Alfonso Goizueta (Madrid, 1999) es doctor en Relaciones Internacionales. Joven apasionado por la política y la historia, Goizueta ha sido premiado como finalista del Planeta. Un galardón que reconoce su asombroso talento −por su juventud− y que ha cambiado sus planes drásticamente. Con 200.000€ en el bolsillo, Goizueta reconoce que se va a dedicar de lleno a la novela histórica: “Escribo por necesidad de contar al público algo que no tengo valor para contarme frente al espejo”.
Con todo lo que está pasando ahora, con el interés de la actualidad: ¿Por qué un doctor en Relaciones Internacionales escribe novela histórica?
Porque yo siempre he tenido una pulsión literaria, siempre me ha gustado. Yo tenía la necesidad de escribir. No sé, es curioso por qué escribimos. Yo escribo por necesidad de contarte historias, por necesidad de contar al público algo que no tengo valor para contarme frente al espejo. El escritor necesita ponerlo a través de una novela. Y bueno, yo estudié Relaciones Internacionales y pensaba dedicarme a ello profesionalmente, pero según ha ido pasando el tiempo me he dado cuenta de que me tiraba también esta rama de la literatura. ¡Yo pensaba en compatibilizarlas!
Escritor ocasional…
Bueno, pensaba en dedicarme a la literatura los fines de semana y las tardes que tuviera libres. Pero de repente sucede esto, el Planeta, y me da la oportunidad de convertirlo en mi principal actividad profesional. Y a eso no le puedes dar la espalda.
Pero por qué ese género…
Es verdad que me podría haber dado por el ensayo, pero la novela histórica me permitía construir un mundo a través de los personajes que me divierte mucho. Es un género que une estas dos cosas que me gustan: la realidad y la ficción. Además, hablando ya propiamente de los personajes, es más fácil hacer una novela histórica sobre Alejandro Magno que sobre el siglo XX. Faltan fuentes, entonces puedes crear una historia a base de imaginación, a base de ficción. Es un mundo nuevo que lo cartografías tú sólo.
Tú, con ayuda de tus personajes. Me ha sorprendido la cantidad de diálogo de La sangre del padre. ¿Nace la novela con vocación teatral?
El diálogo es el recurso que más descubre al personaje, yo creo. Puedes descubrir al personaje de dos formas: como narrador omnisciente haciendo un párrafo de reflexión –el autor explica al lector cómo es el personaje–; o mediante el diálogo, que tiene mucha magia porque el lector descubre por sí solo cuáles son los rasgos del personaje, cómo habla el personaje, cómo se distingue de los otros. El diálogo, en el fondo, es la voz del lector en mi novela.
Un ejercicio de imaginación…
Me exige imaginación y, además, teatralizarlo. Yo muchas veces he escrito estos diálogos teniéndolos conmigo mismo. Primero los actúas y después los escribes. Por eso, si se teatraliza La sangre del padre fenomenal, pero yo no escribo con el pensamiento de ver cómo hacemos que esto sea más fácil llevarlo a la pantalla. Para nada. A mí lo que me divierte es la literatura.
La sangre del padre es, por tanto, diversión y rigor histórico…
¡Claro! Está ahí un poco en el limbo entre la historia y la ficción. Tiene esa épica que estamos muy acostumbrados a ver en la novela histórica, pero también es una novela muy intimista, muy humana, en la que nos encontramos un personaje muy muy débil, con sus inseguridades, miedos, sufrimientos. A mí me divierte esto: que la novela tenga más capas, capas profundas. Entonces, sí, La sangre del padre combina estos dos mundos, dejándome guiar un poco por lo que me pedía el cuerpo a la hora de escribir. Para mí, escribir es un ejercicio muy intuitivo. Doy rienda suelta a mi imaginación.
Esas capas profundas plagan la novela. ¿Por qué es importante adentrarse en la mente del personaje?
Porque me permite hacer mucho análisis psicológico de Alejandro Magno. Este ejercicio es lo que los hace humanos. Al final, para distinguir a los personajes y que tengan cierta profundidad, la única forma que tienes de acercarlos a los lectores es humanizarlos a base de un ejercicio de empatía.
¿Es fácil tener empatía con una persona del siglo IV a.C., con todos nuestros sesgos?
Sí. Aunque también hay que tener en cuenta los sesgos, es fundamental pensar el personaje como fue: muy humano. Y siempre con verosimilitud histórica. Tú te pones en una familia que está rota, con un padre que te desprecia, con una madre que es sobreprotectora, en un mundo donde tu herencia, tu visión de la vida no está asegurada, donde sólo te quedan unos pocos amigos donde apoyarte, pero donde de repente tienes esos sentimientos encontrados con algunos. Ponte en esa situación. La respuesta a todo esto es un chico llamado Alejandro que quería ser libre, que quería darse alas de libertad, y que lo consiguió. Y una capa por debajo descubrimos el viaje de Alejandro, que es un viaje interior en busca de sí mismo, de su libertad interior dentro de una Macedonia asfixiante.
Escribes que «Alejandro Magno había nacido bajo un cielo dibujado por los dioses». ¿Cuánto pesa esa herencia de siglos?
Alejandro Magno lidia en la novela con ese peso. Tiene una parte de autoexigencia y otra que tiene que ver con la figura de su padre. Alejandro responde al título: recibe La sangre del padre, una herencia pesada que lleva encima y que apenas sabe si acogerla o rebelarse contra ella y ser un hombre nuevo. Entonces ese cielo dibujado por los dioses es un tema muy recurrente en la novela. Es la duda de la rebelión contra un destino que le ha impuesto la historia.
En la novela hay mucho de guerra. Volviendo a las relaciones internacionales, Von Clausewitz explicaba que la figura del enemigo bien identificado lleva a la guerra. Pero en La sangre del padre hay otro motor: la ambición…
Este es un tema de bastante actualidad porque hay un asunto atemporal que es la lucha por el poder. Eso ha existido siempre, aunque hayan cambiado los métodos y las tácticas. Es un tema muy intrínseco al ser humano. Pero yo creo que a Alejandro no lo movía una ambición política de aspirar a un Imperio gigantesco, sino una ambición vital: es la ambición de querer derribar límites, de querer superarse cada día. Y esto se ve en muchos episodios de la novela: no solo en la guerra, no solo en expandir su territorio; también en expandir conocimiento, en su inquietud científica, en su afán por cartografiar sitios a los que no ha llegado nadie, sus ganas de dominar geografías donde los griegos no habían estado nunca.
Ambición pero también inconsciencia. Alejandro Magno fue Magno porque era joven. ¿Cómo de importante fue esa irracionalidad juvenil?
Tiene una anécdota preciosa con Aristóteles. Aunque seguramente sea apócrifa, Aristóteles le dice a Magno: «No partas todavía, eres muy joven, quédate, tienes mucho que aprender». Y Alejandro contestó: «Maestro, si no voy ahora, perderé la audacia que me da la juventud». Y es que es así: hay muchas cosas que solo puedes hacer con ese impulso, a veces irracional, que te da la juventud. Es el motor de muchas cosas. A mí me interesa mucho en la novela esa relación que hay entre Alejandro y Parmenión como león joven y león viejo. Es un general que hereda la sangre vieja, siendo constantemente el freno, el pensar, el sentido del Estado; y Alejandro, por el contrario, es el impulso de la sangre nueva.
Un impulso que llega gracias a sus amigos. Alejandro se rodea de Fesión, de su amiga Barcine, de Clito el Negro, etc… ¿Cuá es el papel de la buena amistad en su gesta?
Bueno, La sangre del padre es una novela coral y además es la novela de una amistad muy fiera. Alejandro Magno tiene un apoyo fundamental que son estos Hetairoi, los cinco que van siempre con él. Esto es un acierto histórico que Filipo de Macedonia. Eligió a cinco hijos de la nobleza macedónica y los educó junto a Alejandro. Hizo que el futuro rey se rodeara de la nobleza. Y así no se revelaran, porque estarían atacando a su mejor amigo. Si tú creces siendo amigo de los que te van a soportar en el trono, ellos nunca te volverán la espalda.
Es fundamental esta historia de amistad, que se traslada al campo de batalla. Se salvan la vida, se cubren las espaldas los unos a los otros. En La Sangre del padre también se ve cómo va degenerando esa amistad. Conforme avanza el tiempo, su relación se empieza a desmenuzar, porque así es la vida. Está en la novela ese viaje de las amistades de infancia hacia su madurez.
Alejandro Magno conquistó tierras con la fiereza del ejército macedónico pero las guerras de hoy en día se libran a través de la propaganda. ¿Es La sangre del padre un artefacto de guerra?
Sí, desde luego. Este y todos los libros, en general. Ahora bien, el primer propagandista es Alejandro Magno. Históricamente Alejandro es un utilizador de la propaganda muy efectivo, pues fue sembrando una mitología suya por donde iba. Es la idea de la herencia de los dioses y de los héroes… todo eso es producto suyo, de su ficción para legitimar muchas de sus conquistas. Pero volviendo al libro, aunque sea un arma de propaganda, yo no tengo ninguna necesidad de ni de defender ni de defenestrar a Alejandro. La sangre del padre muestra un Alejandro muy mío, muy humano, sin juicios de valor. Yo espero que el juicio lo haga el lector porque es un personaje con sus con sus sombras y con sus luces.
Volvemos al rigor, que se aprecia en el libro…
Espero que así sea. Creo que es una buena novela para acercar a los lectores jóvenes a un mundo histórico. Me encantaría que quien lea la novela se interese más por Alejandro y quiera seguir investigando y leyendo.
Después de ser finalista del Planeta, te intuyo un paralelismo con Alejandro. ¿Es el premio una herencia recibida, una sangre del padre, un peso?
Tiene un punto que abruma, un punto de vértigo. Yo noto la presión y la exigencia, pero al final me tengo que anclar en mis valores y principios. Es decir, yo ya era escritor antes de este premio y tengo que seguir siendo el mismo escritor ahora. Tendré que hacer el esfuerzo consciente por no cambiar. La carrera literaria es muy larga. Abruma mucho empezarla así porque los premios deberían ser el culmen de la carrera, pero estoy muy agradecido a este espaldarazo.
Tendrás buenos Hetairoi alrededor…
Sí, sí. Estoy rodeado de muy buenos Hetairoi.
Leo en la novela: «Los hijos derraman lágrimas, sangre, coraje, para probarse dignos de sus padres y aún así a veces no consiguen la mirada orgullosa por su parte». Entiendo que últimamente te han llovido muchas miradas orgullosas. ¿Esto te plantea nuevos retos en el futuro?
Sí. Yo siempre voy a querer escribir. Iba a seguir escribiendo aunque no me hubieran dado el Planeta. Está en mí lo de escribir, me gusta la novela histórica, creo que es un género donde me desenvuelvo bien y siempre es un reto contar historias y tener el valor y la disciplina para sentarme y escribirlas. No viene todo a golpe de inspiración. Cela decía una cosa maravillosa cuando le preguntaban: «Pero maestro, ¿Qué es la inspiración?». Y él solía contestar: «La inspiración es sentarse ocho horas delante de un escritorio y por muy burro que uno sea, algo sale». Eso es a lo que aspiro ahora.
Imagen: Mónica de la Mora.