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ENTREVISTA

Jesús Marchamalo: «Las palabras son uno de nuestros mayores tesoros»

«Las palabras son la parte sustancial de lo que somos», así presentaba Luis Mateo Díez Palabras, de Jesús Marchamalo. «Las palabras son determinantes para expresar no ya lo que somos, a lo que aspiramos, nuestras necesidades y requerimientos. Lo son para dejar constancia del mundo y de la vida».

Acaba de llegar a las librerías una bellísima reedición de este texto del escritor y periodista de RNE, Jesús Marchamalo. El libro lleva por título, como digo, Palabras y lo edita Kalandraka en una edición cuidadísima que mereció el segundo premio a los Libros Mejor Editados. Una reflexión sobre lo que son las palabras y sobre lo que nos transmiten. Es algo inherente el deseo de nombrar lo que nos rodea para crear la realidad porque, «nunca se sabe qué palabras van a necesitarse a lo largo del día. Nunca se sabe cuál vas a sacar de la mochila o llevar en la maleta, de viaje. Cuántos adjetivos –blanco, oloroso, fértil-, cuántos verbos y cómo conjugados: te quiero, conduzco, abriendo, he estado, supuse… cuántos artículos indefinidos. Cuántas preposiciones».

«Dame el nombre exacto de las cosas», pedía Juan Ramón Jiménez. Esa necesidad de nombrar las cosas para recrear lo que nos rodea, para vivirlo y entender mejor todo cuando uno sale por la mañana. Y está bien pararnos a mirar cómo están formadas, cómo son, qué significan. Y si uno no encuentra la palabra adecuada, se la inventa, como Juan Ramón Jiménez.  

Qué grandes hallazgos suceden en las conversaciones. Una conversación a propósito de un libro de Jesús se coinvierte siempre en una charla reflexiva, constructiva. Sin ir más lejos, lo vivimos con Encuentros, el espléndido programa de RTVE de entrevistas a gentes de la literatura, el arte… Ahí, Luis Landero, por ejemplo, de la mano de Marchamalo, nos explicó una palabra que popularizo Dámaso Alonso: Esguardamillar. Algo que hacemos muchos a la hora de leer. Subrayar, pegar trocitos de papel con celo, tomar notas, doblar las esquinas, restaurar con un cartoncito, «incluso arranco hojas si algo me ha interesado y quiero leerlo después», confesaba Landero. ¿Quién no tiene sus libros algo esguardamillados?

«Callando también se escribe. La buena literatura no desgasta el uso de las palabras». Cada texto va acompañado de las ilustraciones de Mónica Gutiérrez. Luis Mateo Díez apuntaba en la presentación que, «nunca había visto palabras mejor acompañadas que por las fantásticas pinturas de Mo». La autora explicaba que las fue creando dejándose llevar por las emociones que le transmitía cada palabra del texto de Marchamalo.

Cuando vi que reeditaban Palabras pensé, «cómo estará el lenguaje que nos gastamos hoy en día que han visto oportuno la reedición del libro» ¿Se encuentra nuestro vocabulario más empobrecido? Es tan necesario tener en cuenta aquello de Wittgenstein, «los límites de mi lenguaje son los límites del mundo»…

Espero que la salvación del lenguaje no dependa de este libro, ¡qué responsabilidad! Lo cierto es que llevaba tiempo agotado, era difícil de conseguir, y desde hace ya un par de años estaban en Kalandraka pendientes de hacer esta nueva edición. Y es una estupenda noticia, porque reeditar un libro es darle una nueva vida, la posibilidad de que encuentre nuevos lectores.
Respecto del lenguaje, me ha gustado la frase de Wittgenstein porque está claro que nuestro mundo existe en la medida en que lo podemos expresar; todo lo que soñamos, lo que amamos, nuestras más íntimas aspiraciones las enunciamos con palabras, de modo que el lenguaje, nuestra capacidad de definir cuanto nos rodea, es lo que determina, efectivamente, los límites de nuestro mundo.

¿No cree que necesitamos agitar como un Martini nuestro vocabulario? Parece que se nos ha olvidado lo rica que es nuestra lengua. Una cosa es la economía del lenguaje, que hoy lo copa todo, y otro la ignorancia voluntaria, es decir, la dejadez…

Agitar el vocabulario como un buen cóctel es algo que resulta extremadamente apetecible. Pensamos en el lenguaje, equivocadamente, como algo intocable, casi totémico, de una extrema formalidad, cuando está lleno de trampas, malentendidos, equívocos… Jugar con el lenguaje, trastear con las palabras, enredar con ellas es muy gratificante, muy transgresor, y muy divertido: ¿Usted no nada nada? Es que no traje traje… Nos encantaba de niños porque nos parecía una gamberrada.

Respecto de las economías, la dejadez que mencionas, yo he de reconocer que no soy nada ahorrador, más bien lo contrario. Por supuesto que uso WhatsApp y correo electrónico, pero procuro escribir correctamente: pongo tildes, comas, puntos suspensivos…Nunca ninguno de mis mensajes ha requerido de una urgencia tal que me haya impedido cuidar esos detalles ortográficos.  

En todo caso, soy un antiguo, así que tal vez mi experiencia no sea muy ejemplificadora.

Es evidente que una palabra mal colocada estropea cualquier proyecto y pensamiento…

¡Y de qué manera! Un ‘dequeismo’ un ‘a nivel de’ puede arruinar para siempre la imagen que tenemos de una persona. Pero también resultan muy irritantes esas otras palabras que pretenden sonar falsamente solemnes o impostadas, y las personas que las utilizan, claro: ‘procrastinar’, ‘reflexividad’… Por no hablar del lenguaje de la política; cada vez que alguien dice ‘poner en valor’ estalla un volcán en Islandia.   

¿Qué son las palabras?

Siempre me ha gustado un comentario de Víctor García de la Concha que fue, como sabes, director de la Real Academia. Contaba que hay en el mundo muchas otras especies capaces de comunicarse: parece ser que las abejas poseen un lenguaje que les permite localizar determinadas plantas o flores, los delfines, igual que las ballenas, pueden comunicarse entre ellos, como los chimpancés que son capaces de desarrollar algún tipo de lenguaje elaborado.

Pero, contaba Víctor García de la Concha, que las palabras son patrimonio del género humano, sólo los hombres, las mujeres, nos entendemos con palabras; nuestro mundo se construye con ellas. Hablamos con palabras, soñamos con palabras, creamos con palabras… Las palabras son la manera en que conocemos y explicamos el mundo, de modo que cuantas más palabras conozcamos, más matices, más detalles seremos capaces de apreciar.

Si ya lo decía el evangelio de San Juan, que situaba la palabra en el origen del universo «en el principio fue el verbo»…

‘Y habitó entre nosotros’, me ha salido casi sin pensar. Recuerdo que en el colegio, cuando íbamos a misa, obligados, era lo que se contestaba cuando el cura lo decía. Pero sí, al principio fue el verbo y el verbo, el lenguaje, fue el principio del género humano. He leído hace poco un libro de José C. Vales, Enseñar a hablar a un monstruo, en el que habla del nacimiento del lenguaje, y de cómo ocurrió que aquellos homínidos peludos y gritones adquirieron la facultad mágica del habla, del lenguaje, de las palabras, porque es la posibilidad de comunicación compleja lo que nos hace definitivamente humanos. La capacidad de hablar de lo que vemos, pero también de lo que sentimos, de lo que pensamos.

En cuanto al formato, sabemos que cada libro tiene su personalidad y pide una extensión y un lenguaje. Palabras es una pequeña joya, ¿el libro pedía este número de páginas y un lenguaje más concentrado?

Muchas gracias, ojalá lo sea. El texto original lo escribí hace tiempo para unas jornadas que se celebran en Arenas de San Pedro donde, cada año, mantenía una conversación con el inolvidable Mario Merlino. Y fue a partir de ese texto, rehecho y adaptado, y de las ilustraciones, prodigiosas, de Mo Gutiérrez Serna que surgió la idea del libro que, yo creo, es muy atractivo y sugerente. Y fue un gusto publicarlo en Kalandraka, una editorial que cuida tanto los libros que publica, y a sus autores. Por cierto que Palabras se tradujo al chino mandarín. Nunca he sabido lo que realmente cuenta en ese idioma, pero sería curioso preguntarlo. A ver si un día me animo.  

¿Podríamos definirlo también como un libro iniciático?

Uno nunca sabe el libro que escribe y yo soy muy poco partidario del didactismo. Pero sí es verdad que Palabras puede servir para que cobremos conciencia de algo, las palabras, que utilizamos a diario sin darnos cuenta de su valor, sus cualidades. Y en ese sentido sí puede servir, y sería estupendo, para que comencemos a fijarnos en ellas, a mirarlas con interés, a hacernos preguntas. ¿Cuántas palabras usamos al día? ¿Cuáles son las que con más frecuencia pronunciamos? ¿Cuáles son bonitas y cuáles feas? ¿Hay palabras que echaríamos de menos si desaparecieran?


Pero para nada es un libro únicamente para niños, los mayores también apreciarán Palabras…

Palabras nunca tuvo la voluntad de ser un libro para niños. Creo que es un libro que los niños también pueden leer, pero no es un libro infantil. Me ha encantado que se reedite porque la edición original cumple ahora diez años y, la verdad, releerlo me ha permitido descubrir un texto y unas ilustraciones con las que me ha gustado mucho reencontrarme.

Ana María Matute señalaba en su discurso de ingreso en la RAE que «la palabra es lo más bello que se ha creado, es lo más importante de todo lo que tenemos los seres humanos. La palabra es lo que nos salva» ¡Y para nada exageraba!

En absoluto; las palabras, ya lo contábamos antes, son las que nos permiten comprender y explicar el mundo y descubrirnos también a nosotros mismos. Cuántas veces leemos un texto, un poema en el que encontramos las palabras precisas que explican algo que nosotros también sentíamos, pero que no conseguíamos expresar con palabras. Así que sí, las palabras son uno de nuestros mayores tesoros. Matute también era muy de Wittgenstein, a lo que parece.

Y como ya sabemos, todo está en El Quijote y en Shakespeare. Recordemos cuando Polonio pregunta a Hamlet «qué lee, mi señor» y Hamlet responde «words words words», que representaba la atracción del bardo por la lengua…

Hablamos de escritores, poetas, dramaturgos… Todos utilizamos el lenguaje para comprar, para vender, para hablar por teléfono, pero los escritores trabajamos con el lenguaje, es la herramienta de la que nos servimos para contar historias. De ahí la obsesión por escribir, hablar correctamente, por descubrir nuevos significados al poner juntas, una al lado de otra, dos palabras que nunca antes lo habían estado. Recuerdo la fascinación, de niños, con los diccionarios, la certeza de que en ellos están todas las palabras que existen, todas las historias, todo el mundo en resumidas cuentas.

Así como Juan Ramón Jiménez y su creación continua, su inquieto vocabulario, al que usted destaca en Palabras. ¿Por qué tendremos esa tendencia a simplificar, a excluir, más que a ampliar el lenguaje hoy en día (emoticonos, abreviaturas, consonantes como «k»)?

La simplificación, el utilitarismo es una de las obsesiones del mundo moderno, este mundo regido por la prisa, la inmediatez, el vértigo, la impaciencia… El lenguaje, y permítame la comparación, es como la ropa y es necesario tener un buen fondo de armario. Tan ridículo es vestirse de pajarita y chaqué para montar en bici, como presentarse en una boda en bañador.

Hay que tener ropa adecuada para hacer deporte, igual que para ir a un concierto de rock o a una comunión, pongo por caso. Con las palabras ocurre lo mismo: no se utiliza el mismo lenguaje para pedir una barra de pan o una caña en un bar que para dar una conferencia.
Hay un lenguaje funcional, hay un lenguaje retórico, hay un lenguaje poético… Todos son igualmente útiles pero conviene acertar con el lugar y el contexto. Hay veces en que basta con enviar una carita sonriente desde el teléfono, pero un emoticono no sirve para hablar del amor, para explicar un atardecer, un cuadro de Velázquez, la sensación que provoca una música… Hay cosas que ni siquiera se pueden explicar con palabras, imagina con un emoticono.

Miguel Delibes decía, «lo único que pretendo es llamar a las cosas por su nombre y saber el nombre de las cosas». Tan sencillo y tan difícil de llevar a cabo…

Delibes era un maestro del lenguaje. Hace años, cuando se celebró su centenario, tuve la fortuna de ser el comisario de su exposición en la Biblioteca Nacional, y trabajé durante meses en su archivo. Y una de las cosas que descubrí fue cómo Delibes iba por los pueblos y grababa con los vecinos. Hablaba con ellos de las faenas en el campo, de sus oficios, del nombre de los útiles que utilizaban en su vida cotidiana… Hay en el Archivo Delibes decenas de cintas de casete con esas conversaciones grabadas donde se mencionan palabras que hoy ya han desaparecido, y que quedan en sus libros como testigos de un mundo que ha dejado de existir. También las palabras sirven para eso, son testigos de un tiempo, de un modo de vida. El gran talento de Delibes es que esas palabras sonaran veraces, creíbles, en boca de sus personajes.

José María Merino apuntaba que cada palabra que se pierde hace a las personas más indefensas ante la realidad…

¡Qué bonita frase, y qué verdad! El año pasado leí que había muerto en Chile la última hablante nativa del ‘yagán’ una lengua de un grupo indígena, los yaganes, que habían ido perdiendo el idioma. Y me impresionó que con ella muriera la lengua de sus antepasados, las tradiciones, la memoria de sus padres, de sus abuelos, de sus ancestros. También las lenguas son depositarias del acervo cultural, la memoria, la vida. Cada palabra que perdemos nos hace, sí, definitivamente más indefensos.

Y cómo se le da de bien a usted trasmitir mediante la palabra todo un mundo sensorial. Lo que se pierden los que no valoran el lenguaje, el uso de la palabra adecuada, el aroma, su tacto, su sonido… La sinestesia, preciosa palabra, por cierto.

Lo es, hablo de sinestesia, claro. Y sí, hay un momento en el libro en el que se habla de los materiales con los que están construidas las palabras, las hay que están hechas de chapa, esqueje, o con madera, tacón, y las hay, cuento en el texto, que parecen estar recortadas en papel cebolla, como sílfide o liminar.  Me gusta reivindicar esa materialidad de las palabras, como si pudiéramos tocarlas, llevarlas en la mochila, guardarlas en un bolsillo…  

Ha demostrado con este libro que las palabras no son nada aburridas, que son todo un mundo y que se puede jugar de mil maneras. Vamos, nuestros clásicos –Góngora, Quevedo…-  ya jugaban con las palabras…

Infinidad de ellos. No hay más que acercarse al Siglo de Oro español para ver cómo se enredaban con todo tipo de juegos de palabras como malabaristas: Quevedo, Góngora, Calderón –apenas llega cuando llega a penas-, muchos de nuestros escritores más admirados no han resistido la tentación de los juegos de palabras; calambures, jitanjáforas, palíndromos, perífrasis, acrósticos, lenguajes inventados: Cortázar, Lewis Carroll, Monterroso, Queneau, Perec…  

Es un libro, además, para exhibirlo con las preciosas y cuidadas ilustraciones de Mónica Gutiérrez Serna (2º premio en 2014 a los Libros Mejor Editados)

Sí, nos encantó el premio. Fue estupendo recibirlo y desde luego, las imágenes de Mo son las que hacen de Palabras un libro especial.

¿Cuál diría que es la palabra más bella pronunciada por el ser humano?

Qué difícil, hay muchas. Ha habido varias iniciativas en las que se han buscado, a veces por votación popular, las palabras más bellas del idioma. Entre ellas, arrebol, por ejemplo, iridiscencia, lilaila, que es una tela de lana o seda. Hay infinidad de palabras bonitas y llenas de sugerencia. A mí, me gusta mucho duermevela, sueño ligero, según el Diccionario. Una palabra, por cierto, que puede ser masculina o femenina indistintamente. Se puede hablar de un agitado duermevela, o de una agitada duermevela y es igualmente correcto.

¿Cuál diría que es la palabra más importante en estos días?

Si las palabras sirvieran para arreglar las cosas, si tuvieran el mágico don de sólo con pronunciarla obrar ese prodigio, creo que paz sería una de las más necesarias en estos momentos en que estamos viendo la guerra y sus horrores tan de cerca, algo que resultaba increíble que pudiera suceder. Creo que sería bueno, también, recuperar la palabra solidaridad, y desterrar codicia.

Igual que ilusión y esperanza siguen sonando necesarias. Otra palabra importante, sin duda, sería curación.

Y en estos tiempos tan vertiginosos, donde todo ocurre tan deprisa, donde vivimos en una situación de permanente impaciencia, creo que tranquilidad, lentitud, sosiego, nos vendrían también estupendamente.

 

¿Recuerda, de entre todos sus entrevistados, alguna curiosidad que comentaran sobre las palabras? ¿Recuerda que le señalaran algo en especial sobre ellas que no ha olvidado?

No sé por qué se me ha venido a la cabeza un reportaje que escribí hace tiempo sobre las erratas, esos virus, como decía Gómez de la Serna, que atacan a las palabras, como el sarampión, y contra el que no hay una vacuna efectiva: da igual las veces que revises un texto, siempre se cuela alguna errata. Y recuerdo cómo se lamentaba Neruda de un verso de su libro Crepusculario, que decía «Amo el amor que se reparte en besos, lecho y pan» y que, en la primera edición del libro, por un error tipográfico, trocó el lecho en leche, de modo que se leía besos, leche y pan. Y decía Neruda que se ponía enfermo cada vez que lo leía en inglés en alguna traducción: kisses, milk and bread, ese milk le mataba.

¿Somos lo que hablamos y, en otras ocasiones, lo que callamos?

Sin duda, somos dueños de nuestras palabras, pero también de nuestros silencios. Y hay personas a quienes define más lo que callan que lo que dicen. En cualquier caso, también lo que no decimos está hecho de palabras, las callamos, pero las imaginamos.

Sabemos que la compra está por las nubes. Y, que a usted le gusta bajar por las mañanas a comprar las palabras y elegirlas como si fueran albaricoques maduros. Espero que esa cesta acumule muchas palabras para volver a la televisión con aquel estupendo programa de entrevistas, Encuentros. Qué buen gusto escuchar esas conversaciones, Jesús… ¿Habrá segunda temporada?

Muchas gracias, y sí, ojalá pueda volver a hacerse. Pero de momento no habrá una segunda temporada porque en la televisión pública es muy complicado armonizar audiencias y servicio público. Encuentros pretendía recuperar el placer de la conversación tranquila, sosegada, con personajes del mundo de la cultura en el más amplio sentido de la palabra. Y creo que hemos conseguido hacer un programa de calidad, cuidado y elegante, en el que primaba la conversación y la palabra por encima de esa acción a veces artificiosa que plantea la televisión. Ha sido una fortuna poder hacer el programa, y ojalá, insisto, vuelva a emitirse, aunque sea con otros presentadores, creo que es una obligación de la televisión pública hacer programas como éste.


Créditos de la foto de portada: S. Agredo

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