HoriZonte de sucesos, el último poemario de Juan Bonilla tiene un aire de bazar o, como el preferiría, de librería de viejo, donde se recogen viejas canciones, ideas sueltas, poemas descarnados, etc. Merece mucho la pena rebuscar. Bonilla tiene el don de la greguería, de la iluminación relampagueante y ramoniana:
Una salamanquesa al sol
zigzageando sobre el blanco muro
como un juguete teledirigido.
*
[Vencejos] en una montaña rusa invisible.
*
El aire
se había echado un poco de jazmín
en las solapas.
*
El cielo encapotado
como en mañana de examen para el que no has estudiado.
*
Seis veces por minuto
llenas de brisa tus adentros.
[En el poema “Espigón”, para que sea más brisa aún.]
Como rayos en la noche, Z, brillan más sobre el telón de fondo de una noche oscura de nihilismo existencial:
Cero o no ser.
*
Estoy bastante muerto últimamente.
*
Soy un fue, un no será, un ex cansado.
Ese nihilismo cuaja en un enigmático poema «Callar a gritos» donde el poeta sufre por todos los niños muertos que nos presentan las noticias y la actualidad, poniendo ejemplos que todos recordamos de los últimos tiempos, pero añade, misteriosamente, una vuelta de tuerca sobre su propia conciencia: «Acaso sean algo más que una metáfora/ subiendo de los fangos subconscientes:/ vienen a susurrarme un crimen».
Sé que hago una elección voluntarista, pero yo me quedo con lo que brilla sobre ese fondo negro. Como este poema el poema «Alegría de la tarde» que cuenta, entre otras cosas: “Cruzando el puente de San Telmo/ me enamoré seis veces./ […] mirando a unos niños/ jugar en los columpios:/ quise ser padre de alguno de ellos/ […]/ Pego el oído [al rumor de las conversaciones desde la terraza de un bar llamado “El Mudo”] sólo para gozar/ del delicado acento que es mi patria/ […]/ un no querer más que lo suficiente». Me ha recordado al soneto de Mario Quintana que he recordado esta mañana, al levantarme un poco más tarde lo habitual, y que podía titularse muy bien «Alegría de la media mañana»:
Mi poema luminoso favorito del Horizonte de sucesos es «El pinar», que es un paisaje tan mío, además. Quizá pueda servirme hoy como «Alegría de la tarde»:
PINAR
Las copas de los pinos
transformando en lluvia el sol.
Quedan charcos de luz
esparcidos por el suelo.
Ganas de arrodillarse
para beber en ellos.