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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Una pesadilla curiosa

 

Uno de los diez mandamientos del diarista es no contar sus sueños. Me lo voy a saltar.

 

El otro día, en la realidad real, estaba en Madrid, en la calle, esperando un taxi con quienes me habían invitado a una charla, y apareció de repente un conocido de mi adolescencia. Gran abrazo, alegría de vernos, qué bien, te sigo por la prensa, me acuerdo mucho de ti, estás estupendo, tenemos que vernos, adiós, adiós y olé. Me alegró mucho el encuentro, por el reencuentro en sí y también por lo bien que queda ante los demás que, aunque uno sea más de pueblo que una silla de enea, tenga sus conocidos en Madrid, alegres y elegantes, e inesperados. Por ahí, genial. Podría haber resultado una graciosa ilustración del New Yorker.

 

Hoy he soñado que en la misma calle y con los mismos anfitriones me volvía a encontrar a mi viejo conocido un día y otro día y otro día. Era como lo de la marmota. Como es lógico, los saludos se iban enfriando paulatinamente. Una palmada en la espalda, un apretón de manos, una mano al aire, una inclinación de cabeza, un guiño, una sonrisa leve de reconocimiento… Y ésa era toda la pesadilla.

 

Que era alegre porque no es que nos enfadásemos mi conocido o yo, sino que, de vernos, las aguas volvían a su cauce natural. Yo soy muy partidario de la división que establece Josep Pla en El cuaderno gris entre amigos, conocidos y saludados; y, a veces, me remuerde la conciencia de que, por atender tanto a los conocidos e incluso a los saludados, tengo muy dejados de la mano de Dios a los amigos. Mi pesadilla era mi subconsciente avisándome muy bien, con sutileza, de ese peligro. Por mucho que mi vanidad se alegrase de un pinturero encuentro con un conocido, no es un amigo; y he de ser consciente de eso.

 

Espero que me perdonéis lo del sueño.

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