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ENTREVISTA

Andrés Trapiello: «Lo más importante no es llegar a tener cien mil lectores, sino no perder los cien primeros»

«Alaba las fincas grandes, cultiva la pequeña». De entre todas las Geórgicas, Andrés Trapiello (La Vega de Manzaneda, 1953) eligió esta para decorar la jamba de la puerta de su casa extremeña. Un verso que eleva a virtud la discreción. La misma —«este proyecto es cosa de pocos»— con la que Trapiello vive y escribe esta novela en marcha que es el Salón de los Pasos Perdidos. Éramos otros es la vigésimo cuarta entrega de estos diarios y la excusa para charlar con él.

Has pasado ya por todos los periódicos de tirada nacional. Unos y otros se han hecho eco de Éramos otros. Uno se desilusiona al encontrarse titulares exclusivamente políticos. ¿No hay espacio en los periódicos hoy para una literatura al margen de la actualidad?

La literatura es cosa de pocos, siempre ha sido así, aunque hubo épocas en que la literatura daba apresto a las conversaciones. En época de González y Aznar estos hablaban de libros, de literatura, y fuese o no verdad que leían, citaban libros y escritores. Decían que Rajoy solo leía el As y el Marca y con este Sánchez ni siquiera. Nunca le he oído hablar de literatura ni citar ningún libro, ni siquiera los que cita en la tesis que plagió, que leerían otros por él. Feijóo, que es nuevo en esto, no sé tampoco si es de mucho leer. Al final el ambiente general acaba contagiándose de esa politiquitis, y parece que lo más importante es la política. Y no es así. La literatura es un instrumento utilísimo para ordenar el sinsentido que rige nuestra vida, y a menudo más útil que la propia política, irracional, emocional y desquiciada. Y aunque es verdad que le preguntan a uno mucho de política, mis opiniones no dejan de ser las de un escritor, o sea, personales y libres, y no persiguen convencer a nadie ni hacer proselitismo, y son desinteresadas, al contrario de lo que suele suceder con los políticos; no persigue uno ni el cargo ni la prebenda.

Me explico: Éramos otros es el tomo del Salón de los Pasos Perdidos (SPP) relativo al año 2010. ¿Por qué has ido distanciando tanto la publicación del año al que corresponde? ¿Es para esquivar la actualidad o por el poder prescriptivo que tiene el tiempo?

Al principio eran tres años, durante mucho tiempo fueron cinco, luego siete y ahora doce… La vida, la mía por lo menos, te trae y te lleva como a esos pecios de la playa, cuando crees estar ya varado, una ola te arranca de la arena y te devuelve al mar. Aparte de escribir y publicar ese diario, el sustento he de buscarlo en las novelas, los ensayos, los artículos de periódicos, a veces en la siega, o sea, en los bolos, yendo como los segadores de un lado para otro. Pero, aunque no fuese así, la decisión de meter entre la escritura y la publicación un período suficiente de tiempo fue una decisión consciente y desde el primer momento. Estos son unos diarios a los que ese tiempo de maduración o reposo convierten en novela. Y si cuando los reescribo esquivo, como dices, la actualidad de origen, no sucede lo mismo con la actualidad del momento en que los reescribo. Dicho de otro modo: del original suprimo un 50%, pero añado otro 50% del momento ese de la reescritura. O sea, el tomo de 1992, por ejemplo, tiene mucho de la novela de 1992, pero también de diario de 1997, que fue cuando lo reescribí y publiqué. Un lío. No creo que estas disquisiciones le interesen a muchos. Al lector lo único que le importa es que el libro le resulte entretenido y más que si se atiene o no a una verdad notarial, que le parezca auténtico.

El lector se encuentra en estos diarios opiniones que te animan a aparcar la tarea del SPP. A pesar de todo, no desistes de ese «romanticismo suicida» que supone llevar una novela en marcha. Se percibe un anhelo de pervivencia y trascendencia. ¿Confías en que será el tiempo el que confirme que mereció la pena?

Nadie puede saber eso. El tiempo quita y pone, no siempre con buen criterio. El tiempo fue injusto con Cervantes durante doscientos años. Luego lo rehabilitó. Y también fue justo con Lope, del que parecía durante esos mismos doscientos años que todo eran obras maestras, dejándonos solo un puñado, las que hoy leemos (bueno, las que tampoco leemos ya). El único lector es el presente, por lo mismo que sólo desde el presente podemos abordar el pasado. La tarea es contar este presente de un modo natural. Lo más importante no es llegar a tener cien mil lectores, sino no perder los cien primeros. Para un escritor lo importante es la fidelidad con el presente, con la realidad, acercarse a ella sin destruirla, con una mirada comprensiva, y dada la naturaleza catastrófica de muchas de sus manifestaciones, compasiva, a lo Cervantes y Galdós. Esa es para mí la verdadera intimidad y lo que da un carácter de íntimos a esos libros.

El lector futuro tendrá un rastro que seguir para conocer a Andrés Trapiello. Tus lectores conocemos tu profesada misantropía. ¿Cómo de ancha es la brecha entre tu vida y la proyección de ella en el SPP?

Yo misántropo no soy. Soy bastante solitario, eso sí. Pero sin fanatismo: tengo una familia divertida y una docena de amigos con los que se cumple aquella ley fundamental («los amigos han de ser tanto o más que yo», independientemente de donde se sitúe el listón), y otros con los que me gusta hablar, si me los encuentro. Lo resumiría con una frase de Ramón Gaya, otro solitario, pero no misántropo: «Me gustan mucho las gentes, pero espero poco de ellas». Quería decir que uno no ha de depender para llevar a cabo su tarea en ese mundo de los demás, de las modas, de las críticas o de los halagos de las gentes. ¿El SPP es mi vida? Más o menos, pero es, sobre todo, la vida en general y la vida de los cientos de personajes que aparecen por allí. Me he ocupado de ellos más que de mí mismo. Lo primero que hago cuando subo a un taxi es preguntarle cuántas horas lleva trabajando, y qué tal le va. Y todos empiezan a contar cosas. Eso para mí es más importante que lo que yo podría contarle al taxista. Esa es la única brecha que me interesa: de la vida a la vida. El camino de la vida a la literatura me interesa menos. En realidad, la literatura, como decía Unamuno, es una tragedia del alma. Y uno, siendo algo melancólico, es más celebrativo que trágico.

Dices que «el elogio siempre te deja en inferioridad de condiciones». ¿Serán los aplausos más sonados y los honores más sinceros los póstumos?

De eso nadie sabe nada. Y la insinceridad está por todas partes, por lo mismo que la sinceridad póstuma tampoco garantiza nada. Ahí tiene a toda la peña del 27 haciéndolo el bombo póstumamente a Góngora, un poeta menor (Unamuno fue más duro con él, y lo llamó «cura resentido» o algo parecido, y Machado igual). Por suerte eso lo deciden otros, cuando no estemos ya nosotros para verlo. Y mejor así, para evitar ser testigos de los berrinches de muchos.

Hacerse con todos los ejemplares del SPP es imposible hoy. Algún ejemplar suelto podrá pescarse en el Rastro. En la última Feria del Libro Viejo de Recoletos ha pululado el octavo tomo, que es de los menos cotizados por su reedición. ¿Dónde nos recomendarías husmear a los lectores que intentamos poco a poco hacer la colección?

Eso te da la dimensión real del asunto. Si el SPP hubiese sido un negocio para los editores, los habrían reeditado. Nosotros no hemos reeditado Quasi una fantasia ni reeditaremos Éramos otros, los dos que hemos editado en las Ediciones del arrabal. Este proyecto es cosa de pocos. Azúa lo comprendió muy bien hablando de semiclandestinidad. Y está bien que sea así, es una forma de preservar la naturaleza literaria del proyecto. Porque son unos pocos los lectores yo soy más libre y vivo despreocupado en las zonas grises, diciendo cuanto quiero con la voz apagada, sin temor a cancelaciones ni festejos. Como alguien anónimo que se pasea con su espejo a lo largo del camino. Nadie hasta ahora ha tratado de acabar de una pedrada con el espejo, por suerte. Y espero que siga siendo así. Lo otro, lo de buscar los tomos descatalogados, es como todo en esta vida: paciencia y suerte.

Éramos otros es una edición cuidada, limpia y elegante. Fruto del trabajo en familia. ¿Por qué la decisión de una tirada corta y por qué huir de la venta masiva en librerías?

Gracias por las finezas. No hay tiradas cortas ni largas, sino justas. Lo importante no es llegar a todas partes, sino a quien lo está esperando y necesitando de verdad. Me dio el ejemplo hace unos días un amigo: en tiempos de sequía, lo vuestro es riego por goteo, no por encharcamiento. Así es. No huimos de la venta masiva porque no hay masas de lectores para estos libros. E insisto, está bien que sea así. Tomar la decisión de dejar a Pre-Textos fue dura por muchas razones: ellos son más que amigos de verdad y meterse a editar, no siendo ninguno de nosotros editores, es un lío de trabajo. Pero era el único modo de hacer viable económicamente el proyecto con la venta online. También nos ayudan unas pocas librerías escogidas en toda España. En el momento que lo hemos logrado, lo dejamos con la satisfacción de un deber cumplido. No se trata de hacerse ricos con esto. Y reeditar además es incierto. El mundo está lleno de excedentes y de saldos.

Este año nos ofreces tu vida de aquel 2010. En el imaginario popular está el Mundial de España. Te sirve para guiñar un ojo a Kafka: «Por la mañana empecé Guerra y Paz, y por la tarde España ganó el Mundial». ¿Hay algo que añorar de la España de hace una década?

No mucho, aparte de esa victoria homérica y la ilusión que unió e igualó en la alegría a tantos distintos. En 2010 ya se estaba gestando 2017 y ETA seguía matando. Claro que ahora los golpistas catalanes siguen en el gobierno y condicionando la política común, y a los terroristas los apoya de una u otra forma el gobierno de Sánchez. La vida está hecha siempre de más y menos, y hay que apechugar con todo. Esto siempre ha sido brega.

El diario es un género cultivable de diversas maneras. En una entrevista, hace unos días, decías que «esa argamasa de la cotidianidad que junta hechos muy diferentes es lo importante». ¿Qué caracteriza a un buen diario?

No sé si se puede hablar de «buenos diarios». Tampoco es fácil decir qué es buena o mala literatura. No hay diarios buenos o malos, sino vidas mal o bien contadas. Y para mí una vida bien contada, de un santo o de un bandolero, es una vida contada con naturalidad, sin impostar la voz.

¿En qué país se ha cultivado mejor este género?

Esto no va por países, no es como el mundial. Pessoa, Ana Frank, Stendhal, Tolstoi, Marià Manent… Son algunos de los diarios que me gustan.

Aquí en España no los ha habido de talla menor. El quadern gris de Pla, Mis páginas mejores de Julio Camba, los múltiples de Jiménez Lozano o el Diario íntimo de González Ruano. Hoy algunos seguís conservando el género. Te acompañan José Carlos Llop, Valentí Puig, Enrique Vila-Matas, Iñaki Uriarte, Ignacio Peyró y tantos otros que aún tengo por descubrir. ¿Cuáles son los dietarios españoles más recomendables?

Los que le sienten bien a cada uno. Me gustan mucho los de Jiménez Lozano, nada los de Ruano, bastante el de Pla y lo de Camba, que está muy bien, no son diarios. Y de los de esas otras personas «de las que usted me habla» ni siquiera los he probado todos. Es broma. Todos tienen lo suyo.

«No sé por dónde empezar a leer a Trapiello», me dijo un buen amigo hace unos días. Yo le aconsejé asomarse por la ventana que tú mismo me abriste en la Feria del Libro de 2021. La Fuente del Encanto. ¿Podrías recomendar al lector de esta entrevista un punto de partida a tu inmensa obra?

Por lo que tenga más a mano, normalmente lo más fácil de conseguir, que suele ser lo último, en este caso Éramos otros. Y esperar que haya suerte.

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