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Cuando me dio cuenta, me dio vergüenza. Estaba especialmente feliz, divertido, amable, optimista. Pero era porque, después de tres meses en el taller, había recibido mi vespa. Por suerte, no había caído del todo en lo triste que estaba sin ella. Ayer me la trajeron y me pasé el día sonriendo, además de yendo de aquí para allá. Es raro que me cogiese por sorpresa porque ya he escrito mucho del asunto, pero lo curioso es que no me di cuenta por lo racional, sino al observarme inusualmente alegre esa mañana.
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Pensé correr un tupido velo porque me parecía un tanto materialista que mi ánimo dependa de un motor viejo de 2 tiempos. Sin embargo, la literatura, como sabe y suele, vino al rescate. Recordé la delicia de libro de El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida, y asumí que me daba cobertura jurídica para regodearme en mi vespa perdida y recuperada. Además, el mecánico se ha tomado su tiempo, pero ha merecido la pena: ahora la vespa va como una moto.