En defensa propia, ya he hablado varias veces de los libros que no he leído. Que muchas veces te los sabes igual que si los hubieses subrayado. De paseo con mis hijos, he tenido una prueba irrefutable. Íbamos hablando de la muerte, que es un tema tan bueno como cualquier otro. Entonces, mi hijo Enrique ha dicho que él siente una gran curiosidad, porque quiere entender el misterio de Santísima Trinidad. No lo ha leído, pero ahí estaba Léon Bloy, que sentía una inmensa curiosidad cada vez que pensaba en el tránsito. No me ha dado tiempo a contarle la confluencia, porque mi hija Carmen ha explicado que ella el misterio de la Trinidad lo entiende perfectamente en el corazón, aunque otra cosa es cuando tiene que pasarlo por la cabeza y explicarlo; y ahí estaba, de razonamiento presente, Blaise Pascal.
Todo lo cual me hizo volver a lamentar la escasez de mi prole. Como consuelo, eso, sí, el poder multiplicador de cada persona. Íbamos paseando sólo cuatro, y dos perritas teckel, pero se nos sumaban a cada paso dos o tres inminentes figuras del pensamiento.
