El Castillo de Émblor es un viaje espiritual que discurre a través de los sueños y la realidad mágica de la vida. Es una novela que podría dar la falsa impresión de que es para niños, pero no se confíen, es inocencia y poesía, pero de una deliciosa profundidad. La lectura está dirigida al niño interior que todos los adultos llevamos dentro, tomen nota los que se han olvidado de dialogar con esa parte infantil que representa la imaginación y la creatividad. La novela, la primera del autor Diego Múñoz Cobo-Liria, narra las peripecias de dos niños, Juan y Lelo, de doce y diez años. Armados con gran imaginación y entre una gran cantidad de discusiones profundas, divertidas, absurdas y tiernas, de ésas que tienen los hermanos que comparten cuarto antes de dormir, intentarán hacer frente a muchos de los secretos que el mundo les irá presentando. Una historia sobre la búsqueda personal y sobre los miedos, cuyo hilo conductor son los sueños y en los que los protagonistas pueden crecer para después regresar al mundo real con más conciencia y conocimiento.
El autor plantea un universo onírico en el que se mezcla la realidad y el sueño, y en el que no existen, en ocasiones, el tiempo y el espacio. El libro bebe de muchas fuentes, de la filosofía india que impregna las páginas de Siddhartha de Herman Hesse, de los universos de Borges, de la filosofía de Arthur Schopenhauer y el velo de maya. Pero a veces parece que estamos ante un enigma matemático, un juego de estrategia, un compendio de acertijos con una respuesta que solo aparecerá al final de las páginas del libro. No les voy a hacer spoiler porque no es un libro cuyo género sea fácil de ubicar. Se encuentra entre la fantasía, la espiritualidad y la filosofía mezclada con las aventuras de super héroes y villanos, con juegos que nos evocan la infancia y conversaciones cargadas de humor e imaginación. Así, en el libro aparece una biblioteca que en vez de tener libros tiene sueños con miles de estanterías en forma de caracol y que nos retrae a la Biblioteca de Babel de Ficciones. Y asistimos a hechos singulares como el rescate del planeta Urano para salvarlo del aburrimiento, un intento fallido de dominar el tiempo, y la visita a una especie de jardín del Edén del que los niños no quieren salir, entre muchas otras aventuras que nos hacen reflexionar sobre el sentido de la vida.
Quédense con la frase que le dice Juan a su hermano Lelo (los dos protagonistas del libro): “Si te digo la verdad, Lelo, alguna vez, cuando era más pequeño, sí me perdía en la oscuridad; tampoco la entendía y creía que cuando llegaba todo desaparecía. Pero por la mañana, cuando la luz volvía, veía que todo estaba en su sitio, lo que me llevaba a pensar que las cosas nunca habían dejado de estar ahí. Es un problema de falta de luz y no de oscuridad”.
A los que se lancen a la aventura de leer el Castillo de Émblor no lo hagan del tirón. Lean capitulo a capítulo y aprovechen para reflexionar y hacer suyo el viaje de Lelo y Juan.