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ENTREVISTA

Ana Iris Simón: «Lo sagrado de los libros, como de las personas, no es su sede física sino su alma»

La historia de España se ha vertebrado en torno a sucesos circunstanciales y personajes que trascienden su anonimato. Gente corriente que, ya sea por publicar un libro o por participar en un acto gubernamental irrelevante, terminan por confeccionar el debate nacional. Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991) fue el fenómeno cultural de 2021. Como partícipe de una sociedad herida por la metralla de lo identitario, se le ocurrió —en qué estaría pensando, neorrancia rojiparda— recordar a la burbuja malasañera que quizá erraron al enmendar por completo la vida de sus abuelos.

¿Con qué libro que aprendiste a leer?

Siempre digo que aprendí a leer dos veces. La primera me enseñó mi profesora Rosa con seis años, en primero de primaria, y seguramente fuera con las cartillas de Micho. La segunda fue en cuarto de la ESO, cuando llegué a Rayuela, de Julio Cortázar, en la biblioteca de mi instituto. Para muchos, Cortázar es un placer culpable, un vicio adolescente del que se pasan la vida renegando, pero yo vuelvo a él siempre que puedo. Aún puedo recitar de memoria pasajes de Rayuela, incluido el 68, que está escrito en glíglico, un idioma inventado por el argentino. Y, cuando necesito una cita, la sé buscar con la pericia del cura que maneja la Biblia. Me he leído todo de él: Los autonautas de la cosmopista, su Obra Crítica, todas las recopilaciones de sus relatos… incluso los más extraños, como sus Último Round, que tengo en dos preciosas ediciones antiguas. Es muy bonito cuando desarrollas, desde muy joven, esa especie de intimidad con un autor a fuerza de haberte colado en la suya, de haberte obsesionado con su vida y con su obra. En el caso de Cortázar, además, tenemos nombre: cronopios.

¿Eres más de ensayo, de novela o de poesía?

Desde que fui madre, hace nueve meses, incluso desde que empecé a gestar a mi bebé, soy de nada en absoluto. Leo muy poco y muy mal, lo dejo todo a medias. Supongo que, como dice Milena Busquets, También esto pasará (risas). Pero soy, por temporadas, de ensayo —porque te va llevando a otro, y después a otro— y novela. Casi nunca leo poesía y jamás he escrito una.

El libro que más hayas regalado en tu vida y por qué.

Las Meditaciones, de Marco Aurelio, porque creo que le son útiles a casi todo el mundo. Es un libro bello, verdadero y bueno. También he regalado mucho últimamente San, el libro de los milagros, de Manuel Astur, que me encantó. Es uno de esos libros que no te explicas por qué no ha tenido más bombo. Narra una historia que podría salir en El Caso sucedida en una aldea asturiana, pero, sobre todo, habla de la condición humana, de la comunidad, su significado y su pérdida, de la tradición, de las raíces, de Dios. Es precioso, en forma y fondo. Creo que va a sacar nuevo libro, y estoy deseando leerlo.

¿Y el que más agradeces que te hayan regalado?

Todos los que me regalaron de cría, porque sin ellos, supongo, no habría sido una adulta que lee. De 13 Rue del Percebe a Molly Moon pasando por Harry Potter. De adulta, “Mi primer Quijote”, que no me lo regalaron a mí sino a mi hijo. Fue María Campos, la correctora de Feria, y su novio, Edu. Me hizo mucha ilusión y cada vez que lo miro me impaciento porque llegue el momento de leérselo.

Subrayar los libros. ¿Sí, no y por qué?

Por supuesto, siempre y como sea. He llegado a marcar libros con la uña pintada -siempre las llevo rojas- cuando iba en el transporte público porque no tenía boli o lápiz a mano. Lo sagrado de los libros, como de las personas, no es su sede física sino su alma, así que soy partidaria, incluso, de permitirle a aquellos a los que se deja libros re-subrayarlos. Hay una frase de Cortázar, precisamente, que me encanta al respecto y dice algo así como que, cuando uno subraya un libro, el subrayado es, en realidad, él mismo.

¿Qué imprescindible de la literatura universal no has leído aún?

¡Muchísimos! Tengo la República de Platón a medias, para que te hagas una idea. De los rusos, apenas he leído nada.

¿Qué tipo de lectora eres: de sofá, de metro, de pijama y cama…?

Desde hace más o menos un año, desde que soy madre, una lectora ausente. Me llevé, inocente, Contra la España Vacía, de Sergio del Molino, al paritorio, «para leer en los ratos muertos». El marcapáginas se quedó a 20 o 30 páginas del final, donde estaba. Antes, y espero que dentro de poco, de donde se podía: de transporte público lo he sido durante muchos años, porque vivía en Aranjuez y tenía que ir y volver en Cercanías a la universidad y al trabajo. También de sofá. De cama y pijama no, porque me duermo siempre.

¿Qué libro te gustaría haber escrito pero otro escribió antes que tú?

De más joven te habría dicho que cualquiera de Amélie Nothomb, pero ahora, cualquiera de Delibes.

¿Cómo ordenas tu biblioteca: por colores, por autores, por géneros…?

La tenía ordenada por autores hasta que me fui a vivir con mi pareja y se hizo el absoluto caos. Buena parte de mis libros están en cajas, en casa de mis padres, a la espera del hogar definitivo. El resto, sobre todo los de mi pareja, que es un comprador compulsivo de libros, se apilan en montones, según llegan a casa. Es un caos y él tiene la voluntad de ordenarlos, pero el día nunca llega. La única balda que está ordenada es la de cuentos de nuestro hijo, y lo está por edades: los que aún no le podemos leer porque son demasiado complejos y los que tienen apenas tres palabras por página, entre los cuales sus favoritos se llaman El pollo Pepe y Cucu Tras.

¿Lees más a vivos o a muertos?

A muertos, aunque últimamente he leído a bastantes vivos, muchos de ellos españoles. Andrea Abreu con su Panza de burro, la España de Alba Rico, Memorias y libelos del 15M, de Ernesto Castro, La casa del ahorcado, de Soto Ivars, Irene y el aire, de Alberto Olmos, que leí durante mi embarazo porque habla de su mujer y me encantó.

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