Otro hombre desesperanzado. Otro varón en la “edad corriente” —que diría Ramón J. Sender— con el peso del mundo sobre sus hombros. Otra vez la muerte, el tedio, la pesadumbre de vivir.
Otro Labrouste.
En fin, no del todo. Es inevitable tener en mente Serotonina (disculpen el juego de palabras) cuando se lee Aniquilación. Paul Raison, el protagonista del lanzamiento editorial del año en Francia, no está tan jodido como Florent-Claude Labrouste, aun cuando las preguntas que sobrevuelan el precario iter vital son las mismas. A saber: el Occidente que nos hemos dado, la relación amorosa que naufraga, los lazos familiares que nunca estuvieron, el sentido de la vida.
Anéantir —el título original— es una gran palabra y las tres primeras líneas de la novela constituyen una magnífica sentencia. «Algunos lunes de los últimos días de noviembre, o de principios de diciembre, tenemos la sensación, sobre todo si uno es soltero, de estar en el corredor de la muerte». Houellebecq tiene estas cosas; escribe un comienzo para firmarlo ante notario y luego endiña tres capítulos en los que quieres pedirle cuentas. Hay que salvar la primera de las tres tramas para seguir adelante con la lectura.
Que el terrorismo será cibernético o no será, en un futuro próximo, está por ver. Pero es que el suspense a cuenta de ataques a servidores de todo el mundo, códigos imposibles de desencriptar, vídeos con decapitaciones virtuales de mandatarios o la voladura de un carguero en las costas gallegas, la de un banco de semen danés o de una embarcación de inmigrantes no lleva a ningún sitio en Aniquilación. Reminiscencias esotéricas, algo de ecofascismo, una reivindicación del apocalipsis del mundo moderno con la que Houellebecq se congracia… poco más. Prescindir de ello habría aligerado una novela de 602 páginas en la que realmente interesan las elecciones presidenciales en el Hexágono y la soledad.
Por acabar pronto con lo que sobra en Aniquilación: Raison, el protagonista, padece sueños vívidos recurrentes que tampoco aportan gran cosa. Dado que el autor francés no considera la interpretación de los mismos una ciencia, o necesarios en el desarrollo del libro, da la impresión de que actúan como relleno en una obra artificialmente extensa.
Año 2027 de nuestra era. Paul Raison es la mano derecha del ministro de Economía y Finanzas, Bruno Juge. Está casado con Prudence y atraviesa una crisis matrimonial de las de dividir la casa y no hablarse. El relato político en Aniquilación está basado en hechos reales, como las películas de Antena 3. Aparece Éric Zemmour en la escena para ser vilipendiado y, aunque no se le nombra, el presidente saliente es Macron. Juge es designado por éste como número dos de Benjamin Sarfati — presentador estrella de un talk show— para las presidenciales.
El personaje de Juge, tratado muy amablemente en la novela, está inspirado en el actual ministro de economía y amigo personal de Houellebecq, Bruno Le Maire. Por añadir unas pinceladas para el público español, es el perfecto siervo del sistema. Con un itinerario académico clásico, en la novela se nombra varias veces la ENA —Escuela Nacional de Administración— paso ineludible para pintar algo en la esfera política del país galo, estuvo en el gabinete Villepin antes de escuchar los cantos de sirenas de La République en Marche y poder demostrar su versatilidad ideológica y su inutilidad ministerial.
En el 2027 la izquierda ha desaparecido del panorama, su representación residual no tiene inteligencia ni redaños y el progresismo queda a cargo de los ecologistas. Subsiste en la oposición la Agrupación Nacional (antiguo Frente Nacional) de Marine Le Pen y la democracia es un acto simbólico acompasado por un parlamento de palo. El presidente gobierna por decreto y la gobernanza del país es equivalente al programa de gestión de una empresa.
Hasta aquí el bueno de Michel H. no ha puesto a prueba su imaginación. Ahora bien, el maestro de la distopía no nos podía dejar sin un guiño: en la Francia de dentro de un lustro el PIB es adorable, la industria gala es capaz de plantar cara a las nuevas potencias (China, Rusia, EEUU y el Papa) y al protagonista le resulta curioso encontrar árabes en las calles por la falta de costumbre.
El padre de Raison es internado en una institución estatal a causa del estado vegetativo en que se encuentra tras un accidente cerebrovascular. El evento sirve para reunir a la familia y preguntarse en qué momento se desmoronó todo. El apellido del protagonista (Razón en español) no parece una casualidad cuando lo encontramos a medio camino entre el escepticismo y la envidia ante el ferviente catolicismo de Cécile, su hermana. Dicen que Houellebecq es un escritor cristiano. Él se declara influenciado por san Juan, san Pablo y Pasolini. Es un escritor cristiano que siempre —lo hizo también en Serotonina— se queda a las puertas de la Verdad. Con un miedo reverencial a descubrirla, se da un garbeo por el sinsentido. Prudence, su esposa, es wiccana. «Lo que sea que ayude a soportar la muerte», esgrime Raison. Pero no, Houllebecq no puede escribir sin que se le note el bostezo sobre la reencarnación y el Sabat de Lugnasad.
Ya es conocido. Houllebecq cartografía de la desorientación, ausculta los últimos estertores de la sociedad occidental y es perspicaz cronista del zeitgeist. Puede que, en este caso, se haya situado frente a su propia muerte para mitigar el impacto del momento —es la ventaja de la anticipación— pero sobre todo para, despojado de lo mundano, descubrir qué es esencial.
En Aniquilación lo hace mientras le guiña un ojo al pensador reaccionario Josef de Maistre, desautoriza la Teoría Mimética de Girard, elige a Conan Doyle frente a Agatha Christie y cita a Pascal.
Mientras reflexiona sobre la eutanasia («La verdadera razón es que ya no soportamos a los viejos, ni siquiera queremos saber que existen»), la gestación subrogada y sigue hablando de sexo, ya con desgana, hace que su protagonista, herido de muerte y curado de amor, tenga ánimo para apodar a los galenos que llevan su caso los Dupond y Dupont (Hernández y Fernández en la versión original de Tintín). Encontramos otra nota de humor cuando adjudica al padre de Raison, un antiguo espía de la DGSI, la predilección por Balzac (la crítica compara a menudo al escritor reunionés con el autor de La Comedia Humana).
Leo en la prensa francesa que Houellebecq siempre produce la misma polarización en las opiniones: algunos dicen que Aniquilación es su mejor novela (antes de la siguiente) y otros que es su peor novela (antes de la siguiente). Pero el asunto en este caso es si habrá siguiente.
En efecto, Michel Houllebecq despide el epílogo de su última obra con un enigmático «Es hora de que pare».