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Lo mejor de estar malo de pequeño eran las limonadas que me preparaba mi abuela. Compensaba de sobra, incluso descontando no ir al colegio y las historias de Tintín. Recuerdo aquellas limonadas como si fuese ayer. Hoy estoy un poco tocado y me he hecho una limonada. Y era como si mi abuela estuviese conmigo haciéndomela. No me ha sabido igual, pero también a gloria.