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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Northanger Abbey Revisited

Esta tarde tengo que hablar (deber gozoso) sobre Northanger Abbey. No descubro nada nuevo: es maravillosa. Me parece especialmente recomendable para los que estén emprendiendo una carrera de novelistas, pues en la novela, además de las peripecias de Catherine Morland y Henry Tilney, se ve el nacimiento de la autora Jane Austen en todo su esplendor. También es una novela excelente para hablar sobre la lectura (para eso me han llamado), del paso de la adolescencia a la madurez y hasta de la amistad, sus peligros, placeres y premios.

Además de la gloriosa relectura, para prparar mi charla he revisitado la película de 2007. Me ha gustado más que nunca (como la novela en sí). Pero me ha interesado mucho «la traducción». Mis anfitriones me han insistido en que no hable de cine y literatura (que me voy por ahí a la menor ocasión) sino del libro, y lo haré. Pero qué otra clase podría darse hablando de la relación entre el guión y la novela. Daría como resultado un retrato de nuestro tiempo.

Es graciosa la voluntad de «corregir» a la joven Jane que tiene el guionista. Refuerza la importancia de la lectura en la formación del carácter de Catherine —que no hacía falta, porque la mano sutil de Austen es perfecta— y trata de remediar el deus ex machina de la boda inesperada de Eleonor y la incongruencia de que tan buena amiga no hubiese hecho la más mínima confidencia de sus esperanzas. Ahí, quizá vale. En todos los casos hay muy buena intención por parte del guionista.

Pero lo más llamativo es que tiene que «exagerar» en cuestión de buenas costumbres. Dos ejemplos evidentes. En el libro no hace falta que Isabella se acueste con el capitán Tilney. Ya el tonteo es suficiente frivolidad. Tampoco hace falta que el General eche en mitad de la noche a Catherine de su casa. Ya echarla al día siguiente y en domingo es suficiente grosería. Tengo gran simpatía, como digo, por la película, y quizá no le quedaba más remedio que coger por la calle de enmedio en estos tiempos burdos. Sin embargo, hay cierta melancolía en pensar que, aunque es inevitable que se produzcan escándalos, qué bien cuando el escándalo era por mucho menos, más delicado, menos «frontal». La pérdida de las buenas maneras no es una anécdota más.

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