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Reseñas
literarias
George Orwell

Rebelión en la granja

por:
Carlos Marín-Blázquez
Editorial
Booket
Año de Publicación
2021
Categorías
Sinopsis
Cansados de sufrir abusos, los animales de la granja de los Jones deciden rebelarse contra sus amos. Tras echar al propietario, establecen un nuevo orden basado en la igualdad. Sin embargo, pronto surge entre ellos una nueva clase de burócratas, los cerdos, que, con astucia, codicia y prepotencia se imponen sobre el resto de animales. Concebida como una sátira mordaz del estalinismo, el carácter universal de su mensaje convierte esta novela en un extraordinario análisis de la corrupción que engendra el poder, una furibunda diatriba contra los totalitarismos y un lúcido examen de las manipulaciones que sufre la verdad histórica en los momentos de transformación política.
George Orwell

Rebelión en la granja

Cada época tiene su ortodoxia dominante. En 1945, entre la clase intelectual europea, esa ortodoxia se cifraba en una lealtad prácticamente sin fisuras a la Unión Soviética de Stalin. Alegar en su descargo que las atrocidades del régimen soviético eran desconocidas en Occidente sería una falsedad. Bastaría la lectura de Rebelión en la granja para sacarnos del equívoco. Escrita en plena Segunda Guerra Mundial, la novela es una sátira genial de la Revolución rusa y del triunfo del estalinismo que le siguió. Cuando una vez finalizado el conflicto Orwell intentó su publicación, se encontró con que se le cerraban las puertas de las principales editoriales. Sin embargo, éste no es un hecho que sorprendiera al autor. Consciente del enrarecido ambiente que impregnaba el mundo de la cultura, Orwell publicó un artículo, La libertad de prensa, donde con su habitual prosa incisiva fulminaba la actitud pusilánime sus colegas británicos: “En este país la cobardía intelectual es el peor enemigo al que tiene que enfrentarse un escritor o periodista, y ese hecho no parece haber recibido la atención que merece”.

Los datos acerca de las sevicias del sistema comunista eran por tanto conocidos en Occidente, y si una parte significativa de sus élites decidió mirar para otro lado fue porque, como en tantas otras ocasiones ha sucedido a lo largo de la historia reciente, una mezcla de ruindad moral, perversidad corporativa y ceguera ideológica resultó ser su nota distintiva. Convencido militante de izquierdas, Orwell había tenido ocasión de conocer de primera mano la verdadera naturaleza del estalinismo en el transcurso de la Guerra Civil española. “A mi regreso a España –escribió- me propuse denunciar el mito soviético en un relato que pudiese entender casi cualquiera y pudiera traducirse a otros idiomas”.

Pasó algún tiempo hasta que encontró la forma narrativa con la que dar cuerpo a su pretensión de denuncia. Con el final del conflicto y la derrota del nazismo, la figura de Stalin apareció en el imaginario occidental envuelta en un aura épica. Orwell comprendió que al régimen soviético le quedaba una larga existencia por delante y que la capacidad de resistir de las democracias europeas dependía del convencimiento que demostraran sus dirigentes acerca de la superioridad ética de los principios que representaban. Fue entonces cuando, por contraste con todos esos teóricos de la revolución que se labraban un prestigio hirsuto en los cenáculos universitarios criticando a la misma sociedad a la que debían sus privilegios, los escritos de Orwell adquirieron una grandeza que todavía nos sigue cautivando. Sus denuncias del doble rasero que aplicaban las élites británicas datan de la primera hora: “La intelectualidad inglesa, o una gran parte de ella, consideraba que cualquier duda sobre la sabiduría de Stalin era una blasfemia. Los acontecimientos en Rusia y en cualquier otra parte se juzgaban según patrones distintos. Las interminables ejecuciones en las purgas de 1936-1938 fueron aplaudidas por personas que toda la vida se habían opuesto a la pena capital, y se consideraba tan correcto dar publicidad a las hambrunas cuando ocurrían en la India (por aquel entonces perteneciente al Imperio británico) como ocultarlas cuando sucedían en Ucrania (a la sazón, parte integrante de la URSS).

En este clima de hipocresía y mendacidad, de indecencia consciente y miedo a quedar señalado, tan similar por otra parte al que hemos visto reproducirse con tanta frecuencia desde entonces, Rebelión en la granja se alza, casi en clave pedagógica, como un desafío a la mentira totalitaria y a la falsificación sectaria de la historia. Bajo la forma de una alegoría animal, la novela describe el desarrollo de la revolución bolchevique en el marco de una granja donde los animales, trasunto del pueblo subyugado, consiguen expulsar a los hombres que los explotan. Tras los momentos iniciales de liberación y júbilo, surgen las primeras rivalidades entre los dos líderes de la revuelta: los cerdos Napoleón y Bola de Nieve. El sentido de la trama se nos hace evidente cuando entendemos que el primero representa a Stalin mientras bajo el segundo se perfila la figura de Trotski. Este último se revela como un excelente organizador, dueño de una notable capacidad oratoria y de un espíritu emprendedor susceptible de poner en marcha todo clase de iniciativas orientadas a garantizar el orden y la prosperidad de la granja. En cambio, las armas de Napoleón son de índole muy distinta. Su naturaleza tosca y despiadada, su sed de poder absoluto y su paranoia homicida se canalizan a través de una pérfida combinación de propaganda y terror.

Al mismo tiempo, muy pronto los cerdos se erigen en la clase que acapara todos los privilegios. La astucia primaria de Napoleón, con el auxilio de su esbirro Chillón, consigue no sólo que los animales acepten la situación de dominio que se ejerce ahora sobre ellos, sino que se adhieran, sin una sola voz crítica, a la parafernalia de culto a la personalidad que los secuaces del líder promueven impúdicamente. El engaño permanente, la tergiversación de la realidad, la invención de un enemigo interior al que se acusa de sabotear cada iniciativa que acaba en fracaso por culpa en realidad de una planificación nefasta, todos esos elementos, junto a la omnipresente apelación a la amenaza del hombre que acecha desde el exterior de la granja, configuran un imparable crescendo que culmina con la instauración plena de un régimen de explotación en el que, pese a las penurias generalizadas, “los cerdos parecían bastante cómodos y, además, se les veía cada vez más gordos”.                

Rebelión en la granja es una obra de plena vigencia toda vez que, aniquilado el nazismo, el comunismo ha sobrevivido en amplios sectores de la sociedad occidental como una opción política rodeada por una enigmática aureola de prestigio. Pese a las experiencias catastróficas –en lo económico, en lo político, en lo social, en lo humano- de esta variedad de colectivismo totalitario, nuestras sociedades no han aprendido a vacunarse contra el hechizo de una utopía que promete traer el cielo a la tierra. Ahora bien, la pregunta decisiva es: si el comunismo –como siguen predicando sus apóstoles- es la respuesta palmaria y definitiva a los sufrimientos y carencias de nuestra especie, ¿qué necesidad había del Gulag, la Lubianka, el Muro de Berlín, los campos de reeducación, los impenetrables telones de acero?

Con su insobornable honestidad, con su lucidez a prueba de sectarismos, Orwell nos brinda la respuesta a esa pregunta.

Temática:
Sátira de la revolución soviética a través de una genial alegoría animal.
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Crees que es necesario seguir leyendo obras que denuncien la perversión de cualquier clase de totalitarismo.
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