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Lorenzo Silva: «Me corre un escalofrío cuando un guardia civil me dice que se hizo agente por mis libros»

Lorenzo Silva (Madrid, 1966) aprovecha un traslado para atenderme. «El lunes estuve en Antequera, el martes en Granada, ayer en Sevilla, hoy en Córdoba, mañana en Madrid. Esto es una semana normal de abril. Y luego me voy a América», explica. Es escritor, sí, pero vive como los toreros, con el año partido: de noviembre a marzo, escribe, «mi vida no puede ser más monástica»; de abril a octubre, arranca otro tipo de temporada: promociones, eventos, conferencias… Carretera y letras.

¿Le pesan estas giras promocionales?

Las encaro con buena actitud, que es algo que me enseñó mi abuela, una de las personas más sabias que he conocido: que en la vida la actitud lo es todo. Además, me viene bien, lo malo es la monotonía, el apoltronamiento. Pasearme, ver el sol, hablar con la gente es terapéutico. Este oficio tiene momentos muy solitarios, que son en los que se hace literatura.

¿Lo de monástico es exageración?

No. Cuando escribo mi vida es muy barata, ahorro mucho. No es que tenga una celda como tal pero voy a diario a Illescas, donde tengo un sitio para escribir, aunque luego pernocto en Getafe. Esos días empiezo lo antes que puedo, estoy solo y trabajo en silencio, paro a veces a hacer ejercicio. No trabajo menos de diez horas y he llegado a 15 si tengo la mente fresca y la cosa fluye. Es un caso extremo, y la edad te lo permite cada vez menos.

Tener un refugio propio para escribir facilita las cosas, supongo.

Ahora escribo en mejores condiciones que nunca, en un sitio grande, con mi biblioteca a mano, en silencio absoluto. Antes trabajaba con ruido y los hijos alrededor.

Eso fue cuando era usted un abogado que escribía. Ahora es escritor a tiempo completo, un lujo hoy en día.

Siempre pensé que yo era de esas personas a las que jamás les toca la lotería, y es verdad que nunca me ha tocado un boleto, pero sí me ha tocado la lotería de la literatura. Hay gente con más talento que no ha podido vivir de esto. Yo lo veo como un feliz accidente y trato de aprovecharlo. Ese tránsito se produjo con el cambio de siglo: gané el Premio Nadal en el 2000 con El alquimista impaciente y el libro se vendió de manera desproporcionada, unos 200.000 ejemplares. Esa fue la señal para dejar la abogacía y dedicarme a los libros. 

Sus famosos inspectores Bevilacqua y Chamorro cumplen 25 años. La relación ha sido sin duda duradera y exitosa. ¿Cómo va a celebrarlo?

Ya lo estamos celebrando y lo vamos a celebrar aún más. Sacaremos una edición conmemorativa con tres novelas y un relato inédito y habrá una versión en novela gráfica de la primera de la serie, algo que me hace mucha ilusión. Hace 25 años que se publicó esa primera novela (El lejano país de los estanques), pero lo escribí tres años antes, lo que pasa es que nadie me lo quería publicar.

Tras un cuarto de siglo, ¿hay algo que no sepa de sus personajes? ¿Los siente como reales y autónomos o nunca ha perdido el control sobre ellos?

Yo sé que no existen porque me los inventé, pero eso es verdad solo hasta cierto punto. Si se hubieran quedado en mis manos lo podría afirmar, pero al pasar a las manos de muchas otras personas ya no tengo la capacidad de declararlos inexistentes. Siento que tienen una existencia y que esa existencia es familiar, reconfortante. Cuando vuelvo a ellos hay una cierta sensación de volver a casa, de lugar agradable, pero al mismo tiempo hay cierta dosis de asombro: me asombra a veces la capacidad que han tenido estos personajes de provocar que lectores de muy diversa índole se identifiquen con ellos. Me parece un misterio que en un mismo acto me venga una lectora nonagenaria que lo ha leído todo y luego una chica de 15.

Entiendo que nunca se le ha pasado por la cabeza darles matarile como Conan Doyle con Sherlock Holmes.

No, y es fácil de comprender. Si tienes un gato que te araña pues al final dices ‘que le den’; supongo que a Conan Doyle le debió molestar algo de Sherlock, pero a mí nunca me ha irritado y nunca he sentido que los libros de Bevilacqua y Chamorro sean perjudiciales para mis otros libros, como supongo que pensó Conan Doyle. Al revés, gracias a ellos he llegado a más lectores y he podido hacer otro tipo de libros que en principio podrían ser más minoritarios. Solo tengo motivos parta estarles agradecidos.

Es usted guardia civil honorario desde 2010. ¿Qué ha aprendido del Cuerpo?

Muchísimo. A veces pienso que ha algo injusto en que me condecoren por una relación en la que yo he obtenido más beneficios. Yo no entablé esa relación con la idea de revindicar a la Guardia Civil; yo solo cuento historias y en ellas aparece la realidad del Cuerpo sin ocultar los puntos oscuros que también hay. He aprendido tanto que me costaría resumirlo, pero he llegado a una conclusión muy clara: como toda institución tiene páginas más o menos gloriosas pero el balance es positivo, de servicio a la ciudadanía y al Estado, que es la única garantía que tienen los débiles. Esa aportación no tiene parangón. Los guardias civiles que he conocido me han ayudado a deshacer muchos prejuicios y he encontrado a algunas de las personas más generosas, cálidas, desprendidas, comprensivas, sensatas, moderadas y templadas. Lejos de hacerles mas airados, vivir con la crudeza y el dolor les ha hecho más humanos.

¿De dónde surge su afición al thriller?

No viene de la infancia. De pequeño leía a Stevenson, cosas de piratas, a Julio Verne; y de ahí pasé a Kafka, Proust, Joyce, Musil en la adolescencia. Leí a Conan Doyle y a Agatha Christie a ratos pero no estaría aquí por ellos, los respeto pero no sintonizo. En cambio, a los 18 años me encontré con un señor llamado Raymond Chandler y pensé: algún día quiero escribir algo parecido a esto. La culpa es suya, sin El largo adiós no habría sentido la necesidad de escribir.

Hace ya muchos años de la eclosión de la novela negra como fenómeno editorial y se ve que no fue flor de un día.

La llamada ‘burbuja’ de la novela negra se empezó a hinchar en 2007 con el éxito desproporcionado de Millenium. Antes de eso era un género que los editores españoles tenían en muy poca consideración y de repente, cuando el libro de Stieg Larsson vendió 4 millones de ejemplares en España, todos volvieron sus ojos al criminal. En los últimos cinco años vengo escuchando que esa burbuja se va a pinchar y no termino de verlo. A lo mejor explota y a lo mejor eso no es malo, pero de momento sigue expandiéndose. Antes la presencia en editoriales residual o nula, se considerada poco literario, y ahora no hay editorial que no tenga una línea negra.

Usted ha escrito hasta tres libros a cuatro manos, con su esposa concretamente, la escritora Noemí Trujillo. No es muy frecuente hoy en día. ¿Recomienda?

Si eres una persona demasiado celosa de la brillantez de tus ideas y con poca confianza en la brillantez del otro no debes meterte en esto porque no va a acabar bien. Si lo haces tiene que ser con una persona con la que tengas compenetración, respeto y comprensión; en ambas partes tiene que haber una dosis de paciencia y generosidad.

¿Qué relación guarda con las adaptaciones al cine de sus libro? ¿Ha salido satisfecho de las experiencias?

En la mayoría de los casos he sido ajeno a ellas, excepto en La flaqueza del bolchevique. Allí fui guionista y me nominaron al Goya. Fue una experiencia interesante y me gustó que me reconocieran; no sé que aportó mi trabajo a la película, pero tiene cosas muy valiosas aunque se hizo con una precariedad de medios por momentos memorable. Luego la he visto en lugares muy distintos, de Sofía a Praga, y he comprobado que conecta de manera profunda. Respecto a las que no he participado, no puedo tener una sensación de catástrofe ni tampoco esperar que compitan con Kubrick. Lo normal es que una película se quede de la gama media hacia abajo, lo normal de hecho es que una película salga mal, y creo que las que han hecho de mis libros son dignas, decorosas, se pueden ver y no son peores que el promedio del cine español: Unas me convencen más y otras menos, pero un libro no lo puede destruir una película.

Tras casi 30 años en la brecha, ¿qué es lo más raro que le ha pasado con un lector?

A mí me ha pasado muchas veces, y siempre me sorprende, que me viene alguien para que le firme el libro porque ‘le cambió la vida’. Yo no pensaba que algo así sucediera y menos con algo escrito por mí. Además, me han venido no pocos guardias civiles, hombres y mujeres, que me ha dicho que se hicieron agentes tras leer mis libros. Me ha corrido un escalofrío en esos momentos. Quizás el caso que más me ha impresionado es el de una chica de La Habana que me mando una carta en la que me contaba que una amiga, cuyo padre había estado en España, le había prestado El cazador en el desierto, y le había gustado tanto que, para poder releerlo antes de devolvérselo a su amiga, lo había copiado entero a mano. Cuando leí la carta no sabia que responder. Después, le mandé a través de una persona de la embajada en Cuba la trilogía a la que pertenece ese libro. Pero, ¿cómo se corresponde a algo así?

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