Resistencia y sumisión reúne las cartas y apuntes desde la cárcel del pastor protestante Dietrich Bonhoeffer, con algunos textos explicativos de su situación. Detenido por participar en el complot contra Hitler, toma notas todos los meses que espera un juicio, una liberación o el fin de la guerra.

El libro tiene muchas similitudes con el diario del Cardenal Pell y con El diario de la Felicidadde Nicolae Steindhart. Caigo ahora en que podrían formar una trilogía de cristianos (católico, Pell; ortodoxo, Steinhardt y protestante, Bonhoeffer) en la cárcel por razón de sus ideas frente a la postmodernidad, el comunismo y el nazismo, respectivamente.

Serían una estupenda base para un ecumenismo serio, me atrevería a apuntar. En los tres, la misma fe, la misma esperanza, más o menos, la misma alegría. Para no hacernos trampas en el solitario, Pell tiene una situación menos peligrosa, aunque también devastadora de su fama personal. Y luego la misma rutina: gran amor por los libros, mucho pensamiento finísimo sobre todo tipo de materias, y bastante rutina de la cárcel.

Bonhoeffer se ocupa de sus padres: «Perdonad que me haya convertido en fuente de preocupación para vosotros», les escribe; y sólo les cuenta la mitad de la mitad de sus inquietudes y penurias. No deja pasar ni una belleza: «Aquí, en el patio de la prisión, hay un zorzal que canta de maravilla por las mañanas y al atardecer. Uno agradece el más mínimo detalle; también esto, desde luego, es un enriquecimiento». Si hubiese conocido el romance del prisionero, podría haberlo citado. No lo cita. Pero mejor. Nos deja la certeza de que su alegría era pura y real, y no un guiño intertextual. «Sólo mi relación con las moscas de la celda continúa para mí desprovista de todo sentimentalismo», cuenta con gracia, aunque son otras muchas las molestias y humillaciones a las que hace frente.

Levanta en las páginas un monumento a la dignidad, a la belleza y a la inteligencia.

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El tiempo, por ser irrecuperable, es el bien más valioso.

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[Etapa final del descenso moral] Hasta que por último se contentan con tener una conciencia tranquila en lugar de una conciencia buena.

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Incluso conversando con ella [una persona necia] podremos darnos cuenta de que no estamos tratando con ella misma, con ella en persona, sino con los tópicos y las consignas que la dominan.

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Quien desprecia a una persona nunca logrará hacer algo de ella. […] La única relación fecunda con los demás –y ante todo con los débiles– es el amor.

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En tiempos pasados puede haber sido tarea del cristianismo el dar testimonio de la igualdad de los hombres; hoy, el cristianismo tendrá que comprometerse apasionadamente en favor del respeto a las distancias y a la calidad humana

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En esencia, el optimismo no es un punto de vista sobre la situación actual, sino una fuerza vital, una fuerza de esperanza.

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Puede ser que el día del juicio final despunte mañana mismo; entonces dejaremos con gusto de trabajar por un futuro mejor, pero antes no.

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Pienso a menudo en el hermoso cántico de Hugo Wolf, que últimamente habíamos cantado con frecuencia: «De la noche a la mañana, de improviso, se presentan la alegría y el sufrimiento; mas te abandonan antes de que te percates, y se dirigen al Señor para comunicarle cómo los has soportado». Este «cómo» es la clave de todo; es más importante que todos los acontecimientos externos.

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A pesar de mis simpatías por la vida contemplativa, no he nacido trapense.

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En la felicidad de toda pareja de recién casados debe encontrarse algo del justificado orgullo que sienten los morales de poder ser artífices de su propia felicidad.

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Ya no es el amor el que sostiene vuestro matrimonio, sino que a partir de ahora vuestro matrimonio será el soporte de vuestro amor.

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[Agradece las cartas] Es como si por un momento se abriese la puerta de la cárcel

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Me parece muy bonita la interpretación kantiana del acto de «fumar» como un acto de autoconservación. [¿¿¿.???]

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«Si eres flojo en el tiempo bueno, ¿qué fuerza tendrás en el día de la desventura?» (Prov 24, 10).

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Recuerdo que en mi época de estudiante oí decir a Schlatter, en sus clases de ética, que uno de los deberes cívicos del cristiano es el aceptar con clama una detención preventiva. En aquella época tan sólo eran para mí palabras vacías.

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No quisiera pedir que me trasladaran a otro piso; me parece indecoroso para con el detenido que vendría a ocupar mi celda, probablemente sin tomates, etc. [Su celda estaba en el desván y era muy calurosa. La familia le mandaba paquetes con algunos alimentos, entre ellos tomates. En este gesto de no aprovecharse de su posición de pastor de familia reconocida para pedir un cambio de celda, brilla su caballerosidad.]

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Estoy plenamente convencido de que no he perdido ninguno de estos días.

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Hace ya cien años, Kierkegaard sostuvo que, en la actualidad, Lutero nos diría lo contrario de lo que dijo en su época. Creo que ésta es la verdad… cum grano salis.

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A través de la ventana abierta entran los rayos de un sol casi primaveral […] Me encuentro bien. De nuevo me concentro algo más en mi trabajo y leo con especial satisfacción a Dilthey.

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¿Podríais intentar conseguirme la nueva obra de Ortega y Gasset, titulada: La esencia de las crisis históricas?

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[A un amigo] Tú eres la única persona que sabe que la acedia-tristitia, con sus peligrosas consecuencias, me ha perseguido a menudo. Pero desde un principio me dije que no daría este gusto ni a los hombres ni al diablo.  

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El motivo por el que podrían condenarme es tan intachable que sólo podría enorgullecerme de ello.

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Existe también una falsa resignación que no es nada cristiana […] A veces pienso que no estoy lo suficientemente furioso por todo este asunto.

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El miedo, ¿no se contará también entre las partes pudendae, que deben mantenerse ocultas?

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La «mentira» es la destrucción y la hostilidad contra lo real.

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Si se ha intentado todo y ha sido en vano, entonces resulta mucho más fácil soportar el destino.

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Nada hay más equivocado que intentar establecer cualquier sucedáneo para lo inalcanzable.

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Spinoza: «Las pasiones nunca son eliminadas por la razón, sino por otras pasiones mayores».

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Algunas personas se echan a perder a sí mismas al contentarse con lo mediocre; quizá llegan así más pronto a un trabajo productivo porque han de vencer menos obstáculos.

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«Otra vez aristócratas», dijo un carcelero.