Levantarse es un acto de heroísmo. Lo puedes hacer por pura testosterona. Lo puedes hacer por Dios y por España. O lo puedes hacer porque Federico acaba de agarrarte de las solapas y empujarte a la ducha. Nadie en su sano juicio se levanta de la cama por voluntad propia. Y Federico es buena alternativa para todos: si no te despierta porque te arenga, te hace saltar porque te cabrea, que en ambos casos se llega al mismo lugar, que se trata de que salgas de cama de una vez, maldito holgazán.
Acaba de cumplir 18 años, la mayoría de edad, zarandeando a los españoles desde el micrófono cada mañana, tomando a su manera el testigo del siempre añorado Antonio Herrero. Sigue teniendo la estatura de una pulga joven y la mala leche de un Quevedo en ayunas, pero se mantiene como el pistolero editorial más rápido del Oeste. Nadie elabora con tanta vivacidad el discurso, nadie desentraña con tanta velocidad las noticias del día, incluso las de ultimísima hora; esas que hacen temblar a los creadores de opinión, que son una especie rarísima que presume de criterio propio, pero en el fondo odian ser los primeros en asumir el riesgo de salirse de la manada.
Ostenta además un alto porcentaje de acierto en cada sunami editorial. A menudo, donde se sitúa, marca la agenda editorial del día, e incluso el resto de los programas de radio y televisión buscan su criterio para adaptar sus mensajes. A José María García le pasaban notas en directo con todo lo que estaba haciendo la competencia. Hoy la mayoría de las notas que circulan por emisoras y platós, que ya son digitales, son declaraciones de última hora de políticos o citas tempraneras de Federico.
Quizá por todo esto, lo vio venir antes que nadie. Suele situar la epifanía en la noche en que noqueó a Pablo Iglesias en Intereconomía. Confieso que yo estaba al otro lado de la cristalera del plató, viendo El Gato sin sonido y con un generoso roncito, que es el modo que algunos tenemos de contemplar el circo político, pero incluso en medio del teatro mudo, vimos palidecer a la bestia comunista poco a poco hasta convertirse en grácil corderito, al borde del puchero incesante en que se ha tornado su forma de hacer campaña. Se leyó esa noche en los labios de Federico el despertar de una España adormecida: “me recuerdas a mí cuando era gilipollas”.
Hay en el de Orihuela del Tremedal un componente innegociable, que es un modo de vida y no una pose radiofónica: el sentido del humor. En la mejor tradición de la sátira española, entrega cada mañana una colección de citas en llamas, con la virtud de hacer reír tanto a los amigos como a los enemigos. Si había alguna duda al respecto, a mí me convenció años atrás, el día que bautizó como “cavernas” al difunto Cuevas que presidía la CEOE desde el Cuaternario hasta 2007. Hace tiempo que recomiendo a sus ofendidos de la mañana la magistral obra de Pancracio Celdrán, El gran libro de los insultos, porque antes de ir al juzgado conviene saber qué te están llamando. Hay una larga cola de plañideras que han terminado haciendo el ridículo por sobreactuar e improvisar la demanda, a la caza de alguno de esos jueces alérgicos a los libros gordos, que también los hay.
Todo lo que ha venido después de aquel choque televisado ha quedado reflejado en dos obras imprescindibles para comprender la deriva política nacional: Memoria del comunismo y La vuelta del comunismo. Más allá de haber sufrido en nuestras carnes la legislatura socialcomunista, no hay mejor vacuna que estos dos libros de Federico para repeler el veneno de las mentiras que arrojaron a Cuba, y otras tierras benditas, fuera del paraíso de la libertad.
Aunque muchas páginas se circunscriben a la vida española, al menos Memoria del comunismo podría convertirse en una vacuna exportable, como defendí hace algunos meses en National Review en ¿Por qué el comunismo sigue siendo una ideología respetada?, donde sugería su traducción al inglés; una propuesta, por cierto, apoyada con entusiasmo por cientos de lectores americanos de la revista.
Si bien el suicidio comunista del socialismo español es hoy un hecho a la vista de todos, no está de más abrir el objetivo para comprender que es la izquierda, en todo el mundo, la que se ha lanzado a una carrera alocada hacia la extinción, y no estoy seguro de que hagamos un buen papel haciéndoselo saber cada día. Ya sabes, “nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error”, que es una cita que, menos a Irene Montero, se le ha atribuido a todo el mundo, aunque con especial insistencia a Napoleón.
Ante la pérdida de sus propios fundamentos históricos, la izquierda ha migrado los restos de un marxismo anoréxico a la causa identitaria, a la climática, y a cualquier idiotez que puedas imaginarte, en realidad. Por eso conviene reseñar que hay otra lectura obligada para quienes quieran poner en contexto este gran fenómeno de suicidio colectivo –valga la redundancia- de las izquierdas del nuevo milenio: Vivir sin mentiras, del genial Rod Dreher, que llega ahora a España.
Aunque me extenderé en esta obra en otra ocasión, el autor y editor de The American Conservative, desentraña con lucidez todos los demonios que está liberando la izquierda en el mundo, sometiéndonos a un totalitarismo global silencioso de peligrosas consecuencias. Rod Dreher es una de las mentes más brillantes del conservadurismo americano y es probable que su nuevo libro sea uno de los grandes referentes ideológicos de nuestro tiempo.
Entretanto, mientras la bestia comunista sigue tratando de colarse por las grietas de la pandemia incluso en los países más libres del mundo, la derecha tiene una oportunidad histórica para frenar al monstruo, pero para eso debe primero ser capaz de identificarlo. Por suerte, hay lecturas que son la esperanza del mundo libre. Igual que hay voces que, clamando a menudo en el desierto radiofónico, te alegran la mañana, como Federico hace unos días, haciendo sonar Noches de bohemia de Navajita Plateá como único mensaje editorial necesario para hacer frente a todo un navajazo preelectoral contras las derechas.