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Como güelfo blanco de toda la vida, hoy he tenido un día negro por el trono y por altar, esto es, en la política y la fe. El abandono de Iván Espinosa de los Monteros me ha entristecido tanto como preocupado y el neo-motu proprio sobre las prelaturas personales (plural irónico) me ha sentado como un bonifacio VIII, que diría Dante. Me he puesto a leerle, por eso de la homeopatía.
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Y, sin embargo, donde está el peligro está la salvación. Una amable tuitera, como para animar, me ha recordado la dichosa cita de la Divina Comedia: «Lasciate ogni speranza voi ch’entrate». Y, de pronto he caído —tras treinta años leyéndola— que hay ahí una hermosísima paradoja: entrando hasta el fondo y más allá por esa puerta, Dante va a encontrar todas sus esperanzas: ver la justicia de Dios cumpliéndose, llevar consuelo a unos y a otros, reencontrar la sonrisa de Beatriz, la amistad de Virgilio, la nobleza de su estirpe en Cacciaguida y, sobre todo, a Dios y su amor en la Rosa perfecta.
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El aviso quedó atrás. La esperanza buena es contra toda esperanza. Al final, me voy a acostar más contento que de costumbre, como diría el segundo al mando a Charles Ryder.