datos para entrar a discutir esa frase tan de institutriz, pero, viendo sus reflexiones metaliterarias, podemos aprovecharla. Nos recuerda que estamos recibiendo las lecciones de un gran profesional en aquello en lo que más destacó. Nos viene bien el recordatorio porque el tono es tan coloquial y las ideas tan de sentido común que se nos puede olvidar la autoridad de quien nos los ofrece.

Con todo, nos extraña el desapego de Bloom porque pocos autores cumplen mejor que Hemingway la teoría del crítico neoyorkino. Sintió la ansiedad de la influencia y el peso del talento de Shakespeare y de la Biblia. También es infantilmente competitivo con eso de querer ser el mejor escritor norteamericano de su tiempo. Una mina para Bloom.

Nosotros podemos fijarnos en otras cosas más fecundas. Le aplaudo cómo mezcla vida y escritura: no son compartimentos estancos. El poeta Antonio Moreno dice que cuidarse espiritualmente es fundamental para el escritor porque se escribe con el espíritu y «hay que afinar el instrumento». Hemingway, más a lo bestia, está de acuerdo y calibra su rifle, digamos. Con la preocupación por la economía no se pone melindroso ni hipócrita, —como aquel Antonio Gala que cobraba una millonada por ir al programa de entrevistas del Loco de la Colina, pero que, cuando éste le preguntó por el dinero, contestó: «El dinero… ¡qué asco!»—. Asegurarse un medio de vida es esencial para la lectura, para la crítica, para la escritura lenta. Importa mucho porque hace falta el tiempo, que es la principal herramienta de trabajo del escritor, como demuestra una buena metáfora que Hemingway usa: el talento como un pozo que tarda en recuperarse y hay que esperar tranquilamente que se vuelva a llenar de agua.

Si uno es escritor o sueña serlo, el libro le dará consejos utilísimos. También claves de lecturas para un lector. No será tan provechoso para un profesor de literatura, porque va directo y no levanta ni una teoría, salvo la del iceberg. Un caso gracioso en el que se detiene mucho es la importancia y la dificultad de encontrar buenos títulos. El título de esta colección, por cierto, no es deslumbrante, pero avisa de lo que ofrece con suficiente claridad y honesta amplitud.