Soy muy partidario de la literatura secundaria. Nos ayuda a encaramarnos hasta la lectura de las grandes obras maestras y nos adiestra en algo tan primordial para la lectura como sentir que estamos en conversación con los autores. Un buen autor hablándonos de un gran autor al que amamos propicia un clima de intimidad mayor. Todo eso consigue un tratado ejemplar: Jorge Manrique o tradición y originalidad, de Pedro Salinas. Como el tema del ensayo es el diálogo entre lo recibido y lo aportado, los precedentes de Jorge Manrique entran en la charleta y Manrique les replica y se crea un ambiente de lo más animado. Casi de familia porque tanto Gómez Manrique como Íñigo López de Mendoza, el marqués de Santillana, eran tío de Jorge.

Otra ventaja añadida es que las Coplas es una poesía tan diáfana que no necesita una introducción. Eso favorece el clima de amistad con Salinas, que se desprende, por innecesario, del tono profesoral.

El libro tiene muchas citas de poetas anteriores, muchas de Manrique, ideas de otros y aportaciones de Salinas. Es una fiesta coral. El barbero coge lo bueno de cada, señalándolo:

Wechssler ha encontrado una felicísima frase para calificar ese Frauendienst, ese servicio a las damas: «La feudalización del amor». […] La servidumbre es, por consiguiente, el estado natural del amor.

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El amor, a fuerza de exigirse a sí mismo virtudes, abnegaciones y esfuerzos, puede mirarse como una escuela de conducta moral.

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Definición de poesía de Juan Alfonso de Baena: «Es una escriptura muy sotil e bien graciosa». [La firmo.]

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Exigencias para el poeta de Juan Alfonso de Baena: «E finalmente que sea noble fidalgo e cortés e mesurado e gentil e gracioso e polido e donoso». [Tomo nota.]
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Arcipreste de Hita, le dice a la Muerte sobre Jesús: «¡Tú matástel’un hora! ¡Él por siempre te mató!»

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[Llamarse Ferrán Sánchez Calavera y ser un poeta elegíaco es un bonito ejemplo de Nomen omen.]

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Gonzalo Martínez de Medina: «Este mundo es muy fallecedero, e dura poco e para en pena».

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Juan de Mena: «De obras divinas non avemos cura,/ E en vanaglorias e insaltaciones,/ Cobdicias, engaños, mentiras, traiciones/ Pasamos el tiempo con gran apresura».

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Sánchez Calavera: «Todo es sueño e sombra de luna/ Salvo el tiempo en que a Dios loamos».

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Gómez Manrique: «… que todas son emprestadas/ estas cosas/ e no duran más que rosas/ con eladas».

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Gómez Manrique: «que este mundo falaguero/ es, sin duda,/ pero más presto se muda/ que febrero».

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La Edad Media no tenía prisa. Dos siglos se llevó en decir lo mismo, en el tránsito pausadamente mejorativo, de la expresión inmediata de una idea moral en verso, en la voluntad de poetizarla, en su conversión en poesía.

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Ruy Páez de Ribera, en un decir sobre si la Fortuna es mudable o no, llega a la consecuencia de que lo es con el rico, no con el pobre.

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Marqués de Santillana, refiriéndose al Condestable don Álvaro de Luna: «De tu resplandor, oh Luna,/ te ha privado la Fortuna»; que serán dos versos que yo recite cada 28 días a la luna nueva, mientras que a la luna llena seguiré dedicándole los haikus de rigor.

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Gómez Manrique: «Las tales adversidades [los golpes de la Fortuna] las cuales no son malas salvos a los que las sufren mal. […] No es justo que nadie por ello sospire/ e menos los nobles de generación».

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El hombre inmerso en la tradición no sabe más; es más, porque ella, al multiplicarle las posibilidades de ser, le multiplica la potencia de ser.

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La tradición es la forma más plena de libertad que le cabe a un escritor. […] De nada sirve una libertad que no tiene para ejercerse más que el vacío. Suponiendo que la libertad sea capacidad de elección entre esto y aquello, cuanto más estos y aquellos se le brinden…

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Nada distingue más noblemente el proceso de la tradición que su calidad selectiva, que le es propia y constitucional. […] No se deja guiar más que por una norma selectiva: lo mejor.

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La gran tradición es una convivencia de tradiciones menores.

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En verdad, la tradición es como los padres, que no quieren desde el fondo de sus almas de muertos que nos volvamos a ellos, sino que los continuemos en nuestros hijos.

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En castellano, al morir se le llama pasar. [Y también, curiosamente, al tener de qué: «tener un buen pasar».]

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Middleton Murry: «La más alta forma de estilo es una combinación del máximum de personalidad con el máximum de impersonalidad».

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Gonzalo Martínez de Medina: «Hercoles, Archiles, don Ector Troyano».
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Nunca [como en Las Coplas] los bienes mundanos se le presentaron al hombre más lucidos y seductores.

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No hay poeta entero si le falta el don de la sensualidad.

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Coplas: «Por méritos de ancianía/ bien gastada».

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Lo asombroso de las Coplas, como de todo gran poema: que hace lo que dice, que sus palabras, por serlo en función poética, son actos.

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La muerte para explicarse a sí misma no tiene más remedio que explicar la vida.

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T. S. Eliot: «Si nosotros sabemos más que los antiguos es porque nos lo sabemos a ellos».