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ENTREVISTA

Juan Vilá: «Nuestro destino es nuestro carácter»

La presencia directa de la muerte en la vida de Juan Vilá fue sembrando interrogantes. La vida –la muerte- le arrebató a dos de sus mejores amigos en plena ebullición vital. Justo cuando la juventud equivale a tener metas, desear viajar a lugares interesantes y querer conocer, leer, aprender, comprender, ayudar, amar… Escribir este ciclo autobiográfico que inició con 1980 y ha continuado con el que hoy nos ocupa, Tan difícil como raro, no le ha hecho inmune a la angustia. El suicidio golpea. Fuerte. Pero si hay algo que hemos aprendido es que la comprensión es la forma más alta de caridad. No olviden que vivimos, actualmente, entre lo trágico y lo solemne, la verdad y la mentira, el desencanto frente a la euforia, el tiempo como aliado y como enemigo… Y que muchos no sólo se suicidan quitándose la vida, hay gente que se suicida de la alegría, de querer entender las cosas o de la posibilidad de amar…

Coincido con Juan Vilá cuando dice que desconfía de la literatura entendida como terapia. Vivimos en un mundo en crisis, insatisfactorio, pero, ¿qué puedo hacer yo en mi vida para que ese sentimiento de crisis se atenúe  y me ayude al menos a ubicarme en la vida sin una inquietud permanente? Basta con hacerse esa pregunta para darse una respuesta. ¿Por qué algunas personas se rompen y otras se salvan? Tan difícil como raro no pretende responder a nada, es un retrato de aquellos que disfrutaron el esplendor de los noventa y se desmoronaron con el nuevo siglo.

Para Juan algunos recuerdos insisten, se niegan a ser olvidados. Las relaciones entre las personas, a veces, están llenas de fatalidad. Una vez leí que la filosofía -decían los antiguos- nace del estupor. Y Juan Vilá es filósofo y un escritor que piensa y arriesga. Piensa y es valiente –aun en este mundo de falsos valientes-. Suele referirse a esta novela como una celebración, «una celebración a contrapelo», dice. Lo entenderán perfectamente leyéndole. La valentía es esencial para la filosofía. Y la vida, como la filosofía, necesita –hoy aún más- coraje.

Tan difícil como raro está escrito desde el desgarro y la emoción, ¿es un viaje emocional desde su pasado para rescatar y tratar de reconstruir su presente?

Creo que es más bien al revés: escribo desde el presente. La persona que soy ahora se pone a recordar lo que pasó. Me resultaría imposible meterme en el pellejo de quien era yo entonces o fingir de alguna forma que he vuelto atrás. En muchos sentidos hasta sería un fraude.

Emocionalmente estaba tocado, lógicamente, ¿tiene algo de proceso de reconciliación con su pasado, sus amigos…?

Con esta novela no buscaba ningún tipo de reconciliación. Desconfío de la literatura entendida como terapia. Y mejor así porque escribirla me ha revuelto muchísimo. Tampoco su publicación me está trayendo demasiada paz.

Es también una crónica de España, de las últimas décadas, y una radiografía en la que se refleja una época de búsqueda y consolidación vital, ¿me equivoco?

Se suele hablar mucho de los ochenta, pero yo prefiero la aspereza de los noventa. El desencanto frente a la euforia, el escepticismo político tras la caída del Muro de Berlín y la guerra en la antigua Yugoslavia, las grandes crisis económicas, el nihilismo comodón que representaba el grunge… Todo ese espíritu de la época se filtró de alguna forma a mi generación y está por lo tanto en la novela. Creo, además, que tiene muchos puntos en común con la actualidad o con lo que ya nos está empezando a llegar.

Considero que el sentido de la pérdida no tiene que ser necesariamente malo, siempre y cuando esa pérdida sea sustituida por algo nuevo que haya en nosotros, en nuestro interior, ¿sería algo así?

Las pérdidas importantes no las sustituye nada ni nadie. Y está bien que así sea. Lo único que yo he pretendido ha sido seguir adelante. Siempre. Y eso implica inevitablemente que aparezcan nuevas personas y realidades en tu vida.

¿Considera que la alegría en el dolor y la aceptación en la angustia es lo que nos hace caminar? Me refiero a ser nihilistas gozosos en el sentido de que no esperemos nada más de la vida que lo que esta pueda dar de sí, ¿qué opina?

Me gusta hablar de esta novela como una celebración, y ojalá sea entendida así. Celebración a contrapelo, suelo decir. O sea, celebración de lo perdido, de los amigos muertos, del amor roto, de lo que entonces tuvimos y ni siquiera supimos disfrutar. Es una idea muy de Nietzsche, algo así como que sólo en la tragedia puede haber una verdadera reafirmación. Al fin y al cabo, celebrar las cosas buenas quizá no sea celebrar, sino sólo dejarse llevar.

En Tan difícil como raro conjuga suicidio y amistad.  El estar solos… ¿quizá, en realidad, la vida les pasó por encima a los protagonistas antes de que se dieran cuenta de en qué consistía vivir?

Hay dos suicidios en esta novela. El de una vida que está empezando y el de otra vida que está agotada. Pero ambos personajes son muy inteligentes y muy poco ingenuos. Otra cosa es que con su suicidio cometieran el peor error posible. O hasta qué punto se puede tomar de forma consciente y lúcida semejante decisión. Reconozco que me he pasado más de veinte años pensado en el tema y no tengo una respuesta.

La culpa, la cobardía, tal vez el no haber hecho más en ese momento, todo eso resuena en la novela. ¿En realidad, vivimos en un mundo de falsos valientes…?

Casi todos somos cobardes, sí. Y puede que lo seamos cada vez más porque ya ni siquiera nos esforzamos en fingir valor. Eso está muy mal. Lo de la culpa es extraño. Me preguntan mucho por el tema. Yo no tengo nada en contra de ella, al revés, creo que es el resorte último de la moral, pero no me siento culpable respecto a las tragedias que aquí se narran. Sí me siento gilipollas por no haberme dado cuenta de lo que le estaba pasando a algunas de las personas más importantes de mi vida.

Pienso también que todos vamos creando una imagen de nosotros que no es más que una proyección magnificada «y acto seguido da lugar a una memoria eufónica». De ahí, llegamos a todo lo que se acepta como un triunfo o como un fracaso y nos preguntamos «por qué». No me extraña que lleguemos a todo esto de los problemas mentales…

Existen muchos tipos de problemas mentales. Por un lado están nuestras pequeñas taras o eso que yo defino, cuando me refiero a mí, como «pequeños desarreglos histéricos». Luego están las enfermedades mentales graves, las que te impiden llevar una vida normal y de estas no conocemos prácticamente nada, ni las causas ni menos aún cómo curarlas. Tan difícil como raro incluye, entre otras muchas cosas, una defensa furibunda y desesperada de la psiquiatría, con todas sus chapuzas, negligencias y atrocidades. Prefiero un mundo con psiquiatras que uno sin ellos.

En Tan difícil como raro habla también del destino. Yo creo que el sentido que buscamos a la vida nos lo da el por qué y el para qué hacemos las cosas porque, de todas formas, el destino es el mismo para todos: morir. ¿Cuál es su punto de vista, al tratar el tema del destino, en el relato?

En esto, como en tantas otras cosas, soy muy fan de Heráclito. La guerra es la madre de todas las cosas —o la lucha y el conflicto si se prefiere—. Y nuestro destino es nuestro carácter. Seguramente se trate de nuestra forma de ser lo que nos lleva a actuar de determinada forma y a cometer siempre errores muy parecidos. La novela, además, empieza es ese momento, los veinte años, en el que el carácter no está definido del todo o aún no se conoce, y cuenta cómo ese extraño magma acaba convirtiéndose en destino.

¿Qué cree que diferencia la aceptación de la resignación?

Nunca me había parado a pensar en ello. Quizá la resignación implique un mayor grado de entrega o docilidad, y esto no tiene para mí la menor connotación negativa. Ya lo dice el Evangelio: bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra.

Tener memoria de vida es muy importante. Creo que jamás estaremos solos porque tenemos recuerdos. Al hablar del vacío que sienten sus personajes, ¿sentirse solo significa sentirse vacío?

El sentimiento de vacío puede ir mucho más allá del de soledad. Hay un vacío tan fuerte —pienso en el trastorno límite de personalidad (TLP), del que también habla la novela— que se convierte casi en un agujero negro que acaba por tragarse a quien lo padece. Y ahí la memoria, más que acompañarte, puede convertirse en un suplicio.

Escribir es siempre tratar de saber. ¿Se escribe siempre desde el vacío?

Nunca se escribe desde el vacío. Se escribe siempre rodeado de las voces de todos los autores que nos precedieron, es decir, de todos aquellos que escribieron antes que nosotros.

Coque Malla decía «no me cambio por el joven que fui», ¿y usted?

No me atrae nada la idea, la verdad. Pero tampoco cambiaría mi juventud por ninguna otra. Si volviera a nacer, me gustaría vivir exactamente lo mismo y querer a las mismas personas.

Aunque sus obras sean a veces dramáticas dan la sensación, desde que comienzas a leerlas, de que uno se puede entregar a ellas, es decir transmiten sensación de familiaridad, que va eliminando distancias…

Es muy bonito eso que dice y espero que resulte así para el mayor número posible de personas. Al fin y al cabo es lo que buscamos todos lo que escribimos: eliminar las distancias y que se nos entregue el lector.

Habla de «filósofos gilipollas» y no duda, en general, en utilizar un lenguaje descarnado. Desde hace años, la filosofía ha quedado oscurecida, se le ha imprimido un mecanismo de autodefensa ya que vivimos en una sociedad asustada, ofendida siempre, que la ha convertido en más apagada. Para colmo, está apartada de los planes de estudio.

Es curioso. Una de las pocas causas por las que se manifestaron mis compañeros de la universidad fue por mantener la asignatura de Filosofía como obligatoria en los planes de estudios. Ellos decían que fomentaba el espíritu crítico pero bastaba verles para darte cuenta de que no era así. Tantos años después, creo que en cierto sentido tenían razón o, al menos, en un número mínimo de casos. Como lo que decíamos antes de la psiquiatría, prefiero un mundo donde los adolescentes aprendan Filosofía en el instituto que uno donde no sea así.

¿A quién beneficia que la reflexión se vaya extinguiendo?

Por desgracia a todos aquellos que renuncian a la reflexión, y me incluyo yo entre ellos, porque cada día me da más pereza pararme a pensar. Quiero decir que resulta mucho más cómodo, aunque también mucho más triste y empobrecedor.

¿Qué sintió cuando acabó el relato?

He escrito tantas versiones de esta novela —es decir, la he terminado tantas veces— que ya ni me acuerdo. Aunque creo que prevalecía siempre cierta insatisfacción y la idea de que aún quedaba algo por decir o por callar.

¿Tiene algo de síndrome de superviviente?

Juraría que no.

Poniendo algo de humor a esta charla, espíritu de superviviente tiene que tener porque dejar la filosofía y dedicarse al periodismo…

Pues imagínese ahora que he dejado el periodismo y, además de los míos, escribo libros para que los firmen otros. O sea, hago de negro. Y no me quejo. Lo único malo es que pagan fatal.

En la novela hay una búsqueda de un amor que nos salve, como un lugar al que evitar que no entren ruidos, sociedad, política, intereses… ¿opina, como leí a Manuel Vilas, que quien tiene un amor no necesita al mundo?

Ese es uno de los mayores errores que comenten dos de los personajes de mi novela. Nunca debemos dejar de lado el mundo ni la realidad, porque son mil veces más fuertes que nosotros y siempre acaban encontrando el hueco por el que volver a nuestra vida y vengarse. El amor, en todo caso, debería ayudarnos a convivir, o a enfrentarnos, con todas esas cosas que comenta: el ruido, la sociedad, la política…

A pesar de los pesares, ¿gracias a la vida?

Dices gracias a la vida y no puedo evitar pensar en la canción de Violeta Parra. Me parece bellísima y me parece tristísima. No me sorprende que se suicidara meses después de escribirla.

¿Hay un Juan Vilá antes y después de esta bilogía –1980 y Tan difícil como raro-?

Seguramente sí, aunque no sé si responde tanto al hecho de haber escrito estos libros como a los años que han pasado desde que empecé.

¿Qué intenta recordar cada día?

Nada en concreto. Un poco lo que surja. Lo que sí intento siempre es huir de la nostalgia. Es decir, no idealizar el pasado.

¿Cuánta inocencia dejó en el camino?

Mucha, como cualquiera que haya llegado a mi edad.

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