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Hablábamos de belleza. Nada menos. De arte, de poesía, de gusto personal. Trataba de transmitir que no hay bueno o malo, aunque hay cosas muy buenas y otras muy malas, sino una escala en la que intervienen factores objetivos, técnicos; otros, subjetivos, y muchos otros que son estrictamente biográficos o circunstanciales. Puede haber obras buenas que me dejen frío y regulares que me emocionen. Y dentro de las buenas, una escala de apropiación personal por diversos motivos. Yo creo que no me expliqué muy bien, pero me entendieron por su cuenta.
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Lo gracioso es que esta mañana me he ido la poesía completa de Javier Salvago para buscarle a un amigo un poema que recoge lo que él me había contado. Éste:
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PRÓLOGO
Le he contado mi vida,
le he jurado mil veces
que me espera el fracaso
en más de siete frentes.
Que, por alguna causa,
mantengo con la gente
una discreta guerra.
Y dice que me quiere.
Puede que no sea ciego
el amor, pero es sordo.
(Al menos, éste).
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En la búsqueda, he visto este poema. Me ha parecido tan bueno como siempre y un poco más actual:
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LA HEROICA RESISTENCIA
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Confieso que estoy harto de mi suerte,
harto de que me muerda
—y no poder pegarle un tiro,
entre los ojos, y dejarla tiesa…—.
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Confieso, sin rubor, que me rendía
si no fuera porque me queda
un resto de honor, en el armario,
y el recuerdo de una vieja promesa.
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Me prometí a mí mismo, siendo niño,
la heroica resistencia:
morir en el intento
y con las botas puestas.
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No puede ser más bonito y necesario, nieto de Bécquer, sobrino de Baudelaire, nuestro contemporáneo. Sin embargo, seguí releyendo y me encontré con otro poema mucho más mío, más dolorosamente íntimo. A fin de cuentas, yo nunca he maldecido mi suerte ni me rendiría, ni por pienso. Esto, sin embargo:
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Los tres poemas son buenos, pero éstos son mis achaques.
