Enseñar a hablar a un monstruo de José C. Valés arranca como tiene que hacerlo un libro divulgativo, despertando el interés sobre la materia a tratar, en este caso el lenguaje. Es cierto que antes hay una nota del autor, pero esas notas, como todo el mundo sabe, no están hechas para ser leídas. El libro de verdad comienza el 11 de julio de 1961. Marilyn Monroe sale de un hospital neoyorkino tras un ingreso de varios días. Curiosos, fotógrafos y periodistas se arremolinan en torno a la rubia por antonomasia. Va entrar en el coche cuando alguien le pregunta cómo se encuentra. Monroe responde: «I´m feeling much better, thank you».
Es en esa contestación anodina, en ese lugar común de los convalecientes, donde se posa la atención de Valés, y de este modo hace patente la intención de su obra: fijarse en lo que pasa desapercibido, sacarle brillo al milagro de la comunicación humana, tan empañado por la cotidianidad. La respuesta de la actriz no fue lo más relevante del acontecimiento, pero quizá sí lo más prodigioso. Para que ella dijera lo poco que dijo y los demás lo entendieran, se precisó una catedral gramatical llena de secretos, un periplo idiomático que se pierde en la bruma de la historia y unos procesos mentales de los que apenas sabemos nada, salvo que, en efecto, se producen. Varios mecanismos colosales tuvieron que intervenir para que Monroe, al final, no dijera nada.
Aunque me puede mi formación filológica, no cabe duda de que el lenguaje, la lengua e incluso el habla son portentos. Y lo bueno es que, además, sus prodigios pueden ser vislumbrados por cualquiera a poco que se le guíe. De ahí que sea de agradecer cualquier libro que trabaje en ese sentido. Está, por supuesto, el clásico El instinto del lenguaje de Steven Pinker, si bien a ratos oscuro para los profanos. En nuestro país lleva años haciendo una labor encomiable Lola Pons, sobre todo en Historia de la Lengua. Aún resuena el estruendoso éxito de Irene Vallejo, también en la faena de algún modo. Ahora se suma el libro de José C. Valés y la grey filológica está de enhorabuena.
La primera parte de Enseñar a hablar a un monstruo se detiene en la gran incógnita del nacimiento del lenguaje humano, tanto a nivel general como en cada uno de nosotros. Como aquí habla hasta el apuntador, olvidamos que aprender a hablar, a nada que uno pondera la complejidad del asunto, no debería ser tan fácil. Amén de las obligadas apariciones de las grandes figuras (Humboldt, Saussure, Chomsky…), Valés derrocha gusto por lo anecdótico y rescata otras más olvidadas, lo que si bien hace que su libro no resulte del todo sistemático, colabora en la amenidad deseable en un trabajo de este tipo. La segunda parte se adentra en la variedad de las lenguas y en diversos asuntos relacionados con la etimología, disciplina bellísima pero llena de espejismos. Por último, el tríptico se completa con la parte dedicada a la escritura, la cual, como buena parte de la cultura humana, surgió para dar perdurabilidad a lo que nació efímero.
Enseñar a hablar a un monstruo es un libro fascinado y, por eso, fascinador. Dirigido a los profanos, sin duda, pero que también puede interesar a los del gremio, aunque solo sea para recordar los deslumbramientos que nos hicieron perseverar durante los cinco años de carrera, incluso a quienes entramos por la literatura y veíamos, más al principio que al final, la lengua como un gravoso peaje. Se suele decir que cualquier disciplina bien explicada es capaz de suscitar interés, que en todas ellas hay un núcleo irradiante de belleza. Pues con la lingüística, créanme a mí o lean a Valés, lo anterior no puede ser más cierto.