Como ya dije a propósito del último libro de Ted Chiang, lo que más me interesa de la ciencia ficción es su primer acto: la presentación de la premisa fantástica. Veo los minutos iniciales de la película o paso las primeras páginas de la novela deseoso de conocer las particularidades de un mundo que sería como el nuestro si no fuera por algo; y ese “algo” es lo me engancha.

Esto se aplica igual al subgénero de lo monstruoso, entendido como la introducción de un elemento que se desvía del orden natural. Por lo común la monstruosidad es ciclópea: resulta apabullante, por ejemplo, la primera aparición de Godzilla, emergiendo de las aguas y haciendo encallar a los portaviones como si fueran barquitos de papel; o la acrobática comparecencia de King Kong; o el despertar pesadillesco y fosforescente del kaiju.

Sin embargo, lo monstruoso no ha de ser por necesidad titánico. No lo es en la novela de hoy, a la que –confesaré a riesgo de que me destierren del mundo cultureta– no habría llegado de no ser por la película. La adaptación de Alex Garland, protagonizada por Natalie Portman, fue lo suficientemente sugestiva como para conducirme al libro de Jeff VanderMeer.

Como iba diciendo, en este caso la premisa es monstruosa pero no monumental, y, como es marca del género, se trata de una premisa prometedora. En la llamada Área X algún tipo de fenómeno ha trastornado la naturaleza de forma inquietante. Aunque resulta difícil delimitar las condiciones de la alteración, todo parece indicar que se ha producido una singularidad que mezcla, como en una pavorosa coctelera, la genética de los seres orgánicos. Un mundo-quimera, espeluznante y hermoso.

Aniquilación, primera parte de la trilogía Southern Reach, está narrada por la protagonista, una bióloga que se presenta voluntaria a la doceava expedición que se adentra en el Área X. Es la doceava pero bien podría ser la primera: las anteriores o no volvieron o es como si no lo hubieran hecho. Por tanto, fantasía oscura, es decir, terrorífica.

El mayor logro de la novela es el perpetuo y creciente misterio. Empieza muy arriba y sigue subiendo hasta la última página. El primer paso es ya desazonador; aun así, la bióloga sigue avanzando hacia una incógnita que, por muy incógnita que sea, no parece positiva del todo. La protagonista está imantada, hipnotizada por una luz funesta, como los mosquitos que se encaminan embobados hacia el azul fosforito que pondrá fin a sus horas. Sabe que quienes le precedieron murieron o se disolvieron o cosas aún peores, pero eso no le hace sustraerse a su atracción.

Y me parece bien porque eso hace interesantísima la trama y con un penetrante aroma trágico. No sé si por eso de la catarsis, pero está bien que alguien se adentre en las fauces de un misterio insoportable mientras uno está tranquilamente en su casa, confortable, seguro y leyendo con los pies en alto, que es como hay que leer.