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Peor final de trimestre de hace años. Todo me ha pasado por encima como un toro enfurecido. Hace un año dije a un grupo de excelentes aspirantes a escritores y periodistas que lo básico del oficio era cumplir los plazos. Ay.
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Pinché con mi artículo del miércoles para La Gaceta. Pincharé con mi barbero para el sábado en Libro sobre libro. Iba a ser sobre Juan Belmonte, matador de toros, de Chaves Nogales.
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No todos los agobios son malos, por otra parte. Están las prefiestas de las prenavidades, que me tienen rodeado. Los últimos exámenes de recuperación que corregir, símbolo de la esperanza, que es lo último que se pierde. Y las reuniones de evaluación, que a veces son motivo de enormes alegrías, al ver a los alumnos que salen para adelante sorteando los peligros. Luego está la corrección del manuscrito de Ejecutoria, que me tiene obsesionado. Con todo, me noto un bajón de aptitudes. Creo que antes, cuando era más joven, llegaba mejor a todo. Me falta una punta de velocidad. Las energías me abandonan lentamente. He sentido también la muerte de Antonio Burgos. Y he tenido que reñir (un poco) a mis hijos.
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Encima, el documento pontificio sobre las bendiciones a las parejas irregulares (si puede decirse así todavía) me ha descentrado muchísimo. Por el desconcierto, aunque ése, para no mentir, lo venía dando por amortizado; pero también por leer lo que publican los que saben más que yo. He de confesar el mal humor que me producen los contorsionistas, que, para salvar la beatífica intención del Vaticano, bailan un chotis sobre un ladrillo. Mi consejo es el silencio, aunque tampoco lo he seguido. Y eso que el silencio puede aprovecharse para leer la Divina comedia. Cuando se dan demasiadas explicaciones a favor de la buena fe de un documento papal, el remedio deviene peor que la supuesta enfermedad. Si un documento de esa categoria y de esa fuente, no se explica solo en los amplios términos de la dulce ortodoxia, raro.
