El planteamiento de este librito es muy sencillo. Thomas Mann va a viajar a América en un barco y decide que la lectura de su travesía será Don Quijote. En su diario se entreveran las anotaciones de lectura con las del viajero, aunque muestra más interés por la lectura.

A modo de excusa cuenta que «durante una tempestad en alta mar, Iván Goncharov fue sacado de su camarote por el capitán: como era un escritor debía ver aquello, era grandioso. El autor de Oblómov subió a cubierta, echó un vistazo a su alrededor y dijo: “Sí, ¡tonterías, tonterías!”, y descendió de nuevo». Yo me temo que me habría marcado un Mann también, pero no puedo dejar de recordar con cierto orgullo patrio el impacto que el mar dejó en JRJ y su Diario de un poeta recién casado. Tanto que le cambió el título a su libro por Diario de poeta y mar, como si las nupcias hubiesen sido con el horizonte.

Lo de Mann es más normal. Siente cierto mareo, «pues el ascenso y descenso del horizonte afecta a la cabeza de una manera conocida de antiguas experiencias, pero ya olvidada». Y ve que el paisaje de alta mar es aburrido: «No me resulta nuevo que el mar vivido desde el barco en su perfección circular no me impresione tanto como visto desde la playa». Ortega y Gasset había escrito algo parecido. Dijo que en los paisajes marinos el encanto lo pone la línea costera. Es verdad. Mann hace una observación brillante. Un paisaje es lo que se mira y está enfrente, no lo que nos rodea de un modo abusivo. A cambio, «durante todo el día me divierte el ingenio épico de Cervantes».

En consecuencia, las observaciones sobre el viaje tienen cierto encanto costumbrista, pero poco más. Está muy bien cuando comenta que, gracias a la radio, siguen conectados a las noticias triviales (y graves) de Europa. Por contraste, su lectura de Don Quijote es estupenda. Se percibe el genio en ambos extremos (lector y lectura) y las chispas que saltan del encuentro. Sin pretensiones, al hilo de lo que lee cada día, demuestra una perspicacia enorme y unas simpatías idénticas por el creador y por el personaje. Se disfruta siempre, pero, además, consigue arrojar a veces una luz inédita sobre nuestra entrañable obra maestra. Véanse: